Viernes, 2 de octubre de 2015 | Hoy
RECITAL
Katy Perry es la expresión pop de un fenómeno sociológico y demográfico que en estas pampas puede comprobarse desde hace por lo menos diez años en las fiestas Plop y afines: la existencia de un público (y un mercado) gay teen que todavía no ha roto sus lazos con sus caprichos infantiles.
Por Mauro Gentile y Mariano López Seoane
Mañana a la noche se abrirá el telón del Hipódromo para dar inicio a la segunda presentación de Katy Perry en Argentina. Más allá de lo que suceda en el escenario, asistiremos a la formalización de una alianza inesperada: la que esta artista ha sabido propiciar entre niñas de 6 a 10 años y maricones de todas las procedencias y edades. Este es su público. La pregunta para el sociólogo o la mera curiosa es cómo esta hija de pastores anglicanos nacida en Santa Barbara en 1984 y devenida en super estrella pop consiguió hacer confluir estos dos universos aparentemente tan disímiles.
La respuesta, querida lectora, no hay que buscarla tanto en las habilidades humanas o sobrenaturales de nuestra artista, sino en las transformaciones que ha sufrido la cultura gay en las últimas décadas. En todo caso, el dominio de Katy Perry sobre los charts y el firmamento del pop, funciona como ilustración perfecta de estas transformaciones. ¿Quién era la reina de nuestros corazones en los 80s y los 90s? Madonna, que cuando no quemaba un crucifijo, estaba frotando sus partes íntimas con dos o tres compañer@s, o bailando desenfrenada en un tugurio gay. Fast Forward al 2015 y tenemos a una popstar que declara su respeto por los valores religiosos tradicionales, modera su sensualidad para volverla ATP y aplana lo gay sumándolo al arcoíris inocente de la diversidad. Su primer hit “I kissed a girl” se encarga de disipar toda duda y de no abonar confusiones: una canción sobre un beso entre dos chicas parece querer gritar “No soy lesbiana”. En breve, Katy es una popstar absolutamente conservadora.
Su conservadurismo relumbra en todos los fuegos de artificio que le dan forma a su pop azucarado. Musicalmente, no se desvive por descubrir nuevos formatos, géneros o ritmos. La “experimentación” no es lo suyo. De hecho, trabaja con los mismos productores desde el comienzo de su carrera (el Leviatán nórdico Dr. Luke y su equipo, responsables de sus hits “California Girls” y “Roar” entre muchos otros), obedeciendo el mantra norteamericano “If it ain’t broke, don’t fix it”. Sus letras yogurt descremado pueden ruborizar a sus fans de siete años sin escandalizar a sus madres. Su hit “Teenage dream”, por caso, refiere al contacto físico propio de la pasión adolescente, pero lo hace interponiendo entre mano y piel “el jean ajustado” de la cantante. Su novio no la toca. Le toca el jean. Sus videos, lejos de desafiarnos con referencias al SM o a peleas de pandillas de motoqueros, nos ofrecen un recorrido de carrousel por películas icónicas de los 80, comedias románticas, aventuras en la selva y un mundo de caramelos. En el universo de Katy Perry los jóvenes no se susurran guarradas al oído; se confiesan sus sueños infantiles mientras comparten un milkshake en la fuente de soda. Es un universo poblado por princesas, ositos de goma, frutas danzantes y animales amistosos. En breve: todo en Katy Perry parece querer probar la existencia de algo así como el entretenimiento sano. Por eso su éxito puede ser leído también como una suerte de reacción: un retorno a los orígenes del pop como la versión lavada, y especialmente diseñada para consumo de las masas blancas, de la música demasiado sensual de los negros. Un proceso de
pasteurización similar es evidente en el personaje que construye Perry: comparada con sus antecesoras, pero también con algunas de sus contemporáneas (Gaga, Rihanna, la Minaj), Perry es una especie de hidrolavadora dedicada a sacarle al pop todo lo que podría tener de oscuro, peligroso, disruptivo, desobediente y perturbador.
Volvemos entonces, queridas lectoras, a la pregunta inicial: ¿cómo es que esta puritana se ha convertido en ícono gay? Para empezar, tenemos noticias: la cultura gay ya no es un tesoro subterráneo que viene a darle al pop su toque revulsivo, sino que es un nicho más de consumo, amplificado además por la incorporación de nuevas generaciones que expresan abiertamente su diferencia en miles de plataformas. Pero acaso no haya que darle tantas vueltas al asunto. Subestimémonos un poco: Katy es un mujerón que usa vómitos coloridos de Minnie Mouse japonesa como vestuario, canta melodías fáciles y pegadizas con un ultra beat nórdico de fondo y está siempre acompañada por bailarines que se vuelven estrellas de Instagram gracias a sus cuerpos. ¿Qué más se puede pedir para un sábado a la noche?
Sábado a las 21 en el Hipódromo de Palermo, Av. del Libertador 4101. Invitadas: Lali Espósito y Tinashe.
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