La heteroflexibilidad, figura que cubre con el manto de la normalidad a quienes desean llevar una vida social hétero y una secreta sexualidad homosexual, ¿es una nueva forma del closet? ¿Es una avivada? ¿Una reacción frente al avance de las políticas identitarias? ¿O es una demostración de la libertad de que gozan los más jóvenes? Las crónicas de un asiduo chateador, de una observadora participante del mundo trava y de una militante bisexual revelan no sólo intimidades, sino matices y contradicciones.
› Por CSG (Cronista Super Gay)
Aclaro: no me considero periodista ni escritor, ni analista de las relaciones socioafectivas y menos un teórico queer. Pero seguro que escribo por día mucho más que todos ellos. Soy un chateador. Mi experticia en el aire (quiero poner “yire”, pero la computadora corrige y pone “aire”, ¡quien sea Lacan que diga algo!) me ha llevado a mantener charlas con muchos hombres hétero (acá corrige otra vez y pone “tetero”...) que entiendo encajan en lo que se viene llamando hace unos años heteroflexibles (hétero curioso, bicurioso, macho ciento por ciento es más frecuente en los perfiles de chats gays). Intríngulis personal: ¿me ha resultado lo mismo, en términos de morbo, en términos sexuales, en términos sentimentales las pocas veces que hubo de eso, que un encuentro con otro gay como yo? Definitivamente no. Saquen sus conclusiones. Yo aún no las tengo.
Cazador 74: Imposible. A mí me gusta tener sexo cada tanto, tampoco todos los días. Y no me veo yendo al cine o a comer con un tipo, ¡jua! O ir al club, no da.
Cazador 74: Pará, boludo, no es por prejuicio, es que no da. Yo respeto al que le gusta eso. Si en la cama estamos bien. No te me enojes, papi. O sí, enojate, me encanta cuando te ponés malo.
Con el chat que sigue, expresión del súmmum de la coherencia y la contradicción que el concepto de heteroflexibilidad lleva adentro, daría por terminada la nota. Con tantas palabras hemos llenado los casilleros que de pronto se produce una saturación de sentidos, y mejor callar. No para siempre, digo, un poco. Una libertad de supermarket impone palabras que calman o venden un rato (¿se acuerdan de los metrosexuales?). Argentina (no sé si por pionera o por agrandada) fue la primera en admitir en Facebook unas 54 identidades sexuales para definirse, los y las heteroflexibles figuran entre las opciones.
Bebote: Naaah. Nada que ver. Bisexual no es lo mismo. Esos son todos putos tapados. Yo soy hétero, ya lo puse en el perfil, no sé si leíste, me gustan las mujeres.
Bebote: ¿Y?
Bebote: Sí, pero hay una diferencia con los bi, mi mujer no lo sabe.
Si alguien se define como heteroflexible por fuera del ámbito de la situación de cacería y por fuera de un nick, por ejemplo en los medios o en un asado con familia y amigos, en general y que yo sepa, es porque se pasó de tinto o porque es Brad Pitt y ya no puede hacer mucho para detener unas fotos inequívocas que están circulando. El curioso es una especie de turista/visitante/jugador que redefine la entidad del otro chateador abiertamente puto como paisaje/loca local/suplente.
Si hay algo que define a la heteroflexibilidad es su condición clandestina, luego, cierto orgullo heteroflexible, o carnet (de que no te tires a la) pileta enunciado como “no doy besos, no me enamoro”, etc. Y en tercer lugar, un cumplimiento casi marcial con las dos partes del término. Porque no son hétero, son superhétero: casados con muchos hijos, o están por casarse la semana que viene, o tienen tres novias mínimo. Sin ánimos de hacer estadística ni de ser indiscreto, la mayoría de mis contactos desmiente lo que dicen las revistas por ahí de que estos maridos conservan su rol activo... Los que me han tocado a mí, o los que me he buscado yo, en su gran mayoría, prefieren el rol pasivo, me hablan en femenino, muchas veces tienen su propio kit de feminización, que incluye lencería, como si un hartazgo de hacer el macho pudiera liberarse así, en un turno. La palabra recreo, diversión, descanso y la promesa de soy tu putita es lo que más rankea en los mensajes donde se justifica/planifica el encuentro.
Hace pco tiempo encontré un muy lindo y muy jóven amigo muy bien dispuesto a explicarme que la palabra heteroflexible en su perfil significaba ni más ni menos que de ningún modo de le ocurriría acostarse conmigo. Salvo que alguna vez a una amiga mía se le opcurriera acostarse con el. ¡Zaz! me dije, un trío. En mi época se llamaba fiesta. Invité a mi amigo flexible a una fiesta sadomaso donde le presenté a mi mejor amiga y desde entonces él se ha vuelto nuestra mascota. Juega conmigo, se acuesta con ella, recibe órdenes sin poner límites, se entrega. ¿Resulta que el número tres es la flexibilidad? Aquí entonces habrá que preguntarse por qué anteponer el “hétero” a una palabra que parece contradecirla. Mi joven amigo me mira como si hablara en chino. Para él, y acá debe tener un peso el dato de que tiene 30 años, la heterosexualidad y la flexibilidad van y deben ir juntas. No habla de bi ni de homo, como si el sufrimiento, la existencia y la lucha de tantas generaciones de desviados hubieran servido para mejorar la calidad de vida a esta zona donde se ubica nuestro amigo querido, con quien vamos al cine, cenamos y muchas veces cogemos, esa zona de un modo de amor donde se puede pero ya no se quiere decir su nombre.
Acordemos en lo siguiente: si lo heteroflexible es un closet, no es el mismo que conocimos todos. En una época muy lejana, que contribuyeron a dejar atrás no sólo el tiempo perdido, sino los logros de la militancia ajena y el dinero que quedó en manos de tres analistas, sólo me enamoraba (y perdidamente) de amigos, compañeros de trabajo, vecinos, chongos estrepitosamente machos, casados con hijos. El esposo de mi hermana fue durante décadas mi dolor más grande. Antes se usaba así, sufrir para apaciguar los calores del infierno y de los otros. Hoy se le llama a ese destino una putez old fashion. La vida gay, como su palabra la indica, es alegre. Hoy hay bocha de gays sueltos para elegir, de oso a andrógino, de decrépitos a imberbes. Estábamos todos bien, hasta que de pronto cayeron los hétero y coparon el chat. Todo chateador, casi todo gay o sea, coincidirá conmigo en que los perfiles de bicuriosos, los friendly, los 100 por ciento machos, van en aumento y amenazan con copar la pista. Esta aparición con fotos de miembros más que apetecibles, promesas que se cumplen y una entrega que en años mozos me habría simplificado la vida, me ha hecho retroceder algunas veces sobre el tiempo ganado. Un fantasma recorre esa parte del chat. Si encontrar machos es tan fácil, para qué romper con todos los beneficios que aún sigue dando la vida hétero... que los putos sean los otros. Un tufillo a homofobia recorre el grupo de Facebook “Grupo de paja hétero”, que propone masturbarse entre hombres heterosexuales. Hay un “entre nos” de camaradería, en algunos discursos, que pretende negar toda la historia. Somos dos hombres haciendo cosas de hombres.
Ahora, más allá de esto, ¿estoy yo en condiciones de afirmar que estos señores son putos tapados? ¿No serán héteros tapados? Históricamente la homosexualidad ha sido definida por lo que se nota, por lo que se escapa, la pluma. Y la heterosexualidad no ha sido definida, ha sido descontada por todo lo que no se ve. ¿Qué es lo que no se ve? ¿Sería la flexibilidad?
Pero antes de señalar al impostor, o pedir que el hombre que tiene sexo con hombres se defina, prestaría atención a toda la batería de control que ha desatado el descubrimiento. Es como si la historia volviera a repetirse, ahora los perseguidos son las identidades, que, dando el camino contrario que señala Foucault, se han vuelto comportamientos sexuales situacionales. ¿Es una reacción contra la presencia abrumadora de la política identitaria que regresa a la homosexualidad de donde salió el siglo pasado, o es otra expresión de homofobia que va directo contra una de las identidades más perturbadoras de la sigla, la bisexualidad? Hoy en numerosas páginas online aparecen psicólogos, médicos y sociólogos apuntando con todo a detectar a esta nueva figura, y echándole sobre él, todos y exactamente los clisés que antes iban para nosotrxs.
A su vez, vale la asociación, este concepto o al menos un término afín surgió también de la pluma médica, los hombres que tienen sexo con hombres (HSH), es una categoría que acoge a los maridos que podrían contagiar a sus señoras luego de acostarse con otros maridos o con algún gay . Este tecnicismo con fines propedéuticos surgió en 1990 como parte de una campaña de concientización contra el sida. Tal vez el heteroflexible termine siendo la ultima resistencia de la diferencia en casa. Miren, por lo pronto, pobre, lo que le toca:
“Las siguientes son unas señales que ,si bien no son definitivas para asegurar que su pareja es heteroflexible, pueden marcar la pauta del beneficio de la duda:
Cuando el círculo de amigos de los hombres es, en su mayoría, de su mismo sexo y menores a él.
Hombres que participan en reuniones frecuentes con amigos, en los que no existe presencia femenina y hay licor.
Darse cuenta de que las prendas de vestir y cosméticos femeninos no permanecen intactos en el lugar en que ella los dejó.
Cuando ellos prefieren el sexo anal más que el vaginal.
En el caso de las mujeres, cuando ellas disfrutan y piden más el sexo oral que la penetración.
Cuando tienen una pareja del sexo opuesto pero no son nada expresivos, y se escudan en que detestan las cursilerías. Por nada del mundo la tomarían a ella de la mano por la calle” (Así son los heteroflexibles, en vanguardia.com)
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