Flor de la V ha sufrido las mayores injurias públicas, masivas e impunes por su condición trans y ha alcanzado un lugar de diva popular indiscutible también a partir de esa condición. A través de los años ha hecho declaraciones que incomodaron por derecha y por izquierda. Aquí explica el porqué de algunas y se desdice de otras. La letra T de talento y travesti han sido claves para sobrevivir y reinar en este medio. La perseverancia siempre da una Flor, dice un proverbio muy anticuado. Persevera y triunfarás, dice otro.
por Franco Torchia
Exceso de horas al aire. Entrevistada y enreverada al infinito: ¿cómo pensar entonces de cero a Flor de la V? Sin los canutillos de su alta costura, sí, ¿pero cómo abordar sus sentidos y cómo insistir en sus desniveles? Una posibilidad, aislarla de la adultez y la integración: volver a los orígenes e investigar la infancia de alguien que en los primeros años ’80 deploró la posibilidad de ser. Saberse al frente de una condensación de contradicciones: los suyos fueron, en muchas ocasiones, los mismos dimes y los mismos diretes de la tensión de discursos que atraviesan muchos de los cuerpos que resistieron ser cuerpos. Sobreexpuesta, el deambular televisivo de la vedette “diferente” coincide con los tiempos históricos del reconocimiento en voz alta de la diversidad sexual en el país: Florencia está y sigue estando a partir de una hábil adecuación. Estuvo antes y estuvo después de que le montaran, al ladito suyo y en competencia directa, un show teatral llamado Flor de pito. Hay que investigar su activismo impensado o no planeado: su movilización fue siempre la del mero estar. Después, buscó acceder a un modus vivendi del tipo “Recoleta way of living”, es cierto, claro que casi veinte años después de aquel “travesti que volvió loco de amor al mago David Copperfield”, según la placa del programa de Mauro Viale en 1997:
—¿Cómo te llamás? —preguntaba Viale
—¿Yo?.. Florencia de la Vega...
—¿Y el nombre de varón?
—No sé, no me acuerdo.
—¿Sos travesti desde cuándo?
Cinco de la tarde. Retiro. Florencia, ahora, en plan travesti radical.
—No, no tengo mucho recuerdo de eso... camioncitos capaz, cuando era muy chiquita. Pero a medida que fui creciendo los recuerdos son otros. Llegó algún reloj, por ejemplo, es decir, regalos que ya iban para otro lado.
—Sí, claro. Eso me pasó de muy chica, cuando tenía 3 o 4. Pero mi familia era muy humilde, entonces quizá Día del Niño o Reyes pasaban de largo.
—A mí lo que me pasaba en general era que no compraba nada por comprar. Me pasa hoy: trato de conocer al chico, al niño, y ver cuál es su interés. ¿Viste cuando te dicen ‘¡Ay, no sé qué regalarte!’?, bueno es porque no conocés a la persona.
—El tema de la maternidad para mí siempre tuvo que ver con formar una familia. Desde muy chica, me acuerdo que yo miraba La familia Ingalls y soñaba con el marido, soñaba con las hijas, con esa casa, con esa vida. Soñaba con una familia así.
—No sé si con una familia tipo. Cuando yo era chica, los Ingalls eran “la” familia. Porque después estaba Blanco y negro, que era distinta, era ensamblada. Esta era, en cambio, la familia con moñito, la familia que yo no tuve.
—Yo soñaba, capaz que ingenuamente, ¿viste cómo son los chicos?, con que de grande iba a cambiar de sexo. Me imaginaba que iba a poder cambiar de sexo. Yo soñaba con que había nacido en un cuerpo equivocado y que después, de más grande, por esas cosas de la naturaleza o de la vida, iba a cambiar.
—No porque lo que a mí me pasó fue bastante paulatino y yo creo que tiene que ver con esto: desde que nacés, hasta los 3 o 4 años, cualquier juego está permitido. Para mí lo masculino-femenino no entra ahí. Y era un tiempo en el que en esa edad lxs chicxs no salían mucho de la casa, entonces yo estaba cobijada entre cuatro paredes y ahí adentro no pasaba nada. Una vez que yo empecé el jardín, que empecé a ver la vida, ahí me di cuenta de que supuestamente estaba mal, porque todos me lo remarcaban, me decían: “Esto está mal, esto está mal”, es decir, mis inclinaciones femeninas “estaban mal”; jugar a la casita, jugar a las muñecas estaba mal. Chocar con la realidad para mí fue un cimbronazo a esa edad, porque después de todos los “sí”, empecé a ver todos los “no” y a ser castigada por algo que en mi casa vivía con total naturalidad. Ahí empecé a notar que era especial: aprendí a convivir con lo que era y con lo que tenía, por eso nunca sentí la necesidad de flagelarme.
—Sí, lo conté desde un lugar totalmente ingenuo porque hoy de grande yo no lo juzgo por lo que hizo. Creo que cuando uno es padre no existe un manual para criar, entonces ¡vos imaginate! La década del 80, él solo, sin información, sin ningún tipo de preparación. Entonces hay un montón de cosas que quizá no sabía bien cómo manejar: quizá creía que con el castigo podía quitarme esta sensación tan fuerte que yo tenía.
—Sí, en Lomas.
—Sí.
—Sí, he podido construir una imagen suya. Todo a partir de una máquina de coser que había en mi casa. Yo creo que empecé a querer vincularme con el tema de la costura a raíz de esa máquina. Para mí son especulaciones y las traté mucho en terapia y, después de muchísimos años, he llegado a esa conclusión: porque, ¿cómo pude yo, a los seis años, enhebrar y ponerme a coser?
—Cosas. Vestiditos para las muñecas....
—No... Mis primas seguramente sí, porque yo les cosía mucho a mis primas. Yo hablaba con mis tías y ellas me contaban que mi mamá, cuando estaba embarazada de mí, cosía todo el tiempo. Ese ruido de la máquina de coser, taca-taca-taca, el ruido del pedal, es algo que a mí me acercaba mucho a ella. Coser era su corazón. Ella vivía de eso: era modista. Y alguna que otra fotografía tengo, aunque no era la época de las fotos, pero alguna imagen de ella me ha ayudado, aunque sea borrosa.
—No sé si me reconozco o me comparo, o comparo mi infancia con la de ellos. Lo que sí sé es que yo no sé cuánto voy a vivir, entonces constantemente estoy haciendo cosas buenas para ellxs. Ayer fuimos al cine, vimos la película Intensamente, que no es una película fácil para nenes de 4 años, y veía cómo ellos me buscaban con la mirada para compartir lo que sentían. Y ahí es cuando pienso en mi mamá: yo creo que a mi mamá la necesité hasta el día en que me casé con Pablo.
—Soy una travesti de los ’90. Los ’80 era la época de las grandes vedettes: todas las chicas trans apuntaban a ellas, al estereotipo de mujer exuberante. Yo ya entré en la etapa de Hola Susana, de Pinky con esos peinadotes, de Teté Coustarot. Ellas eran lo que veías. Y ya después, en plenos años ’90, eran las súper modelos: Cindy Crawford, Naomi Campbell..., igual a mí me costó: al principio, cuando una empieza, te ponés todo. Cachivache. Querés todo: pollera, minifalda, taco, porque no entendés por dónde pasa la feminidad. Y después me fui viendo, fui notando lo que a mí me quedaba de verdad bien: me fui mirando y aprendiendo. Esto es prueba y error: creo que a todas nos pasa. Después, como a los 30, que había empezado a encabezar y ya me iba bien, empecé a pulir mi imagen y a trabajar mi interior: siento que mi verdadera identidad femenina empezó cuando pude explorarme internamente. Antes era: “Cuanto más femenina me vea, más mujer me voy a sentir”. Y no. Una tiene que jugar con lo que le toca. Creo que si tuviste la suerte de parecer más “femenina”, genial, si es eso lo que querés ser. Si calzás 48 o tenés mucha barba, sé feliz también con lo que tenés. Creo que tenemos que entrar en eso y cortarla con forzar algo que capaz no da.
—Lxs bauticé por Jorge Ibáñez. Yo no creo. No soy católica. Cero. Para mí era como una ceremonia y nada más, pero Jorge, padrino de mis hijos, era extremadamente religioso y me insistía. Y Pablo, mi esposo, también quería. Pero yo le decía a Jorge: “Bueno, los nenes después decidirán lo que quieran”. Igual fue insignificante para mí.
Las crónicas de 2012, sin embargo, dicen otras cosas: Florencia hizo lo posible para dar con “cura con onda” y los foros de católicxs de toda la región estallaban de rabia: ¿cómo es posible que haya tantos párrocos negados a bautizar hijxs de solterxs y ahora uno de zona norte haga esto?
—Yo creo que sí. La imagen del Papa es fuertísima para el catolicismo y sumale a eso que es argentino, entonces es como que nosotros tendríamos que ser el ejemplo, somos los que más deberíamos, supuestamente, caminar su camino. El tema de la subrogación estaba incluido y no bien asumió Bergoglio lo sacaron. Yo estaba al tanto. Creo que hay que estar atentos con estos cambios y con otros, pero no es ni por asomo lo que pasaba en los ’70 y los ’80 con la Iglesia. A mí mi papá me mandaba a misa obligatoriamente. No sé, no creo que eso pase ya.
—Muchas cosas: es un excelente compañero. Es muy pata. Me banca mucho. Tenemos una relación de pareja que, con los años, crece. Para mí la sexualidad con él está potenciada: estamos a full. Hablo con amigas que se quejan de sus parejas y el paso de los años: para mí es al revés. Y que lleve a Paul, mi hijo, a karate, me enamora.
—Sí, me han gustado algunas personas, pero nada fuerte. A mí me han gustado mujeres que trabajaron conmigo, por ejemplo. Yo me enamoro de la belleza, de hombres, de mujeres, del ser humano en general, que me resulta muy bello.
—Nunca. Nunca. Te juro, y hasta lo hablé en terapia: ¿cómo puede ser que nunca haya estado con una mujer? Me encantan las mujeres y los hombres. Pero no. Y lo que me gusta de cómo estamos viviendo hoy es que noto mucha libertad en ese aspecto. Los chicos ya no se preguntan y están con quienes quieren estar; ya no es como cuando éramos chicos que nos preguntábamos “¿Qué sos, activo o pasivo?”. ¡Qué manga de boludos que éramos antes!
—(Piensa. Demasiado) Yo estoy a favor de la vida. La vida de la madre y la vida del hijo. Muchas mujeres mueren por hacerse abortos de cualquier manera, con muchos riesgos. Yo estoy a favor de que eso no pase más.
—Estoy a favor de la vida, de la madre y del hijo.
Dijo Mauro Viale en 1997: Cuando David Copperfield se acercó a vos, ¿se acercó como mujer o como travesti?
—Como mujer...
¿Qué te dijo?
—Beautiful girl.
—Es que yo creo que la libertad provoca muchas situaciones: la más fuerte es la envidia de no poder..., es decir, que una decida ser lo que una quiere ser y lo grite a los cuatro vientos y lo viva con total libertad y felicidad provoca muchas cosas negativas. Te juro que a mí esas personas, ellos, me dan... es un sentimiento espantoso, pero... me dan tristeza, me provocan tristeza, porque es feo no poder ser lo que uno quiere ser, es feo no poder andar con libertad en la vida. Es una cosa espantosa. El otro día miraba el documental de Caitlyn Jenner en E! Entertainment: Diane Sawyer, la periodista, le preguntó cada cosa..., preguntas que me daban vergüenza ajena. Y es una mina con trayectoria: yo no podía entender. Le preguntaba “¿Por qué a los 65 decidiste esto?”. ¿Cómo “por qué”? ¿Cómo te preguntás “por qué”? En lugar de decirle: “¡Qué valor, a los 65 pegar un portazo y por primera vez en tu vida decidir ser quien vos querías y querés ser!”. Creo que patear el tablero y vivir con libertad nunca te lo perdonan...
—Siempre fuimos así, pero cuando yo el año pasado fui invitada a dar ese discurso en la Marcha del Orgullo, iba de mi casa hacia la plaza y pensaba: “¡Qué loco, cómo cambió la vida!”. Las marchas, cuando se empezaron a hacer, eran más de protesta que de júbilo. Entonces, a ellos, a quienes viven señalándome y no hablan públicamente de su sexualidad, o la ocultan, les digo: “Vívanlo con alegría, disfruten de la verdadera libertad”. No podemos pretender que lxs heterosexuales nos respeten porque si nosotrxs mismxs nos pisamos la cola... Mirá, a mí me pasan cosas en la vida que yo no imaginé: pararme frente a miles de personas en la celebración de los 30 años de la democracia, ponele. Después, que me elijan figura destacada por la lucha con la comunidad lgtbi, algo que nunca supuse porque mi trabajo es indirecto: nunca fui una militante ferviente, pero creo que es por mi vida...
—Lo del Martín Fierro me lo tomé bien, pero lo que sí siempre siento es que conmigo constantemente van a eso: a ver si se me ve o no se me ve. Hay que separar las cosas: primero, uno se ríe cuando quiere, no cuando te obligan. Yo me río cuando tengo ganas y, entonces, habilito que se rían. Yo empecé hace veinte años siendo quien soy y me reía de mi barba y esas cosas, pero hay un límite: todos nos queremos reír, pero si vos como conductor de un programa, como comunicador, estás agitando la discriminación, es distinto. Ahí deja de ser un chiste. Cierta parte del periodismo quiere crear una imagen de mí que yo no tengo: decir que perdí el humor, por ejemplo, que me quiero hacer la señora, que me la quiero dar de no sé qué. Cuando fue lo de La Pelu, el momento en el que con mi DNI hice un descargo, nunca imaginé que iba a hacer algo así, y menos en televisión. Utilicé mi programa para remarcar eso y tuvo la repercusión que tenía que tener y, ¿sabés qué?, aunque no se sepa, todos los que me atacaron tuvieron que venir a pedir disculpas para que yo no les iniciara juicio. ¿Sabés de qué me sirvió a mí, además? Me sirvió para reconciliarme con mi parte masculina.
—En el primer caso pedí disculpas. Y aclaré que decir “peruano” tiene aspectos positivos para mí: no lo usé para reforzar una supuesta característica de ese pueblo y mucho menos de quienes vienen a nuestro país buscando un horizonte de vida mejor. Y en el segundo caso, si hay una ronda de noteros y todos estamos jodiendo y haciendo chistes, y me piden chistes... bueno, lo que decía antes, si hay un código, si habilitamos el humor porque todos queremos reírnos en ese momento, genial. Ahora después, si cortan eso solo, queda fuera de contexto, obvio. Y eso ya yo no lo puedo controlar.
—Mucho no se le puede pedir a una persona que hoy está acá pero ayer estaba allá. Igual, lo que me parece muy preocupante es que una persona con la llegada que tiene él hable tan despectiva y discriminatoriamente. Eso es negativo para la sociedad. Es negativo para todos. Es preocupante. No se puede agredir tan naturalmente y hablar con tanto odio.
—Gerardo era bastante especial: lo que le pasaba conmigo tenía que ver con el afecto. Creo que cuando me conoció aprendió a abrir su mentalidad porque primero abrió su corazón, y creo que, si muchas personas hicieran eso, caerían muchos prejuicios. Yo misma le dije cuando era chica una vez: “Yo pensé que vos eras muy mataputos, Gerardo”. Y no, él tenía adoración por las personas gay. Me ha contado anécdotas de haber sacado a gays de las comisarías en épocas difíciles y demás.
Durante años, Florencia fue hablada por Sofovich: ajena a los actos rebeldes o la subversión directa, se escudó en el “la veo más mujer que a muchas mujeres de verdad” que solía usar el productor. Haber permanecido ajena a la explotación sexual, destino aún mayoritario para travestis y transexuales, es, quizás, el golpe de efecto más significativo de su irrupción. Hoy, entre tafeta y tafetán, columnas dóricas y calle Guido, Florencia representa el eje Lomas-Chaco-Austria y Libertador. Mucama mimosa con el champán, abandonó la carcajada intermitente para trans-portar permanencia más allá del bufón necesario en cada lío.
En 1999, cinco años antes de su Liza en la telecomedia Los Roldán, el realizador Rodolfo Ledo la imaginó en Margaritas, que con pena y sin nada de gloria emitió América durante pocos meses: el “caso” Florencia de la V deja de ser testimonial e ingresa a la ficción argentina por primera vez. Sin embargo, cuando le llegó el turno de ser “La gata” del Puma Goity, por primera vez la televisión local inscribe a una persona trans en un contexto familiar: eso sí, para el beso entre los protagonistas tuvieron que pasar dos temporadas.
—No. Para mí no es un trabajo. Las madres del colegio me dicen: “No puedo creer que vos estés a las siete de la mañana así”. Por ahí los fines de semana pero... no... en realidad... siempre estoy producida...
—Jogging, jamás.
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