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Durante mis ya más de quince pero aun menos de cien años he conocido una serie infinita de personajes fabulosos al estilo de los Seres Notables alumbrados por Gurdjieff. Maestros de vida, pero en mi caso dentro de un carnaval de chispeante LGTB: Lesbas, Putos, Trolos, Maricas, Travestis, Gays, Andróginos, Eunucos, Manfloras, Pasivas como yo y valga el etcétera. Constelación de diosas del placer más legítimo y asumido. Verdaderas deidades huidas de Olimpos impensados como tú, oh, Pedro Lemebel, con hechizo tal vez originado además de la rabia, en una mezcla impensada de sagas vikingas, mapuches y otras estirpes imposibles aun de detectar, incluso extraterrestres. Oh, hijo del Arco Iris, Matriarca del Nuevo Tiempo. Al fin, ¡nuestra Avatara! 

Como una rosa que sigue dentellando perfume incluso en cada espina, además de los pétalos de tu lengua indomable, capaz de encandilar con brava ternura, tanta herida secreta, que ahora encendemos como condecoraciones, ante el pacto perfecto que nos permite y empuja a no retroceder, aunque vengan degollando, esas ya no temibles pero siempre acechantes ogresas del Bolero Oficial: Ansiedad, Angustia y Desesperación.

Petra, que al mismo tiempo fueras Ariadna y Minotauro, logrando el casi sísmico equilibrio sobre tus tacos altos ante cualquier platea insaciable destilando tu tan esperado resplandor de goce ilimitado. Ritual que continúa, cuando cualquiera lee, todo aquello que tatuaran innumerables papeles imantados por tu escritura de faro incandescente. Adhiero a esta chamanada que los pedrófilos y pares acólitos, como aquí ahora yo, realizan para celebrar un año de tu tan solo aparente y física partida.

Así siempre estarás, además de en la Suite Sideral, junto a todas las que hemos tenido la inmensa fortuna de encontrarte. Nos une todo el amor, jamás ningún espanto, será por eso que te queremos tanto.

Hasta luego, primor.