¿Qué tienen en común un Sátiro enfundado en un traje blanco bailando tap frente a un grupo de cuerpos andróginos desnudos que lo festeja y lo manosea, un ejército de sonrientes animadoras interpretando en perfecta simetría una coreografía al mejor estilo Busby Berkeley en un estadio de futbol americano vacío, y la descomposición corporal de una mujer de pieles multicolores y rasgos mutantes que parece haber nacido de las mismísimas profundidades de la tierra húmeda en un bosque desolado? En principio podría decirse que nada o, afinando la puntería y la mirada, que en realidad todo tiene que ver con todo gracias a la pertenencia común de tan dispares situaciones y personajes en ese gran útero sin límites, reglas o lógicas asfixiantes que representa el mundo del artista visual estadounidense Matthew Barney, demiurgo de una espacialidad por demás extraña y perturbadora, plagada de metáforas visuales que refieren constantemente al título que bautiza los cinco films que componen la obra completa que podrá verse a partir del sábado en PROA: Cremaster, término biológico que describe el músculo que en el cuerpo masculino se dedica a elevar y descender el escroto para trabajar sobre la temperatura de los testículos y dar lugar a la espermatogénesis, la producción de espermatozoides. Palabra que también hace referencia a la fase de desarrollo de un insecto que está pasando de un estado larvario a uno adulto, proceso en el cual ese ser en mutación se cuelga de un cordón sedoso, el “cremáster”, producido por la oruga.

Aunque en principio pueda parecer lo contrario, en la obra de Barney nada es casual, y estas definiciones que arrojan una luz en la oscuridad de los cines en los que se proyectan sus películas vanguardistas ofrecen también una clave de interpretación, lectura y disfrute: génesis y metamorfosis, dos momentos complementarios de la existencia; ser y andar, pero en el andar, transformarse siempre. La omnipresencia biológica –tomando elementos prestados de la fantasía, la mitología y el deseo– y las infinitas variaciones que sobre ella imagina este inquieto realizador protagonizan las 5 películas, que no reniegan de algún que otro viscoso hilo conductor entre ellas pero que difieren sustancialmente la una de la otra, desde cuestiones estéticas y argumentales hasta la duración de cada una, la dirección y la mixtura de técnicas utilizadas.

A través de procedimientos narrativos no lineales plagados de extravagancias que rozan lo camp, la descomposición y algunas extrañas formas humanoides que por momentos parecen salidas de los primeros films de David Cronenberg, las imágenes en pantalla exploran, con ojos profundamente críticos, las corporeidades rígidas, el frío devenir de los sentimientos, las relaciones de dominio y manipulación, el formateo de las sexualidades y los estrechos márgenes de la mirada científica, para poner en jaque el orden establecido, quizás con el objetivo de plantar una revolución desde una plástica cinematográfica que, si bien prácticamente carece de diálogos explícitos, no escatima en unir fuerzas contra una serie de enemigos inconfundibles: el orden capitalista como agente regulador de la humanidad, la industria automotriz y su producción en serie de formas y modelos de pensamiento, o la absorción del ser humano dentro de la maquinaria frente al desafío y el deseo de crear y crearse libremente a unx mismx.

El Cremaster Cycle constituye un viaje excitante hacia lo desconocido, un recorrido largo y turbulento que nos encuentra desprevenidxs en las butacas de los cines que, por suerte, no cuentan con cinturones de seguridad. l

Sábados 16 y 30 de abril desde las 12 en Fundación Proa, Av. Pedro de Mendoza 1929