OTRA COSA MARIPOSA
› Por Eduardo Chaijale
La palabra Home, pronunciada por Cate Blanchett en la película “Carol”.
Sé que nunca emularé la precisión de Anthony Lane (New Yorker), cuando escribió que Cate Blanchett en la “Carol” de Todd Haynes arrastra las palabras en un tono tan bajo, tan bajo, que está a un suspiro del aburrimiento. Medido, ese mínimo de aire equivale a la inhalación necesaria para pronunciar “home”, como lo hace Carol (Cate) ante Therese (Rooney Mara). Las dos a la mesa, en penumbras, antes de enfrentar –cada una con la educación de paladar que corresponde a su clase– una fibrosa espinaca en lubricada crema. Aun en circunstancias donde confesar el hambre carga mayores connotaciones, Carol sabe cumplir la ley de sobriedad que exige la verdadera elegancia. Para ese cumplimiento habrá cumplidos tensos, pero sobre todo colaboran los colores que mejor le combinan a las rubias: el rojo y el gris. Combinación que siempre responderá al sabor de la nuez para mí, desde que vi a mi abuela desenvolver unos caramelos de Bonafide rellenos de crema y cubiertos de chocolate: el colmo de lo fino y accesible para la clase media de los 70. Ah, los colores del 12 cuando deja su estela de buen gusto atravesando la ciudad…
Sólo una actriz como la Blanchett podría traducir a fonética y cadencia ese Home, que escrito lo leeríamos en bastardilla, quizás rubricado por un signo de pregunta, pero casi esfumado. Ese suspiro le basta para nombrar lo que le falta. Sólo ella, ella que como Carol es todo lo que cualquiera hubiéramos querido como madre: una Marisa Paredes del país donde nació Madonna. O la Roth más vague, más Vogue. O Cruella buena.
Escuchemos de nuevo ese “Home”. Le sale dudoso, sí, como poco humo, como duda que baja de una bocanada (y sí, el fumar y el fumé articulan la ética y la estética feministas de la película). ¿Pero Carol subraya la palabra o la hace pregunta? Conocemos aquello de que “A House is not a Home” por el clásico de Bacharach/David. O, mejor, “A House is not a Motel” (Love), pero Carol no. Ella sólo tiene claro que su casa no abriga la dulzura de un hogar. No es ama de nada. Por lo menos, de nada de eso que una burguesa debería ser en la posguerra norteamericana (a nadie le queda peor un delantal de cocina que a la Blanchett, por favor).
Colecciono otra pronunciación de “Home” que me suena igual de femme fumé. Es la de Arthur Russell (Oskaloosa, 1951-N.Y., 1992) en la canción “Home Away from Home”, que grabó en 1986. En medio de la nubosidad variable de la que era capaz su cello distorsionado, Russell se pone galopante para motorizar el título, que resulta una invitación a ser acompañado hasta un hogar alternativo. El recorrido de Carol (tanto el personaje como la película) equivale a esa búsqueda de un “Hogar lejos del hogar”. Hace falta más que un “cuarto propio” como demandaba Virginia Woolf, se busca un “Hogar propio” (Carol termina convocando a Therese a su departamento, alejada ya de su “hogar” matrimonial suburbano).
Ya sé, cuesta dejar de lado tanta sobre-estilización flu/fumé, por no hablar del cliché de lo sutil/ambiguo/indefinido que acentúan los hombres cuando filman cerca/acerca del amor lésbico. Sólo con un historial de fondo donde abundan las “criaturas celestiales”, pudo escandalizar un rato “La vida de Adele” en 2013, aunque al final resultara un duelo carnívoro de Barbies. ¿Por qué Lisa Cholodenko, Kimberly Peirce o Chantal Akerman prefirieron filmar otra cosa, otra bien lejos de los extremos (tanto de las sublimaciones desodorizadas de lo etéreo, como del filo lesbian porno que tanto saborea el paqui)? “Carol” asomó destacándose en un 2015 donde redundó -para bien- la filmografía mujer contra mujer, si contamos “The Duke of Burgundy” y “Clouds of Sils Maria”, pero también la nueva “Mad Max”, por qué no...
Pero volviendo al asunto #home, sin dejar de obviar antes una última cuestión polémica (por ahora): ¿y si fuera un eje aspiracional (el ascenso de clase de Therese) el que dinamiza el filme, en vez de dos deseos puramente eróticos? Pero mejor, aplaudamos a Haynes por haberse ocupado de des-chonguizar todo lo que “Thelma & Louise” (Carol & Therese también toman la ruta perseguidas por la Ley) no había acabado de desactivar del mito machista del American Outlaw, o del nomadismo misógino que inaugura una “On the Road”. Digamos, lo que la “Bound” (96) de los Wachowski no corrigió del todo. Lo cierto es que cuando vuelvo a oír ese “Home”, suspirado como un Om sin meditar por Cate/Carol, pienso que estamos ante una de las mejores road movies queer que supimos conseguir.
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