Viernes, 20 de noviembre de 2015 | Hoy
El lunes pasado circuló la noticia de un bebé abandonado en el Hospital Argerich. Praxedes Candelmo fue la enfermera que lo encontró. También supo eludir la voracidad transfóbica de quienes insistieron en convocarla como “Mariana Candelmo” para reflotar la estigmatización que comenzó con el caso del Bambino Veira.
Por Franco Torchia
No hay nada más político que el deseo. Es orientable y dependiente, pero no siempre es ingobernable. Por ejemplo: a mí la piara futbolística –con pantaloncitos, botines, slips sudados, piernas fibrosas, agramaticalidad extrema, códigos onomatopéyicos y vestuarios sin paredes revocadas– siempre me resultó execrable. Debe ser porque detesto a los hombres: nunca me gustaron y tomo la decisión además de que no me gusten. Libro cruzadas cotidianas en contra de ellos. Los hombres suelen ser como el Bambino Veira y yo lo intuyo desde 1987, cuando su celebrado “varonerismo” levantó adhesiones a favor de su pene y en contra de Sebastián Candelmo, que “algo había hecho”. El niño Candelmo, su padre y su madre, algo habían hecho para que Veira no haya podido resistir “la tentación” de “enderezar” al puto. El Bambino hizo lo que un macho que trabaja de colocar la pelota propia en el agujero ajeno tiene que hacer. Si hay en la Argentina un crimen tramposamente amparado en “la razón pasional” –una pasión en virtud de la que no es posible ni el pensamiento ni mucho menos algún tipo de justicia– es el crimen organizado de la industria futbolística, un sistema racional de fabricación de machos con normas ISO 9000/9001. Odio a los hombres.
A comienzos de los dos mil, Malena Candelmo buscó novio en el programa de tv Cupido. La vi llegar al estudio mareada. Para la cita a ciegas le pusimos a un musculoso con 14 horas artificiales de sol, shock de keratina y shampoo tipo rubio natural. Hubo coincidencia y se dieron un piquito. No volví a cruzármela. Sin embargo, nuestro encuentro no fue casual: Malena, sin saberlo, removió mis propios episodios como víctima de abuso sexual. Somos contemporáneos en el ultraje. El mismo año en que Sebastián era la imagen pública de una Nación goleadora, yo era su televidente silencioso. La tele daba mi propio martirio y sometía el suyo a la consideración de la mayoría que aplaudía al técnico. En 2014, a mi inbox de Facebook, llegó un mensaje de Praxedes Candelmo Correa: meses buscándome, varios juicios avanzados contra comunicadores y empresas periodísticas y un título de Técnica en enfermería con alto promedio y recomendaciones. Praxedes había tramitado su nuevo DNI en 2013, necesitaba trabajo y necesitaba además despertar a jueces. Habló dos horas en el programa de radio que hago y el diálogo siguió afuera. El tesón hizo que consiguiera empleo.
El lunes pasado, la sensiblería informativa despertó con la noticia de Nicolás, recién nacido, abandonado en un baño del Hospital Argerich: Praxedes era la heroína involuntaria, la enfermera de terapia intensiva que había entrado al baño de mujeres y se le había “helado la sangre” al oír llorar al bebé y al descubrir su estado. Pero para la brutalidad mediática Praxedes era “Malena”, con o sin comillas. Pero para la brutalidad mediática Praxedes tenía que hablar. Pero para la brutalidad mediática Praxedes tenía que volver al antro y charlar con Polino sobre las vueltas de su vida. Pero para la brutalidad mediática Praxedes era parte del asunto, aunque hubieran pasado más de doce años de su extinción televisiva. Y no: Praxedes recuperó sueño, no atendió a nadie y volvió al día siguiente a trabajar al Argerich. Praxedes tiene una vida propia. Experimenta hoy los efectos de alcanzar una identidad, rearmar su cuerpo y apropiarse de su persona. Mucho tiempo, ella fue solo pasado: hoy es presente y planea futuro. Cursará la Licenciatura y jamás se olvidará de la profesora Dávila, la especialista en neonatología que le salvó la vida. A ella y a Nicolás.
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