Crónica de calenturas y romances a la velocidad de la luz baja en una mesa torta de la Speed Dating en la fiesta Jolie.
Entré decidida, así de sopetón. Qué ganas, por favor, de jugar como en Yankilandia por un rato, de cronometrar levante de 5 minutos, de probar al flechazo y a la huida. Así que, atravesando la entrada, busqué valiente el centro del idilio en el bar, un Tazz de Miércoles Jolie ya bastante atestado. Y sólo después de un oportuno merodeo gatuno me saltó la oreja al oír la voz de celestina que empezó el reclutamiento: “¿Quién, quién se suma al Speed Dating? ¡Vengan, vengan a garchar y a enamorarse!”.
De una miré la larga mesa vacía y poniendo teta fui la primera torta en la fila. Recibí un cartelito verde fosforescente con mi nombre garabateado bastante feo, y con un leve disgusto me lo pegué. Recibí orden al instante: “Las tortas por allá, al final de la mesa”, gritó el celestino y fui. Y mientras estaba sentada en la punta veía una hilera de culos masculinos conquistando sillas una a una, a la vez que mi lado torta triste las cedía. El reclutamiento torteril iba pa’ atrás, ¿las tortas no apechugaban? ¿Dónde estaban? ¿Dónde? Porque en esta mesa no. Y como si la misma Pentesilea oyera mis gritos me cayeron seis tortas a la mesa como shot de esperanza. Pero estuvo amarreta, aun así éramos pocas, poquísimas, y en esa mesa larga ya no cabía gamba.
Bueno éramos seis, ¿y ahora qué? La mirada circuló juguetona y con cara de pregunta. Sólo pensamos qué bueno, mucho sentido el Speed Dating no tiene ahora, así que fuimos en contra del uno a uno y brincamos de Speed Dating a Group Dating. Mal no estaba. Así que empezamos con las presentaciones: ¿Cómo se llaman? ¿Laburan? ¿Estudian? ¿Dónde viven? Y las preguntas rodaban de a una, por Dios, qué raras eran esas preguntas en plural, peores que las respuestas tímidas en ronda. “Vivo en San Isidro”, aullaba una rubia melenuda de 21 años, “Yo en Tortuguitas”, otra púber morocha de ojos atigrados, “Yo en Polvorines”, una chica en muletas mientras explicaba la triple combinación para llegar. Y las distancias iban hablando de ganas de garche que debía ser exactamente proporcional a la distancia trotada hasta Jolielandia.
Era obvio, la calentura estaba sobre la mesa, las miradas pudorosas y hambrientas circulaban con recato pero circulaban. Pispeábamos entre respuestas vacías y el silencio insoportable del interés disimulado. A la par, yo observaba a la horda de muchachos, unos veinte o más, con los codos sobre la mesa acercando boca a oído para hablar en la confidencia forzada que la música imponía, histéricos, atrevidos, impertinentes, donde varios se clavaban ojos de rayo láser, mientras nosotras a paso tortuga. Claro, sospeché, las torti adolescentes todavía no estaban ni la mitad de ebrias como para jugar. Y de tanta sonrisa muda a mí ya me estaban apareciendo ganas de hacer la gran Houdini con el acto de “voy al baño, ya vengo”.
Al fin, llegó mi turno en la rueda y sin escapar dardeé mis respuestas: “No, no vivo en Loma del ojete”, “ajá, vivo sola”, “sí, trabajo como x”, “¿años?, tengo tantos” y como si el resto ni importara largaron a coro: “Naaaaaaaaa, ¡si no parecés ni en pedo de tu edad!”. Y yo que nunca llego a ponerme de acuerdo en si eso es un halago o no, yo que las miraba y me sentía mayorcita, decidí compartirles mi pensada hipótesis: “A ver, bueno, chicas, les largo gran revelación en su camino de tortas, vamos que yo también siempre me pregunté cómo carancho las tortas siempre parecen más pendex: ¿será el look, los gestos, el pelo corto de muchas, el flequillo, el jopo? Bueno no, y aunque ayuden, la posta ¿dónde la tienen? Entre sus piernas, sí, exacto, ahí. La clave está en el milenario y noble arte que todas practicamos: el cunnilingus, ajá, sí, sí, una buena dosis de fluidos vaginales por toda tu cara garantiza rejuvenecimiento e hidratación, y si es medio peluda la susodicha también ligás exfoliación. Así que, cada vez que agarren una concha estámpensela bien en la jeta, ma qué crema, a darle al cunnilingus cada noche y te garantizás carita pendex al menos por dos décadas, comprobado”. La mitad se puso púrpura y la otra mitad se rió, pero por fin distendimos, y las ganas de concha pop, pop, pop estallaron libres al son del grito de fondo de nuestro celestino, que daba por finalizada la cita.
De automático salí disparada de esa mesa, me quería sacudir juventud y timidez, así que huí en un chau chau. En mi retirada encontré a mi amigo Ferchu saliendo con una sonrisa estampada en la cara de la versión masculina del asunto, estaba resplandeciente. Había ligado alto chongo casi en el bolsillo. Fuimos arriba, apuntamos para la barra y dijimos: ¿tequilazo? Y sí, tequilazo señorxs, para preparar paladar, y me clavé otro por el que no me había tomado antes de la multicita. Así entequilados, Fer y yo decidimos ponerle cachas al asunto y fuimos a revolear culito a la pista. Cerré los ojos y puse mode on, y me dejé llevar por la música electro pop.
Y así, volada y en Venus, me vibra al lado el calor de un cuerpo. Abro a mis ojos y observo a una de las torti-concursantes de la mesa redonda contoneándose y revoleteando a mi alrededor: el Speed Dating no había terminado, se ve que había brincado a Dance Floor Dating. Quise ignorarla, pero siempre tuve debilidad por las chicas que saben bailar, desconfié, ¿sería torta posta? No estaba habituada a la combinación “torta + ritmo”, y esta muchacha cómo se movía. Cómo se movía y para mí. Intenté hablarle pero no había caso, ambas sabíamos que la Speed Dating había sido una mala excusa de ligue que empezaba a cobrar sentido, ¿quién necesita hablar? Y me bailó haciendo oídos sordos a mis nuevas preguntas, repetidas porque mi cabeza era un mix de respuestas, y aprovechando la cercanía boca-oído apoyó unas de sus manos en mi cadera. Su olor me golpeó y, al instante, sentí una inyección de hormonas que me subía por el cuerpo. La miré: melena corta con un mechón azulado que adornaba sus ojos oscuros, remera suelta, calza negra abrillantada de dorado, rematado de pies calzados con una cuota multicolor de coolness. Tenía onda, y curvas. Esperé, quería ver hasta dónde aguantaba, hasta dónde el revuelo hormonal la llevaba. Su baile alternaba entre la odalisca y los aullidos corporales de Beyoncé.
Pensé en dejarla así, en tomar una de sus manos y apoyarla en su concha para que danzara también y explotara a todo ritmo en una paja bailarina. Pero caí, la mera idea de tocarla me excitó y además, como diría un amigo, era hora de mimitos. E intuitiva la susodicha, sin darme tiempo a nada, me clavó su pierna cual lybris y afiló mi clítoris sin rodeo. Casi salgo disparada contra el techo, pero atenta me atrajo más hacia su cuerpo, y con sus piernas entre las mías me agarró las manos y las apoyó en sus caderas volcánicas, mis manos se perdieron apretujando la generosidad de sus carnes al son de sus piernas.
Miré su boca pulposa y tomé uno de sus labios, lo mordisqueé furiosa entre los míos, mi boca desaparecía en la suya, comíamos y la piel ardía, se pegoteaba tozuda entre saliva y sudor. Non-stop su cuerpo con voluntad propia seguía bailando, imprimiéndome su ritmo. Sin pensar atiné un: “Bailás demasiado bien, ¿seguro sos torta?”. Se rió. Pero lo cierto es que me costaba acoplar mi baile típico de torta freezer a tanto ritmo. Decidí acorralarla contra la pared, apretar y bailar al mismo tiempo nunca fue lo mío. Estampadas ahí, tomó mis microcaderas y las apoyó una y otra vez contra ella, recorrió mi cuerpo impertinente, sedienta. Luego me giró, me levantó los brazos y lamió mi nuca, entreabrió sus piernas y sentí un ardor turgente sobre mí. La jovencita se me iba de las manos, el torrente de hormonas que latigueaba era voraz. Había que estar a la altura. Así que, decidida, la llevé al baño, espacio sacro de apretadas de boliche. Pero sorpresa, estaba atestado de conchas con reales ganas de ir al baño. Salimos en busca de más pared, y mientras pasábamos por el mar de carne me toman de la mano y me dicen “hola”, otra de las tortiparticipantes del Speed Dating. Nos miramos las tres e intuyo si la cosa puede ponerse tri-direccional, no lo creo y a la par recuerdo que ésta tiene 18 y guardo colmillos y manos en el bolsillo.
Pero ¿qué pasaba con el Speed Dating? ¿Qué era? ¿Era la señal obvia de “estoy de levante, ataquen”? ¿La confianza muda que daba paso al encare/apriete impune? Me paré y mientras les hablaba sólo se me ocurría que la próxima vez habría que jugar a otra cosa. No, no más citas de levante rápido y preguntón, improvisemos otra tierra juguetona más divertida. Improvisemos: botellita, gallito ciego, carrera de lenguas y mordidas que compitan en desabrochar cinturones sólo a boca, retemos a la velocidad de nuestras manos calientes para que desabrochen corpiños en menos de 1 minuto. Reptemos e inventemos juegos juntas y premiémonos esta carne torta a mordidas y a besos, a muchos besos.
Speed Dating, Armenia 1744, Tazz Palermo, planta baja en Fiesta y Bar Jolie, miércoles a las 24 (confirmar previamente en Facebook: Fiesta Jolie).
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