LIBROS
Películas malas o mal tratadas, de gusto dudoso, artificiosas, fallidas, hasta ejemplares de cine poshumano. Esas y otras glorias camp aparecen reunidas en el libro Panorama del cine estadounidense (El Cuenco de Plata) de James Hoberman.
› Por Diego Trerotola
Cuando Gore Vidal escribió el diario de la transexual Myra Breckinridge en 1968, hizo que la protagonista de ficción tuviese una cinefilia enrevesada, que incluía un fanatismo por los ensayos de Parker Tyler, especialmente los libros donde planteaba que el surrealismo era inherente a Hollywood, posicionando cierta producción de la industria como un cine de vanguardia. Esta referencia del best seller de Vidal no le cayó bien a Tyler, y menos la adaptación al cine de Myra Breckinridge filmada dos años después y que la crítica aborreció casi unánimemente, calificándola como una de las peores películas industriales. Raro resulta que Tyler, quien dejaría como legado uno de los libros más lúcidos sobre la diversidad sexual en las películas, no comprendió el valor de cruzar su verdadera visión del cine con la ficción trans como forma de disolver las fronteras entre vida y obra al mejor estilo surrealista. Pero sobre todo, lo que tal vez Tyler no llegó a entender es que en esa novela potenció la cinefilia queer, una forma de vivir el cine en un cruce que desafía nociones disciplinarias de la identidad desde las películas, como lo hace su protagonista trans. Pero no importó tanto porque Tyler tuvo una suerte de discípulo que, a su modo, continuó y superó su obra crítica: J. Hoberman tal vez sea la mirada contemporánea más densa desde la crítica de cine que pone en crisis las estancadas identidades estéticas, sexuales, genéricas y sociales.
Myra Breckinridge “fue una de las películas clave de Hollywood de los tardíos sesenta y sin duda la más sintomática de la ruptura de la industria”, escribe Hoberman y su visión a contrapelo de los vicios de la crítica construyó esa mirada embanderada en lo más queer de la experiencia cinematográfica desde que la obra de Tyler se apagaba a inicios de los 70. Por eso resulta acertado que en Panorama del cine estadounidense, colección de ensayos de J. Hoberman editada por El Cuenco de Plata, se incluya su texto introductorio a un libro de Parker Tyler, marcando una genealogía de la mirada queer en la crítica de cine desde mitad del siglo XX.
“Películas malas”, ensayo que abre el libro de Hoberman, debería leerse en tándem con “Notas sobre lo camp” de Susan Sontag, porque define en versión cinematográfica ese “gusto” por lo artificioso y lo fallado como un rango estético celebrado por la mirada homosexual. Así, Hoberman explica el valor de las películas maltratadas del cineasta crossdresser Ed Wood, de la marica trash Jack Smith y de Oscar Micheaux y “su morbosa fascinación con el mestizaje y la homosexualidad reprimida socialmente”. En otro capítulo fundamental del libro, “Bon voyeur: La pantalla plateada de Andy Warhol”, el crítico apunta que Blow Job, película de un chongo que recibe una mamada, es “la obra de un genio”, tras analizar el pansexualismo desafiante que Warhol tuvo desde los besos de Kiss, su film épico inaugural.
En los capítulos de Panorama del cine estadounidense lo queer se disemina sin control, parpadea como rayo láser, apunta contra los valores reaccionarios y machistas que cimentan el gusto. La última imagen del libro, que ilustra el “cine poshumano”, es de la película digital WALL-E de Pixar, cuando el robot protagónico mira la escena de baile de Hello, Dolly! en un VHS, que le sirve “como aprendizaje sobre la naturaleza humana y, en de?nitiva, como una sinécdoque de la herencia cultural de la tierra antes de su apocalipsis.” Ese musical camp con Barbra Streisand, visto en una versión atrofiada, es para Hoberman la idea de que la cinefilia queer es el destino feliz, nuestro mejor futuro distópico.
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