Viernes, 15 de abril de 2016 | Hoy
TEATRO
En Arena, la irreverencia y el absurdo reconcilian al teatro independiente de hoy con lo mejor de su herencia off.
Por Alejandro Modarelli
Las hermanas enajenadas pertenecen a un género cuyos mayores exponentes, en la memoria de una loca ya en edad de haber merecido, han sido claramente Joan Crawford y Bette Davies en ¿Qué pasó con Baby Jane?, y en la escena nacional la inolvidable obra de Alejandro Urdapilleta y Humberto Tortonese, Las moribundas. Esta obra de Juan Cruz Bergondi y dirección de Mariana Romagnano nos lleva hacia dos hermanas en clausura, que son “como siamesas”. Arena revive algo de Persona de Bergman y Final de partida, de Samuel Beckett.
Adela (Romagnano) y Carmen (Matías Bertiche) espían desde el encierro el mundo exterior y creen que más allá de su cuarto solo existe el apocalipsis. La realidad que las interpela a la distancia es la noche del mundo, de la que se protegen asumiendo diferentes máscaras y regresando siempre a las mismas rutinas. Melancólicas y delirantes, especulares y vampíricas, crean un universo cíclico y clandestino que las ayuda a sobrevivir, aunque las domina un miedo originario: el miedo a la vida. Sus voces son intensidad sin destino; se aman y se lastiman. Apenas sabemos que Carmen ha sufrido una desgracia en su pierna y, maltrecha, se lanza a escribir relatos que no culminan, porque en Arena nada tiene principio ni fin. Manipula desde su cama a Adela (a veces parece haber surgido de su imaginación), que hace de una palangana el mar. Ese paisaje imaginario está atravesado por un “viento masculino”. El varón deseado ingresa desde la playa al ensueño como príncipe, pirata, padre, abusador.
Adela se desgarra el deshabillé para entregarse, aunque no se anima a huir hacia la arena. La actuación en esa febril habitación y el contagio del teatro físico en el que se formó Mariana Romagnano generan que la atención del público jamás decaiga. La irrupción de la performance musical, el buen diseño de iluminación, no debilita el texto. El texto mismo es un habla alienado, cuyo interés no reside en comunicar, sino en desestabilizar al espectador. Forma y deforma refinados diálogos puestos siempre en la frontera. La elección de un varón -Bertiche- en el papel de Carmen fue idea de Romagnano. Quien interpretara a su hermana debía ser alguien que trascienda las marcas propias del género. Es imposible no ver en las brillantes actuaciones de esos dos personajes la herencia de La moribunda. La escena porteña precisaba este regreso (nunca idéntico) a esa vocación volcánica, border y trans que emerge cada tanto del off.
Domingos a las 19, Teatro La Lunares, Humahuaca 4027
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