Sábado, 8 de noviembre de 2008 | Hoy
SIC
“Yo al que quiero rescatar es al marido, porque hablan mucho de Florencia... ¡pero hay que tener unos huevos para casarse con un travesti!” Divina Fernanda Iglesias, abandonando en vivo y en directo la corrección política en el programa del que es parte, Duro de domar. Fue dos noches después de que Florencia de la V cumpliera el sueño de vestirse de blanco y arrastrar una cantidad indefinida de metros de tul luciendo lágrimas en los ojos que no lograron correrle el maquillaje. Esa misma noche de sábado —mientras la Marcha del Orgullo todavía ocurría— ya se habían escuchado comentarios de antología sobre la alfombra roja que tendió el Tattersall para saludar tan extraordinario evento: “Yo no sé si vi gente normal; lo que vi es gente muy feliz” (Lara Bernasconi, modelo). “Para mí ya no es un travesti... la verdad no me importa qué es” (Moria Casán, vedette). Pero los del programa de Roberto Pettinato son dignos de ser enmarcados. Leamos al orgulloso progresista, don Chavo Fucks: “Parece una mujer, vive como una mujer y es respetada como mujer”. Fácil es inferir que como travesti o trans ya no merece tanto. Pero, bueno, el pobre comentarista trataba de explicar el lapsus de Susana Giménez diciendo en su programa que la veía emocionada como una novia o “como una embarazada”. Lo cierto es que el consenso sobre que vestirse de blanco es casamiento es directamente proporcional al consenso sobre que Florencia de la V ya es mujer y, aunque ella haga alusiones más de una vez a su identidad trans —sin usar ni esa palabra ni travesti—, es posible asistir a la fiesta como si fuera cualquier otra boda de la farándula. No en vano la actriz, que eligió de padrino a un adusto Gerardo Sofovich, desistió incluso de la unión civil —que no le hubiera permitido usar el nombre con el que se identifica— para pasar directamente a la puesta en escena de la novia blanca. Claro que, entre tanta emoción y soñada algarabía, el silencio sobreviene, abrupto, cuando la sociedad mediática cae en la cuenta de que esa mujer no es tal y no pueden seguir haciendo la vista gorda. Entonces sobreviene la violencia al estilo de El juego de las lágrimas: “Hay que tener huevos para casarse con un travesti”. ¿O con un freak? ¿O con un puto? Ah, no, eso no, el odontólogo tiene huevos, es muy macho, porque a pesar de no ser homosexual —se lee entre líneas, ya que nada de todo esto se dijo de la boda de Roberto Piazza— se casó con esta mujer que no lo era tanto.
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