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La Leona derrocha putez. No sólo por el personaje desclosetado que interpreta el paraguayo Nico García. También hay mujeres-puto, fiesteras infatigables, tapados y chongos arquetípicos que encienden las fantasías de todxs por igual.
› Por Juan Tauil
La telenovela es el opio de los putos: todo puto del interior que se precie siguió alguna vez una telenovela, para matar las eternas siestas y las melancólicas noches veraniegas. La Leona, además de tener de protagonista absoluta a la política –como en el origen del teatro mismo– en formato de psicodrama social televisado –y muy mirado– tiene un personaje puto, Charly, autodefinido puto, paraguayo, adoptado de niño por una de las familias protagónicas. Como todo personaje raro, debe contar con la venia y el afecto del chongo alfa padre de familia, que en este caso es interpretado por Hugo Arana, similar a la relación del padre de los Benvenuto con el indeleble marica estereotipado de Fabián Gianola, bastante parecido a “Hugo Araña”, las vueltas de la vida y de la tv. El personaje de Nico García es el de un puto rapado, con pancita sexy que se adivina peludita e irresistible tonada, una especie de Arnaldo André recargado y encima fuera de todo closet. Hubo muchos personajes gay en las telenovelas argentinas pero nunca un puto.
Nancy Dupláa (María Leone, la protagonista), como Evita y Mirtha Legrand, ahora es una chica simple y bella, amante de lucir bien las prendas, inteligente como para entenderse mano a mano con la marica mostra tipo Paco Jamandreu y Roberto Piazza, respectivamente, y así lograr sus objetivos políticos/
de belleza/ de poder. María y Charly son puto y mariliendre –como dirían en España– cómplices en su mostrez. El dúo esquiva las balas de este mundo machista lleno de “sommeliers de lactosa”, genial línea dicha por Esther Goris en su personaje de Diana Liberman, otro putón de la tira.
La Leona tiene muchos personajes con características de putos en su trama, porque también es puto Isabella Madeiros, la madre de los Leone. Migrante portuguesa, ahora viuda, llora sobre la cama mientras escucha fados, pero no esconde sus pechos turgentes y su cutis envidiable a los hombres que osan ocupar el lugar del difunto. Pedro Lemebel pudo hacer ese personaje tan bien como Patricia Palmer lo hace ahora.
Nuestra Susú Pecoraro es Sofía Uribe, mujer atribulada fumona de marihuana con ataques de pánico cuando el pasado vuelve a golpear a su puerta. Ella parió y crió sola, en la total clandestinidad, a un niño que resultó en un chongo –bastante gorilón por el momento– que parte la tierra, Franco Uribe, cuyo mejor amigo es un gay tapado fascista y garca, Alex, el personaje insignia de Ludovico di Santo, con quien casi se dan un sugerente beso en la boca la semana pasada.
Otro puto es Estelita, una preciosa Andrea Pietra, petera, comemaridoajeno, mentirosa y fiestera de closet pero también llorona y carismática, como el personaje trava de la sorpresa llamada Andrea Rincón. Ella encarna a Carla Fiorito, vedette onírica del arquetipo del peón de fábrica, encarnado –con mucha carne– por Marco Antonio Caponi, novio inalcanzable de mucho puto, gay y trava que conozco, un tobogán de testosterona que trasciende clases sociales.
Así, entre putos, gay tapados, mujeres putos, mujeres travas y chongos aparece esta historia escrita por Cardozo-Lago que llega puntual tras la crisis de rating –y de calidad– de las ficciones barriales monosilábicas.
Con La Leona vuelve a la tele un camión de símbolos y arquetipos olvidados, unas sagas familiares intrincadas y un puto. Un puto muy conciente de su putez.
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