Las pinturas de Fabio Martín Risso Pino son atentados contra la foto sepia y familiar. En su lugar, proponen alianzas queer entre humanos, perros y felinos.
› Por Maia Debowicz
La familia no se hereda, se elige. Mientras existen animales que rechazan a sus propias crías, hay ovejas que adoptan elefantes gigantescos o tigresas que amamantan pequeños cerdos. No es una cuestión de instinto sino una decisión. De eso mismo hablan las pinturas de Fabio Martín Risso Pino. El artista platense de 34 años convierte el cartón en las hojas de un diario íntimo visual donde pinta con témpera retratos familiares, como esos niños que dibujan sin cesar a su papá y a su mamá. Fabio es un niño con barba que, sin necesidad de desprenderse de todos los juguetes que lo acompañaron durante la infancia, formó su propio clan tapando con colores oscuros los mandatos sociales que definen qué es una familia y qué no. Los marcos antiguos que recicla encuadran escenas cotidianas de un hogar constituido por humanos, canes y felinos. Así como los animales crían a otras especies, Fabio y Ariel, su pareja de hace más de 14 años, adoptaron como hijos a dos perros y tres gatos. Invirtiendo los roles de El libro de la selva (donde un niño, Mowgli, era acogido y educado en el corazón de la naturaleza salvaje por una manada de lobos, un oso y una pantera), los dos humanos decidieron ser padres de cinco animales.
Fernando Botero, uno de los artistas que Fabio admira, utilizó su obra para cuestionar la ceremonia añeja de la fotografía familiar. Esos gorditos que portaban trajes sin una sola arruga y vestidos con volados posaban sobre el lienzo con el fin de ridiculizar el ritual de disfrazarse para la captura que eterniza la unión de la casta. Fabio toma la posta del pintor colombiano y va un paso más allá: no son niños coquetos los que miran al retratista sino gatos y perros luciendo con elegancia capas imponentes y sombreros extravagantes. Mientras Botero parodia, Fabio festeja. Los retratos camp que pinta diariamente cumplen la función de pisotear el cliché de la familia conservadora. Retratando a su gato blanco como a un hijo o a su novio desfilando en pija. Una representación de la unidad familiar alternativa que optó construir hace muchos años y que pone en práctica desde que suena el despertador hasta que se va a dormir a la cama que comparte con toda su peluda familia. Una instalación de un árbol genealógico grafica su singular linaje. Los viajes al espacio que hace con su pareja sobre unicornios que flamean pelucas multicolores también están presentes en sus obras. Una luna de miel cotidiana que no requiere comprar pasajes de avión porque Fabio la materializa a través de sus pinceles. Pinta sus fantasías para poder meterse adentro de sus cuadros. La sangre puede unir a personas alrededor de un pollo relleno, pero la familia que tiene valor es la que se construye sobre los cimientos del deseo.
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