LIBRO
Luis Negrón llega desde Puerto Rico a presentar su libro de relatos maricones. Mundo cruel se ríe de la crueldad en términos propios y en su propia cara.
› Por Gabriela Cabezón Cámara
“A mí me encanta ser maricón. Me parece genial, lo disfruto. Estar con otro hombre, que seamos dos hombres, me da morbo. Si naciera de nuevo, quisiera ser maricón de nuevo”: recién llegado de la Feria del Libro de Santiago, en Chile, Luis Negrón llena, con su sola voz, de risa, Caribe y fervor puto –“pato” en su tierra– al bar de Villa Crespo donde tiene lugar esta entrevista. Viene a presentar Mundo cruel, un hermoso libro de relatos que acaba de publicar Páprika –con apenas 6 títulos una de las más notables el último año– en nuestro país. La aventura empezó en 2010, cuando era librero en San Juan, Puerto Rico, y publicó los cuentos en una edición de autor: “50 ejemplares. 25 para los amigos y el resto a para alguna loca que anduviera por ahí”. Fue premiado en Estados Unidos, recibió el Lambda –por primera vez otorgado a un libro traducido–. Y desde entonces da vueltas por el mundo. Antes “nunca había pedido el pasaporte. Para qué, si no iba a ningún lado”. A partir de este libro gastó el pasaporte. Y lo está por llevar al cine Benicio del Toro, así que se va a tener que sacar uno nuevo. Y todo este viaje empezó con una edición pagada por el autor. ¡No se desanimen, escritores nóveles! Decía que Mundo cruel es hermoso. Lean estas pocas líneas y van a estar de acuerdo enseguida: “Papi agarró mi cara con una sola mano y la apretó como una bola de papel dentro de su puño. Se quitó la correa y azotó mi espalda. Cuando vio que no lloraba, que no decía ni ji, cruzó con la hebilla mi frente hasta que el corito que cantaban en la radio paró. Me dejó ambos ojos hinchados y la nariz rota. Al bajar la inflamación, el rostro se me había transformado. Se parecía a las estampitas de los santos que tenía mi abuela, la católica, en su casa. Para los demás muchachos eso era irresistible. Todos querían ser mi novio.” El que habla es el narrador-protagonista de “El elegido”. El chico se transforma, por obra y gracia de la feroz paliza de su padre, en una especie de santo del placer: todos, desde el director del coro hasta el hijo del pastor y el pastor mismo, quieren cojer con él. Así, jugando con la desmesura y con el absurdo, con el humor y con algo del horror, con la música veloz de la oralidad boricua y sus palabras recortadas mezcladas con ese castellano común a toda Hispanoamérica que se suele llamar neutro, Negrón cultiva una especie de realismo desenfocado por exceso. De “El elegido”, dice que “era como crear un santo y un monstruo a la vez, es un cuento esotérico, no está en cuestión la existencia de dios, el personaje está cómodo con la religión, no se quiere salir de la Iglesia: es como decir, de la trinchera de la que más nos atacan, también hay homosexualidad”.
–Sí, yo siempre dije: si tuviera una religión, sería católica. Yo recuerdo que miraba esas ilustraciones bíblicas, eran lo más cercano al porno que podía tener, no había Internet por entonces. Por otra parte, aun en los contextos más adversos, uno es. “El elegido” es lo que nosotros llamamos una “loca zafia”, la que no se deja joder por nadie. Claro que me da pena que el niño tenga que pasar por eso. Pero bueno.
Sus cuentos van armando un mundo, el de los “patos”, putos, diríamos nosotros, de Puerto Rico, que en Mundo Cruel se representa como una sociedad más bien conservadora. Entonces, algunos de sus “patos”: la loca vieja enclosetadísima y bulímica que se prepara seis horas para ir al boliche —la “barra”, dicen por allá— y puede terminar con tremendo soponcio por la salida forzada del armario provocada por el activismo de los jóvenes patitos, más libres y mucho menos coquetos. Otra loca, una ingenua, las locas son los personajes más divertidos de Negrón, que termina embarcada en una desventura internacional por amor a su perra muerta. Un taxi boy distraído que puede volver cien veces a la escena de un crimen. Dos vecinas, “madre preocupada” y “madre también preocupada”, hablan con maldad del hijo de otra, bastante pato a simple vista. Hay más, claro, no vamos a contar cada uno. Y todos en el contexto de un barrio de una ciudad: Santurce, en San Juan de Puerto Rico; “Cuadras y cuadras llenas de oficinas de médicos, templos católicos, evangélicos, mormónicos, rosacruces, espiritistas, judíos y yoguísticos, si es así como se dice. Peste a alcantarillas las veinticuatro horas del día. Calor insoportable.” Sigue la enumeración, suma las tiendas, los colegios, los terciarios con salida laboral. Un barrio lleno de humor y de deseo de salvación, violento, medio averiado y bien abigarrado, repleto de inmigrantes dominicanos –despreciados por una parte de los boricuas– y, a juzgar por lo que escribe Negrón, lleno de “patos”.
–Pato sale de mover la cola; somos putos caribeños, si movemos la cola la movemos más, con más ritmo, somos una sociedad más mulata. Una de las carnadas que usan las locas en los barrios para seducir, o para desafiar, es mover mucho el culo. De ahí viene la palabra. A las lesbianas les decimos patas o buchas, que viene de butch. La mayoría de los homosexuales portorriqueños emigran a Nueva York, en lo que se llama el “sexilio”. Por ejemplo en Stonewall estuvo lleno de locas puertorriqueñas. Adoptamos muchas palabras que vienen del mundo queer de allá.
Lo gay, de casarse y todo eso, es otro estrato social; si tienes dinero, es más fácil salir del clóset y por otra parte es el tipo de hijo homosexual que toda mamá quiere tener. Cuando a mí me preguntan “¿tú eres gay?”, yo les contesto: “No, no tengo ropa para eso. Yo soy maricón” o “no tengo cuerpo para eso, ¿ves esta pancita? Este es cuerpo de maricón”. Por otra parte, mis cuentos suceden en el margen del margen, donde todo coexiste con cierta violencia. Donde viven los inmigrantes y la gente más pobre, la de los trabajos manuales. Y los maricones desde siempre han vivido ahí. Es una homosexualidad más desafiante, más dura y más descarnada. Mis locas son, claro, una reivindicación política; me parece trágico que haya un solo espacio de aceptación y de asimilación. Me parece que es más fácil aceptar a Ricky Martin, que es lindo, que es rico, que a una loquita medio problemática y mal hablada. La loca es subversiva, de caminar por la calle nomás todo el mundo se la queda mirando porque está rompiendo con la norma. Es más importante políticamente la loca: los derechos no los adquirimos por portarnos bien, al contrario, fue por joder y por desafiar. A mí eso me parece más importante que decir que somos todos iguales. Además, no, somos todos diferentes.
Sí, y de Pedro Lemebel también, esa loca seductora. Además, para un escritor la loca es chévere porque hay melodrama y sátira, el personaje es una performance caminando. Puede ser más dura en el uso del lenguaje, como por ejemplo en el cuento “La Edwin”, cuando le dice tú eres un pato, tú eres un maricón, olvídate de conquistas políticas y todo eso. Por usar palabras como loca o pato o maricón, mucha gente de la Academia considera en Puerto Rico que mi trabajo es homofóbico.
No, la que viene de la gringa, la de lo correctamente político. Yo les digo: marché para llamarme como yo quiero, no para que vengas tú a decirme cómo me tengo que llamar. También hay gente que dice que la culpa de la homofobia la tienen las locas o las mujeres masculinas, o que no van al desfile gay porque van las travestis. Hay mucha homofobia dentro de la comunidad. Tanta como para cuestionar la noción de comunidad. Me gusta trastocar esa idea de que entre nosotros estamos seguros. No es así, se nos cuela la homofobia, la hemos internalizado.
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