Si una trava le dice a otra sobre un cliente “es un heteroflexible”, ¿qué está diciendo?
› Por Marlene Wayar
Partamos del consenso de que con “hétero” estamos haciendo referencia a una persona que se siente atraída en lo sexogenital por otras personas con sexogenitalidad diferente a la propia. Y esto sólo podemos entenderlo en un mundo idealizado de personas con dos únicas expresiones genitales de penes y vaginas.
Superemos el escollo y hagamos de cuenta que esto es así... Luego consensuemos que vamos a tratar el tema desde una posición estrictamente travesti. Permítaseme también disfrazarme de positivista, de una Comte con minifalda y tacos. Pues si bien rechazamos las categorías quienes hemos sido catalogadas desde cualquier nazismo, a diario lo hacemos para organizar nuestro mundo y poder comunicarnos con mayor claridad. Si una trava le dice a otra sobre un cliente “es un heteroflexible”, ¿qué está diciendo?
En principio, que como cliente será complicado: no es el puto tapado que escoge una trava para que cumpla el rol de un hombre activo y por lo tanto intentará que la trava no tenga senos ni intervenciones de otro tipo. En su fantasía está con un portuario, camionero u otro estereotipo macho.
1 Recuerdo siempre a un garrón de la Nadia Echazú, destacado por su belleza extraordinaria pero sobre todo por su trasero apoteótico y virgen a propósito del cual ella siempre le decía: cuando estés dispuesto a entregarlo vas a ser un viejo y nadie lo va a querer. El momento llegó. Nadia ya no salía con él y él había dejado de ser garrón para convertirse en cliente muy consciente. Salimos y por suerte conservaba aquella vieja gloria. Me sorprendió la fluidez con que llevó todo hacia su orificio anal que estaba... ¿cómo decirlo?... bastante baqueteado. Sentí mucha pena, no sé por qué, y le pregunté abiertamente: “Decime que fue Nadia... ”. No me había reconocido, pero al escuchar esto, en sus cuatro patas giró la cabeza para verme a sus espaldas: “No, jamás, ni ella. No, ella nunca me lo hizo, tampoco nunca conocí su pija”. Pobrecito, pensé. Se perdió algo que al igual que su orto juvenil era apoteótico.
Traigo esto para marcar que en general esto es un proceso, a veces y sólo a veces es una intuición que se trae de cuna, una suerte de precocidad para comprender que el sexo es un ejercicio mental y que lo demás va y viene.
Un tipo puede salir con travas por ser la mejor oferta en el mercado de la prostitución urbana o conurbana y fantasear que está con la mina de sus sueños. En otra situación, pongamos por tal una desolación rural, puede hacer lo mismo con una oveja. Para él lo importante es él y tener otra N cosa que le sea vehículo para su placer y su despliegue amatorio, se mira u observa sólo a sí mismo. La mayoría de los seres humanos necesitamos que esa otredad esté con nosotras afirmándonos, así nacerá la curiosidad por aquello que no se muestra y en principio habrá un roce con la pierna o tal vez un codo, quizá la buscará en un espejo, habrá una primera pregunta, continuará un: “masturbate si querés”, y de allí al tomarlo entre sus manos, dejar que ese pene negado estalle en semen sobre su abdomen, llevarlo a su boca o intentar por primera vez sentir si su ano opone o no resistencia, y qué tipo de placer le da todo ello dependerá sólo de tiempo y lo férreo con que estén anudados los mandatos del deber ser.
2 Carla es una morocha que en sus 40 años y muy en plenitud había regresado de su primer viaje a Europa. Pasó un año aquí recuperándose de la añoranza y cuando regresó al norte dejó de recuerdo una bolsa llena de lo que ella llama “fotos trofeo de los chongos que me como”. ¿Qué los convertía en trofeo digno de esos álbumes de fotos?: ser atractivos, dejarse sacar la foto, no superar los 29/30 años, cierta medida mínima de pene, tener una buena cama... no ser heterotonto. La colección en ese recorte es una representación proporcional a la punta de un témpano de hielo, casi una octava parte de un total inestimable y no visible. Esto que se ve en las fotos supera los 90 trofeos y son sólo de ese año, que en rigor fueron 9 meses. Allí se ven desde cartoneros hasta jóvenes de Belgrano R y dan una somera idea de lo heteroflexible, volverán a sus cotidianidades sin el menor conflicto con haber disfrutado su sexualidad más allá del mandato y plenamente conscientes de su poder para hacer lo que les plazca sin perder sus privilegios, algo que las feminidades no tenemos o si lo tenemos a la menor ventisca lo podemos perder.
Hay muchos otros cajones por llenar, el tipito que te dice: “Yo voy a dormir y vos haceme lo que quieras, no voy a despertar”; o el que propone jugar a que es violado: “Sos mi profe y yo soy muy chiquito”, expresan claramente otra cosa, que a grandes rasgos, muy a grandes rasgos, hay algo del descubrimiento del gozo situado en cierta zona erógena a través del displacer por otro violento y ello obstaculiza, una allí actúa un personaje oscuro y violento en relación a otro que exige eso con mucho de revivir aquella experiencia, pero sin el otro que humilla, y los mira en esa humillación pues, una vez que se acaban, miran y el ogro desapareció y en su lugar está una sonriendo, se esfumó lo amenazante. Amenaza no sólo a su integridad sino y sobre todo a su masculinidad, pero esto merece por sí mismo un tratamiento extenso que supera el objetivo aquí y tiene la condición necesaria de que estos varones comiencen a hablar, denunciar y comprender que han sido víctimas.
3 Quiero irme acercando a este complejo concepto con otro ejemplo “clínico”. Mi oficina se ubicaba en Oro, entre El Salvador y Costa Rica. Una noche en que venía regresando, sale de un bar un guapo hombre mayor, me llama y acordamos. Adentro está mí novia, agregó después. El acuerdo no sufre modificación. El tipo era muy atractivo, quizás unos 50 muy bien llevados. Dijo algo más sobre el carácter sumamente pasional de su novia y pidió “usá forro, no me la embaraces, lo único que te pido”. Subyugada me dejé guiar hasta un sótano convertido en habitación de diseño impecable, ella hizo su aparición desde el baño; no llegaba a los 25 años, muy bella y si bien no era mi primer trío con una pareja, sí lo era con semejante diferencia etaria. Avanzamos y ella no dejó de sorprenderme a medida que se sucedían poses, miradas, caricias ... Nunca dejó de accionar, él descansaba mirándonos como sus chicas, ella jamás actuó de otro modo que como si fuésemos lesbianas, yo con un dildo incorporado. Me llevó por primera vez a no depender del hombre en danza como motor de la excitación, llegué a perderlo de vista, me envolvió en su pasión y estoy segura de que fue la primera persona que me llevó a eyacular con su boca sin necesidad de emplear mis manos. El heteroflexible es el modelo previo a uno futuro ideal más cercano al hétero en fuga que propone Susy Shock. Esa chica ya se había fugado y en eso me destronó de mi supuesto y primer puesto en el podio. Eso era cultura sexual y no espasmo académico de pretendida revolución posporno.
4 La próxima vez que de manera sustanciosa quedé sorprendida fue en un sitio swinger donde observaba el perfil de un culito bombeando a lo lejos dentro del cuarto que era todo cama, sin poder quitar mi vista de él. Mi atención se escindía con los aullidos de una mujer con notable exceso de peso, más que el de las de Botero, que tenía trabajando sobre sí a un tipo delgado de quizás unos 85/90 kilos, de estatura media. El goce de ella fue atrayendo a otros a su alrededor, terminé sentada con el culito que bombeaba y con quien luego sostuvimos una larguita relación era también su primera vez en esa situación. Ambos estábamos con sorpresa por ver la poca o nula incidencia de la apariencia física que estas personas demuestran tener al momento de los bifes, porque lo que observo muy extendido en los distintos sectores de la diversidad es que son los que están más condicionados por los estereotipos y la inflexibilidad, no sólo de los gustos y prácticas sexuales, sino de los condicionamientos de clase, que se exacerban cada vez más como efectos de los mandatos implícitos que quedan flotando en el imaginario, luego de las leyes que nos enmarcan en la heteronormalidad a la que se le suman otros efectos como la extinción de los espacios de socialización, que nos reunían de modos heterogéneos, y en esa diversidad se producirán cruces insospechados. Hoy todo se está disponiendo para lo homogenización incluso en los ciberespacios. La triste condena social que nos colocó a las travas en el ejercicio prostitutivo fue, es y será un lento y constante ejercicio transformador de ese hétero dispuesto a flexibilizarse, cada vez que nos cruzó en cada situación genital o asexuada, siempre fuera del armario aunque nos provocara una calamidad cotidiana.
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