Una movida de fiestas espontáneas, con espíritu okupa y muy trash, recorre la ciudad. De boca en boca y en los lugares menos esperados. Aquí, la crónica de una noche encubierta. Este viernes hay encuentro.
› Por Dani Umpi
La ola de calor del febrero porteño se volvió literal en las calles del sur. Las “alertas amarillas” habían agotado sus metáforas políticas y el cielo se desplomó en varios chaparrones que no lograron bajar la temperatura. La cartera sanitaria recomendaba usar ropa suelta de colores claros y evitar el consumo de bebidas alcohólicas o dulces. Las redes sociales del mundillo queer sobrevivían a los cortes de luz con links para descargar el último disco de Fangoria y fotos del Papa en La Habana firmando acuerdos con el patriarca de la Iglesia Ortodoxa rusa. ¿Dónde iríamos de joda los anarcos, las gárgolas y los libertinos de la ciudad en un día así? Cualquier plan agobiaba. Los relámpagos intimidaban. Llegamos a la noche deshidratadxs, insoladxs e insaciadxs. Que nos lleve la noche y un 12 a todo lo que da.
¿Rebrota el espíritu squat/okupa? “Este barrio el nuevo Villa Crespo”, dijo un amigo, el mismo que me acompañó a caminar bajo la lluvia y me contó de una leyenda urbana porteña: “cada tanto, no se sabe dónde, se arman unas fiestotas queers, muy trash, donde está todo bien”. La información era demasiado imprecisa y, por consiguiente, abarcativa a casi todos los deseos lujuriosos de buena fe. Como si no dependiera de uno y llegara por el boca a boca. Un anzuelo selectivo. El concepto new age de “abrirse al universo”. Caímos empapados en un antiguo cabaret, pensando que seríamos los únicos con ganas de actos incívicos, pero muchas frecuencias coincidieron en una pista, frente a espejos brumosos y un grafiti que rezaba: “Sonríe, Dios te ata”.
Cuánta tranquilidad y felicidad da bailar sin sentir el peso de una etiqueta, de la ropa. Si en una noche de tormenta te llegás a refugiar en alguna de estas fiestas, desnudate y no te sientas egoísta en pasarla bien sin tus amigos cerca porque, seguramente, te encontrarás a alguien que ya conocés de “otro lado”. Todxs son de otro lado. Podés vivirlo como una pista de baile, un lugar de cruising, una pasarela, una cama enorme, una pijamada, una juntada sex-geek o una mazmorra. ¡A chapar! ¡A bailar! ¿Qué si quiero o que si tengo?
Puede que vayas y esté tocando Transilvania Sexual o Los Tarantos, con sus violines y vientos paseándose entre el público y un frontman guerrero, punk con movimientos flamencos, en babydoll y zapatos italianos de punta fina, gritando “¡Estamos sedientos!”. Casi todxs bailamos desnudos o en nuestros atuendos fetiches preferidos: vestidos de red, cuero, látex, lencería nude. Comienza con un dj set de trap que se va volviendo industrial, pasando por un momento electroclashero retro dosmiles. Un chico hace percusión sobre unos carros de supermercado. En un rincón no tan escondido hay una sesión de flogging. Más al fondo podés tener sexo al compás de un flash. Cuando querés ver ya estás haciendo correr la noticia de que ha nacido un mito en la ciudad, el de las fiestas queers espontáneas, abiertas al nudismo y el sexo libre, con “respeto y freekysmo al palo”. Unas “fiestas muy trash”. “Más que encontrarlas, ellas te encuentran a vos” podría ser un slogan pelotudo pero certero. Ojalá alguien me diga donde es la de esta noche.
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