Viernes, 15 de abril de 2016 | Hoy
ENTREVISTA
El sida no es solo materia de ciencia, es un hito biográfico, íntimo y cultural con el acento puesto en la homofobia. Profesor e investigador argentino radicado en París, Daniel Borrillo ha volcado su conocimiento jurídico sobre problemas que surgen en torno al sida: los seguros sociales, el secreto médico, la falta de reconocimiento de las parejas. En mayo dictará en Buenos Aires un seminario dirigido a cuestionar ese mismo matrimonio por el que como activista libró tantas batallas. Aquí cuenta por qué.
Por Adrián Melo
Sí, en febrero de 1988 muere mi mejor amigo Pablo por complicaciones con el VIH. Yo estaba haciendo mi tesis en Estrasburgo. No me pude despedir de él y fue muy traumático. Pablo pertenecía a una familia burguesa homófoba que siempre lo negó, que ocultó todo, que quiso incluso fraguar el certificado de defunción para que no apareciera la causa de su muerte. Es entonces cuando decido abrir un espacio académico en la universidad de Estrasburgo para reflexionar sobre el sida. Eso me conectó con discípulos de Foucault y con el compañero de Foucault, Daniel Defert, que acaba de crear la asociación AIDES de investigación sobre el Sida.
Puse en juego mi conocimiento jurídico sobre a problemas que surgían en torno al sida: seguros sociales, secreto médico, sucesiones, la falta de reconocimiento de las parejas. Eso me abrió todo un universo respecto de las barbaridades que argumentaban respecto de por qué no se podían reconocer los derechos. Era inadmisible. Empecé a interesarme particularmente por la homofobia que era el rasgo común en esos discursos. Creo que mi trabajo gira también en torno a intentar articular la cuestión de la homofobia con otras formas de exclusión social. Siempre recuerdo que lo que hablábamos con Defert en el grupo y que partía de una enseñanza que nos dejó Foucault: “Hay que generalizar el problema”. Conseguir aliar a otros enfermos, a los inmigrantes, a todo el espectro posible que podíamos ampliar es mejor para la lucha política.
Tal como la xenofobia, el racismo o el antisemitismo, la homofobia es una manifestación arbitraria que consiste en señalar al otro como contrario, inferior o anormal. Pero en los valiosos estudios de John Boswell encontré la especificidad. El negro o el judío tienen una familia que es comunidad de pertenencia y que lo prepara para defenderse del rechazo exterior. El gay o la lesbiana llegan a sus casas y la familia lo rechaza o lo rechazan los propios amigos. Cuando investigué y me di cuenta de que la tasa de suicidio gay adolescente es 7 y 12 veces mayor comprendí que la homofobia mata no simbólica sino literalmente.
Sí. Voy a criticar aquello por lo que luché para que tengamos la igualdad. La igualdad tiene que estar acompañado de la crítica de la norma. Parafraseando a Pascal: derecho sin crítica es ruina de la sociedad. Uno no puede reivindicar la igualdad por la igualdad misma. En ese momento se necesitaba de la igualdad y ahora estoy en un proceso de post igualdad. Hay una cantidad de elementos, de residuos de la familia, que son peligrosos para la emancipación y para la libertad. Y si uno gana en igualdad sin plantearse la libertad y la crítica, podemos ser todos iguales pero menos libres y más domesticados de alguna manera.
El primero es que aún exista la obligación de fidelidad. La fidelidad existe en el código de la mano de la presunción de paternidad. Se supone que se debe ser fiel porque los hijos que deben ser hijos del contrayente varón. En caso del matrimonio gay, ¿qué sentido tiene la fidelidad más que una cuestión moral? Y una moral de reserva sexual es atentatoria desde de la libertad individual y de la vida privada. En segundo lugar el parentesco por afinidad.
Cuando uno se casa no se casa simplemente con una persona sino con la familia de esa persona. Por ejemplo se mantiene la obligación alimenticia para con los suegros. ¿Por qué el derecho me impone relaciones jurídicas con una familia que no elegí? ¿Por el simple hecho de que me enamoré y me casé con una persona? Otra situación que me parece problemática es el hecho de que la simple convivencia por dos años produzca efectos jurídicos obligatorios algunos incluso solidarios como respecto de deudas. Una convivencia que puede probarse por cualquier medio de prueba. Yo puedo tener un amante y porque lo dijo la portera o un vecino el juez puede decir que eso es una unión y que esa unión produce efectos, sin ninguna manifestación de la voluntad.
No. Porque viene acompañado de una crítica del Estado. Todo el entramado que acabo de describir y mucho más se presenta como progresista y solidario. La solidaridad del cónyuge después del divorcio, por enfermedad, después de la muerte. Se presenta en términos de asistencia. Pero encubre a un Estado que no asume las obligaciones que tiene que asumir. Pone en las espaldas de las familias obligaciones del Estado. Cuanto más en declive se encuentra el Estado Providencia o de Bienestar más suben las obligaciones “solidarias” de la familia. Y nunca llegamos a una crítica radical de la familia. La familia puede estar muy bien si uno la elige y todo sale bien, pero también puede estar muy mal y ser un lugar de violencia, de conflicto, de exclusión. También el lugar de perpetuación de la desigualdad. Porque la familia a la que uno pertenece es la que marca los destinos sociales si el Estado está ausente y puede ser un obstáculo para la igualdad.
Este derecho de familia propicia un modelo de individuo contrario a la emancipación y al talento y proclive a la sujeción al otro y al asistencialismo. Al asistencialismo no del Estado sino del cónyuge. En este modelo es más interesante conseguir un buen marido rico que hacer una carrera universitaria. Todo aquello de la familia burguesa que denunció Flaubert en sus novelas aparece más cristalizado que nunca porque el matrimonio es hegemónico. Hay que pensar de un modo crítico en la contractualización de los vínculos familiares. Volver a la pregunta de Rawls respecto de si se puede disolver la familia. Quizás sí y haya otras maneras de pensar los vínculos.
Lo que es seguro es que crea la imagen social del buen y el mal gay. Con el tiempo o ya está sucediendo es que bajo la mirada social están los buenos gays casados y responsables con sus hijos y el gay malo y egoísta que continúa con su vida promiscua en los saunas. Y creo que ello va produciendo un efecto normalizador que es aplaudido por los conservadores. El matrimonio corre el riesgo de domesticar la sexualidad gay. Y de estimular la homofobia interiorizada. Nosotros mismos podemos terminar pensando que el modelo es la familia heterosexual clásica. Al fin y al cabo es lo que hicieron creer en incontables relatos y películas donde se casaron y fueron felices. Por eso en esta crítica de la norma debiéramos ver la forma de pensar nuevos tipos de vínculos. Matrimonios no solo de a dos. Vínculos poliafectivos o pluriafectivos.
El seminario de posgrado sobre la contractualización de los vínculos familiares que Daniel Borrillo dictará en la UBA comienza el 3 de mayo. Para más datos: [email protected]
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