› Por Juan Pablo Sutherland
Hace 20 años atrás Pedro Lemebel escribía en Santiago en la emblemática revista cultural de los 90, Página Abierta, un artículo titulado: “La insoportable Levedad del gay”, poniendo el ojo sobre la peligrosa visibilidad y las trampas políticas que expone el espacio público para las locas. En esa ocasión, la primera irrupción del movimiento homosexual en Chile había sido utilizada por los medios para intentar borrar la demanda del No a la impunidad que exigían las organizaciones de DDHH, en la frágil y negociada transición política chilena. Al otro día de la marcha de derechos humanos, los medios cubrieron de imágenes sensacionalistas a un grupo de travestis que se “alojaban” en el cerro Santa Lucía (en medio de la ciudad) y que corrieron felices para sumarse a la columna de locas políticas que escucharon venir y que luego, acompañaron con gritos y letanías, a estas alturas legendarios como: “Respeto, rispeto querimos respeto”. Un cruce intempestivo, inicial, donde se encuadró el paisaje marginalizado de las travas y la demanda de derechos humanos. Grito que se volvió paródico, histórico y tierno, de aquel primer momento. Los medios hicieron su festín poniendo a las locas como una nube exótica que tapaba la exigencia de Juicio y Castigo a los responsables de la violación de los derechos humanos en Chile.
El concepto o noción del Orgullo como lo conocemos ahora, estuvo alejado de las irrupciones iniciales de las militantes maricas politizadas en el espacio público chileno emergente de los 90. Se quería contaminar con consignas más radicales que no vinieran del norte yanqui. Hay algunos lienzos memorables y que rayan en el surrealismo delirante de las locas: “Somos una realidad humana”, texto que a estas alturas nadie asume como autoría, pero que ha quedado grabado en el imaginario de las locas, nadie recuerda qué se pensaba en ese momento para tan notable y paródico grito de existencia marica. Al parecer poco a poco, el manifiesto político que coincidía con las exigencias del país, fue retrocediendo, como así avanzando el enclaustramiento identitario que contaminó públicamente sus exigencias en un solo día del año en la agenda del país.
Orgullo gay podría equiparse a cierto discurso de la igualdad y el de disidencia al de la diferencia si quisiéramos acercarnos a discusiones antiquísimas que ya dieron por décadas en la política radical nuestras amigas feministas. Hoy por hoy, el espacio público ha dado paso a una noción del orgullo como acto celebratorio identitario marcado por una autocomplacencia que se enmarca en los límites absurdos de un autismo homonormativo. El orgullo gay–lésbico que ha ido agregando decenas de siglas a la ecuación visibilizadora de las representaciones (GLBTI) ha sido curioso en la medida que se revelan más identidades “atrapadas” en una política de construcción que no visibiliza ni las sociabilidades ni las políticas que les dan sustento. El orgullo no contamina, solo corre por sí solo para arreglarse sus propios pantalones o faldas en la agenda nacional. Hace unos días los dirigentes de Fundación Iguales y el Movilh corrieron preocupados para exigir que el Acuerdo de Unión Civil (ya ley del país) se cumpliera en las oficinas del Registro Civil, uniones que corrían el peligro de no realizarse inicialmente por el paro-movilizado que llevan los trabajadores estatales por más de un mes. Llama la atención la poca solidaridad de las organizaciones gays que solo asumen la preocupación de su demanda, dejando de lado a los trabajadores y trabajadoras, pues al parecer ese tema no les corresponde o no les toca. La política correcta y bien representada del gobierno de la NM (Nueva Mayoría es la coalición gobernante que lidera Michelle Bachelet), hizo que se les abriera las puertas exclusivamente a gays y lesbianas para que pudieran realizar la unión civil. La legitimidad de la demanda conquistada no es el punto, la lectura y operación de los dirigentes de las organizaciones para pensar el país resulta sospechosamente mezquina. Quizá el “orgullo = visibilidad” ha quedado atrapado en un secuencia representacional que solo cita un gesto identitario autocelebratorio sin latencia política ni solidaridad nacional. La postal fue: dos chicos con smoking tomando champagne orgullosos y celebrando su unión civil y como reverso, la demanda de los trabajadores siendo acusada por la clase política y los medios de poca sensibilidad con la población. Difícil ecuación que rinde frutos y espejismos a una demanda que no es equivalente a la de los trabajadores.
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