Vie 06.11.2015
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ORGULLO

La liberación en el origen

La bandera del Orgullo tiene una larga historia de acuerdos y disputas que comienza en el siglo XX y sigue construyéndose hoy. En esa trayectoria se puede leer la complejidad de un sentimiento que también es revolución, liberación, responsabilidad, alegría y futuro. Aquí, en vísperas de la Marcha, algunas claves.

› Por Gabriel Giorgi

Todo tiene (al menos) dos historias, dos orígenes, dos tiempos. El “orgullo” de nuestras marchas no es una excepción. Sabemos que antes que “orgullo”, la palabra fue “liberación”: la primera marcha de la que se tenga registro, en 1970, se llamó Christopher Street Gay Liberation Day, y conmemoraba no sólo los enfrentamientos en el bar Stonewall, sino también, quizá sobre todo, el hecho de que una población –de travestis, lesbianas, gays de clase media, taxi boys– le habían hecho frente a la policía y fundamentalmente, le habían ganado el territorio. “Gay Liberation Day” indicaba, antes que nada, el hecho de que una calle de la ciudad –una zona, un circuito y un paisaje: una forma de poner el cuerpo en el espacio público– había sido disputado y había sido liberado, siquiera por un instante, del control de la policía. Lo que se celebra, lo que se nombra con la palabra “liberación” es eso: ese instante en que el territorio deja ver la posibilidad de una nueva autonomía.

“Liberation” fue reemplazada, unos pocos años después, por “pride”. La historia de esa sustitución es diversa, pero en general hay consenso de que fue una decisión que respondía a la voluntad de volverse más mainstream, de despejar el panorama de las resonancias anticoloniales, antirracistas y anticapitalistas que venían con la palabra liberación. Orgullo acomoda más: es afectiva, no ideológica; empática, no confrontativa; habla de la visibilidad y del reconocimiento colectivo, pero también de la dignidad individual. Es una herramienta que permite múltiples usos, que produce lazo social, trabaja la subjetividad, diseña modos de lo visible. Quizá por eso resultó exitosa, y se volvió un signo global.

En nuestras playas, el origen también es al menos doble. Y también, la liberación fue uno de esos orígenes: el Frente de Liberación Homosexual es el que sale a la marcha, en 1973, cuando llegaba Perón. Se sabe: esa primera marcha, también antes del “orgullo”, aspiraba a sumar las luchas de la liberación sexual a la agenda de los proyectos antiimperialistas, y en algunos casos anticapitalistas, que atravesaban la izquierda del peronismo. Ahí queda; habrá que esperar a los 90, al retorno de la democracia y a las marchas que serán, ahora sí, y en consonancia con el horizonte global, del orgullo.

Liberación y orgullo: dos tiempos, dos energías no ya sólo del movimiento, sino de ese laboratorio de subjetividades que es el universo glttbi. Los dos tiempos son dos memorias: conviven, no se sustituyen; se tensan uno a otro. Cabe sin embargo pensar cómo en la filigrana de esa tensión se juegan muchas de nuestras disputas e invenciones en las democracias del presente, que son “democracias de la precariedad”, donde la precarización económica, social, vital demarca los límites de nuestras libertades. Y donde algunxs parecen querer olvidar que eso que tenemos en común son cuerpos expuestos, en distintos grados, a la precariedad. Porque si el orgullo gay se ha vuelto bastante reconocible en estas democracias –muchas veces colonizado por globos y carilindos, funcionales al marketing de la felicidad y alérgicos a todo lo que huela a precario–, la liberación tiene historias y sentidos menos evidentes, aunque no por ello menos reales. Cabe, pues, preguntarse si liberación hoy no nombra las disputas en nuestros deseos, nuestros placeres, nuestros afectos, en el terreno mismo de la precarización intensificada de los cuerpos. Si liberación, para nosotrxs, no implica recordar que los derechos obtenidos son respuestas a una precariedad que sigue allí, y que algunos quieren gestionar para su propio provecho. Si liberación, en fin, no es hacer de eso que tenemos en común –los cuerpos vulnerables de trans, tortas, putas y putos– un modo de luchar contra una lógica de mercado que está vivita y coleando, que necesita volver a deglutir el Estado, y que nos quiere cada vez más precarizados, más obedientes, más dóciles en el miedo. Liberación hoy es la palabra, quizá, más que nunca, cuando un neoliberalismo de segunda (o tercera) generación reclama una nueva legitimidad, un nuevo ensayo de sus poderes.

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