Viernes, 18 de septiembre de 2015 | Hoy
MúSICA
El quinteto uruguayo bautizado Carmen Sandiego en honor a una villana de videogame, desembarca en Buenos Aires cargado de pop antipático, raros sonidos nuevos y referencias desviadas que van desde Isabel Sarli hasta Suzanne Somers.
Por Diego Trerotola
Hace diez años, Flavio Lira y Leticia Skrycky estaban terminando el secundario en Montevideo y se conocieron a la salida de la Cinemateca Uruguaya, donde habían ido a ver Bailarina en la oscuridad, con Björk chicata y sometida a la crueldad de Lars von Trier. La música del dúo nació cuando dejaron la oscuridad de la sala y de esa película, y se expandió hasta que formaron una banda llamada Suzanne Somers, que se diluyó para volver a ser el dúo fundante, rebautizado Carmen Sandiego, como una villana de videogame. La cultura pop estuvo en el germen de esta banda que puede tener ecos de Magnetic Fields y Yo La Tengo (a quienes telonearon en Montevideo), tanto como de Sonic Youth o Galaxie 500, pero que también pueden pelar covers de cumbia villera o de La Renga para hacer lo que les gusta más: deshacerse de las etiquetas fáciles con una impronta sonoramente queer. Si como dúo tenían bastante de visibilidad gay-lésbica, reforzada por sus letras, la amplificación fue inminente y se sumaron Matías Lens y Ezequiel Rivero para grabar Joven Edad (2010), ese gran disco que hizo que finalmente se convirtieran en una banda. Recientemente, Lucía Riera se sumó en teclados y son cinco los que hacen más mutante eso que pasa en los discos y los escenarios. Del susurro al grito primario, de la melodía popera al ruido blanco, Carmen Sandiego vino en varios formatos a Buenos Aires y ahora vuelve a descargar como quinteto esa pasión por todo lo raro que tiene la felicidad de ser “dandy rasca”, como se llama uno de sus EP. Desde Montevideo, Flavio Lira respondió algunas preguntas antes de la nueva fecha porteña con Sue Mon Mont, la banda de Rosario Bléfari.
–Son las tres a la vez. En un principio nos gustaba la sonoridad y la cantidad de lecturas dentro de la idea “Ciudad Dormitorio”. Entre ellas la idea del suburbio, de la ciudad que solo duerme, la construcción del espacio íntimo dentro de lo público, del margen y la periferia. Es decir, había una imaginería que se ajustaba al disco.
–Si pienso en queer como algo antagónico, sí. Si pienso queer como algo definido especialmente por su sexualidad invertida, capaz que no.
–Yo creo que nos consideran unos conchudos. Yo, para mí, somos pop.
–Está más que claro que la gente necesita escuchar canciones que les toquen la espalda y les digan: nuestro amor es eterno y todo va a estar bien. Si uno anda por la vida haciendo básicamente lo opuesto, está claro que el público minita que va a los toques a moverse como los Simpsons en Homerpalooza va a estar confundido y sentirse rechazado, casi burlado. Y los héteros que van a los toques probablemente queden sin chances de coger a las minitas Homerpalooza. Esto nos vuelve unas personas que hacen música de lo más antipática para aquellos que no tengan ningún sentido del humor o tengan problemas a la hora de ser honestos consigo mismos. Pero está bien, puedo vivir con eso y llevarlo con orgullo. Me gustaría que los putos y las tortas viniesen a los toques. Pero la mayor parte de los putos huyen cuando una guitarra eléctrica suena. Y puedo entender el porqué. El rock se volvió un ámbito cerrado y homófobo, al menos en Uruguay. Pero al mismo tiempo la mayor parte de la música que consumen los putos está bien de menos. Creo que son muy fans del mainstream de una forma muy poco irónica. Es difícil hacerlos entender que eso es dormir con el enemigo noche tras noche. Ahora por suerte hay más tortas en el público. Todo esto se podría contestar con la frase de John Waters (todo en la vida probablemente se pueda contestar con frases de Waters) que dice más o menos: me llevo bien con los individuos que no se sienten cómodos en sus ámbitos de pertenencia. Minorías que se llevan mal con su propia minoría.
–Teniendo en cuenta que los cinco escuchamos mucha música y bastante diferente entre sí, la cantidad de influencias daría para una de esas enumeraciones extensas y ridículas. Lo que sí puedo decir es que personalmente intento evitar los riffs rolingas y las canciones en plan country western, porque cada vez que escucho una de esas en bandas que me gustan tengo que irme de los toques o saltearlas del disco. También siento una profunda vergüenza ajena de todo aquello que contenga gestos de estadio.
–No creemos estar demasiado alejados musicalmente de bandas que vinieron antes que nosotros. Por lo pronto veo parecidos bastante obvios con La hermana menor y Danteinferno. De cualquier forma, mi mayor referente, o la obra que más me obsesionó de la música uruguaya, es la de Sylvia Meyer. Amo que esté tan por fuera, que sea y no sea al mismo tiempo pop, música popular uruguaya, y el término más demodé y genial de todos, “música culta”. Incorporó ideas del minimalismo que nadie más se animó a hacer. Tiene un disco de versiones de Darnauchans que es mejor que cualquier cosa que haya grabado él mismo. La amo. Sueño que un día va a cantar una canción con nosotros.
–En estos momentos tenemos varios hermanos y sobrinos, entre ellos a Maniquíes, a Alucinaciones en Familia, a Julen y la Gente Sola. También a Lucas Meyer y Mux. Y el mejor disco del 2015 es uruguayo y lo hicieron los Comunismo Internacional. Se llama No hay leche en el corazón de la muerte. Búsquenlo.
–No. Pero ese uso de la deformidad y lo negativo, así como la constante y variopinta referencia pop, es algo que casi que nos define como personas. Si bien no son canciones necesariamente autobiográficas, el lenguaje que usamos es nuestro. Es la manera que nos comunicamos, a pesar que no nos sentimos identificados con la subcultura freak, es decir, no estamos interiorizados ni nos limitamos a eso. Nos gustan las películas culturosas y lentas también. Nadie nos va a llamar para tocar en una convención nerd de comics, películas bizarras y videojuegos, digamos. Aunque podría ser divertido, más allá del olor a otaku.
–Lamentablemente no hay muchas películas queer uruguayas. Lo más cercano es la filmografía de Aldo Garay, pero él no se define como queer y dice que sus películas hablan de cosas más generales. De cualquier forma, sus films me gustan mucho, en particular Mi Gringa: probablemente solo robaría líneas de diálogo o describiría una imagen. O haría un instrumental con el éxtasis religioso de Nacho y Julia como fondo. También está El Proyecto de Beti y el hombre árbol, de Alvaro Buela. Es muy fallida y desprolija pero tiene muchas más ideas interesantes que casi todo el cine nacional. Y El Cuarto de Leo, que nunca vi porque soy una perrita prejuiciosa y cuando leí la lista de canciones en la banda sonora quise mudarme de planeta, aparte de que les hice mucho caso a mis amigos que dijeron “si no querés ir a matar gente, por favor no la veas”. En cuanto a Argentina, considero que las películas Sarli/Bo son de lo más queer friendly, en especial Fuego, que tiene a la lesbiana más políticamente incorrecta del cine. Y por supuesto Vil Romance, que acá en Montevideo la pasaron al aire libre, en una proyección gratuita para toda la familia. Fue hermoso.
Carmen Sandiego se presenta en el ciclo Martes Indiegentes el próximo martes a las 20, en Niceto Club (Niceto Vega 5510) junto a Sue Mon Mont y Djjj (Pablo Schanton).
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