En El tiempo no para. Los últimos homosexuales cuentan su historia (Ediciones UNL/ Eudeba) el sociólogo Ernesto Meccia contribuye a una teoría plural y también a una micro historia de la homosexualidad en Buenos Aires, Argentina. A partir de una serie de conversaciones con voluntarios que accedieron a contar sus pareceres, el autor va registrando las teorías personales acerca de lo que significó antes y significa hoy ser homosexual. El autor presta oído a las muy diversas narrativas personales de los protagonistas de la experiencia homosexual entre 1983 y el presente mientras va elastizando las relaciones entre teoría y práctica, entre relato y verdad, entre una perspectiva abierta y las normas de la academia.
› Por Liliana Viola
El libro de Ernesto Meccia llega a la redacción precedido por un mensaje del mismo autor donde anuncia que por fin se publica su trabajo de tesis con la que el año pasado recibió el título de Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Miro el libro y no lo creo. La ilustración de tapa es un pañuelo celeste, de los que usaban los caballeros antes de que circularan los tissus tan esterilizados como unisex. Y además el pañuelo lleva bordado el rostro de un muchacho con barba candado, colores y flores por doquier. Un canto a la mariconería realizada por la dupla de artistas bordadores Chiachio y Giannone. El título, El tiempo no para, me trae aires de melodrama y de aquella canción de la Bersuit que dice, justamente: “Unos días sí, otros no,/ estoy sobreviviendo sin un rasguñón,/ por la caridad de quien me detesta.” Meccia sugiere que le tomen las fotos para esta nota en el contexto de un tren. Explica que esa es la metáfora incial. La bestia humana, el tren que pasa de largo y que representa a un tiempo que fluye para algunos y para otros no. Se refiere a una temporalidad especial: “La homosexualidad se repetía a sí misma, de pronto, organización política mediante, ese tiempo se activó, el tiempo no se detuvo más, se puso en movimiento un tren que muchos no pudieron tomar. Ojalá aprendan a hacerlo porque el tiempo individual tampco para, y la vida va...”
Escucho hablar a Meccia con sus metáforas que van abriendo la reflexión sobre estos mundos privados y sociales y vuelvo a preguntarme. ¿Este libro está basado en una tesis? Lo leo y no lo creo. Estamos acostumbrados a trabajos académicos que rechazan la lectura de los simples mortales. El texto de Meccia, no sólo tiene una escritura hospitalaria y, un estilo propio sino que consigue generar esa ansiedad devoradora de una lectura que se va encontrando con historias, provoca lágrimas. identificaciones, recuerdos y también estupor. Es el relato colectivo de un modo de vida signado por el dolor y el ocultamiento. También por un modo de relacionarse que de un día para el otro parece haberse detenido. Además, y esto es lo que resulta más atípico y encantador, está elaborado por muchas voces que no son las del autor. Son las voces de un grupo de personas que hace rato Meccia viene llamando “los últimos homosexuales”, las personas que han vivido sus vidas en un régimen con reglas de juego que caducaron casi sin previo aviso. En este libro desfilan hombres mayores de 40 años que van contando lo que sienten, lo que creen, lo que para ellos es la homosexualidad o en qué se ha convertido desde 1983 hasta nuestros días esa experiencia que hasta el momento era una cosa, puertas a adentro, una cuestión sustentada en códigos conocidos solo por ellos. En este mismo grupo, sospecho, se encuentra la misma persona que firma este libro, por lo tanto la entrevista empieza con una pregunta personal.
-Sí. Yo me hice sociólogo porque me hice gay. Me había anotado en 1986 en la carrera de Letras, vine desde las Heras para estudiar en la UBA, y en ese momento estaba saliendo con una piba de Ituzaingó. De todas maneras, desde que soy así de chico, sentía mucha atracción por los pibes. Cuando llego a la Estación Once en el tren que me trajo desde Las Heras, tuve ahí en la estación digamos, un levante con un tipo que me fue llevando por la ciudad, como si fuera un imán, un hombre más grande que yo, un abogado.
-El paraba en un kiosco, yo paraba también, y así hasta que me encamé con él.
-Sí, fue ese primer día, y después lo seguí viendo por un tiempo. Súbitamente me dije, lo mío no son las chicas, lo mío no es Letras. No sé de dónde habré sacado información sobre qué era Sociología porque no sabía, y evidentemente tampoco lo supe al principio.
-Letras, en aquel contexto, me parecía más frívolo. Imagínate, me hago gay viniendo a Buenos Aires, eso significaba para mí reconvertirme no solo en términos sexuales -corté con mi novia- sino en términos políticos. En términos políticos, significa contestarle cosas al mundo, problematizar, buscar.
-No, con ella no. Fui sincero conmigo que por esa época ya era bastante. Porque para mí fue un cambio muy súbito. Yo había salido con unas cuantas pibas. Y si bien siempre sentí atracción por los hombres, después de esta primera relación sexual con uno, me pareció el colmo de la sinceridad separarme, aún sin haberle dicho el por qué.
-¡Ay! Pero me estás haciendo preguntas parecidas a las que yo hago a los entrevistados de mi libro.
-Antes de ese chico en la estación, no había palabras para tramitar lo que me pasaba. Te diría que antes de él, yo tenía una embriagante sensación corporal innominada e innominable.
Lxs lectorxs memoriosxs de SOY algo sabrán de este trabajo porque la convocatoria apareció hace un buen tiempo en este suplemento. Meccia se presentaba como sociólogo buscando voluntarios, homosexuales mayores que vivieran en Buenos Aires desde 1983 hasta la actualidad. Estaba buscando relatos. Una de las partes más interesantes del libro, es justamente cuando se ocupa de explicar la validez sociológica y social de los testimonios que fue escuchando. Narrar significa pensar que la vida no puede ser expresada en una crónica de los hechos sino en un relato de los acontecimientos. En la narración hay indicios biográficos, de relación con los otros, con los grupos de pertenencia y referencia y con lo social en su conjunto. Pero narrar también es el logro de un narrador que selecciona en distintos momentos de su vida una serie de acontecimientos (reales o imaginados) que va poniendo en relación causal y significativa. “La narrativa es un modo de conocer que tenemos todos, siempre muestra otra cosa que aquello que sucedió. Contarse a sí mismo es también un ejercicio de auto construcción”, sigue Meccia.
Meccia dibuja en el tiempo tres subzonas. El periodo homosexual, el pre-post-homosexual y el post, que sería el presente. Me pregunto cómo es posible que las teorías sobre las transformaciones de la homosexualidad provengan de los mismos protagonistas. Meccia, que ante todo es un profesor, me explica con paciencia.
-Los sociólogos estudiamos a las personas, no a las cosas ni a los animales. Las personas a diferencia de estos últimos pueden decirte lo que vos decís no es lo que yo pienso.
-Sí, siempre hay una negociación, en toda conversación, como en esa que tenemos ahora, hay negociación. A mí lo que no me gusta es la sociología que no negocia. Es el riesgo que tiene la sociología siempre, creer que tiene la última palabra. Me interesa poder teorizar haciendo pie firme y seriamente en la forma que tiene la gente de ver el mundo. Yo quisiera, como sociólogo poder colaborar a democratizar la hermenéutica. Es decir, la interpretación del mundo desde diferentes puntos.
-La verdad es una construcción colectiva, la verdad es controversial por definición, las narrativas particulares son formas de conocimiento social que no copian el mundo, sino que le dan sentido.
-Si uno puede trabajar convencidamente para que todos los grupos sociales puedan ampliar su horizonte cognitivo, escucharse y comprenderse, de ahí a luchar por los derechos, creo que estamos bastante cerca.
-Yo tenía el pálpito de que en sociología me iba a encontrar con un mundo amable en relación a la posibilidad tramitar la sexualidad, o un espacio friendly como se dice ahora.
¡Era un paraíso! Entrabas y todo se ponía en suspenso, un mundo ecuménico. Pero bueno, a mí la carrera no me gustaba. Quiero decir, las estructuras, la reiteración de Marx, Weber y Durkheim, las macrostructuras, estaban muy alejadas de lo que yo quería estudiar.
-Yo venía de otro mundo. Es decir un mundo donde había tenido esta escena de un levante en plena calle donde sin embargo nadie se había dado cuenta de que un tipo más grande se había levantado a un pendejo que nunca había estado con un tipo. Quiero decir, esto para mí es sociológico. Tramitar un mundo privado a la vista de todo el mundo sin que ese mundo se diera cuenta de nada. No se daba lugar en la carrera a esto que yo veía, me refiero a que para mí que hubiera por ejemplo un manejo de códigos eficaces para estas dos personas era tan sociológico como el estudio de la evolución socioeconómica de una sociedad.
-Debuté haciendo observación no participante en la sala de espera del Hospital Muñiz en el peor momento del sida. La investigación que dirigió Graciela Biagini, se llamaba “Actores sociedad y sida” y me sirvió muchísimo. Ahí también, el Hospital Muñiz está enclavado en una región moral de la ciudad, pensemos que está ahí nomás la de la cárcel de Caseros, el hospital de gastroenterología y cruzando la plaza estaba los pentecostales. Adentro, las familias de los pacientes con HIV que no sabían nada de la enfermedad salvo el desenlace seguro. Los médicos a los que había que pedirle que te atendieran, te dejaran pasar, te contestaran.
-Claro que sí. Pero había que correrse de la carrera y buscar en materias, profesores y textos minoritarios. Ahí descubro otros autores
El cuerpo podía pedirte pero vos no le podías dar de comer así nomás, en cualquier lugar. No era joda: te descubrían y tenías que despedirte de la vida. Estaba los baños pero uno de los recuerdos más feos y angustiantes que tengo era que en las conversaciones que tenías con las locas de la zona que ibas conociendo eran: ¿Te acordás de tal? Bueno, ese cayó en el baño de Palomar, aquella en el baño de Villa del Parque. No era que te llevara la policía, era que alguien conocido de acá te había visto en algo raro. Y acá la noticia corría como un boomerang.
Alfredo, 58 años
Ha habido quienes se han aprovechado de estos cambios para hacer sus negocios (…). Yo no creo que el consumo sea consecuencia del cambio, el consumo puede ser también factor de cambio. A ver… se apoya en los cambios más profundos pero también provoca la posibilidad de los cambios porque permite hacer más vivibles las cosas. Lo comercial no. Lo comercial es más consecuencia que causa. Además la idiosincrasia argentina no pega con la cuestión de los negocios homosexuales cerrados, como no pega con otros negocios cerrados como en Estados Unidos.
Wenceslao, 72 años
Yo creo que sin el corralito no hubiese habido ley de matrimonio, porque el 2001 ese colapso argentino fue como que la gente tiró a la mierda todas las categorías que tenían de todo y es como que sacó algo nuevo.
Alejandro, 45 años
Vivimos mejor. El problema es cómo sacarte lo que viviste mal, cómo olvidarte de todas las forradas. Yo no te digo que haya que olvidar, pero hay días que solamente recuerdo esas cosas y me digo que es injusto.
Nano Canale, 43 años
Híper sexualizado, porque por un lado tenéis el matrimonio igualitario pero por otra parte tenéis gallera y manhunt, y si ves los perfiles, ves que hay una cosa muy homofóbica, que te preguntan si tenéis esto o lo otro, el tamaño del pene, la raza, si tenéis ojos verdes o cómo es tu estatus de HIV, toda una cosa discriminadora que no entiendo cómo es que el INADI no les da de baja. (…) esas categorías que son tan de mierda donde vos agarrás a un sujeto con todas esas palabras y lo aniquilás. Me parece que toda esta mierda actual no se condice con la posibilidad constituir el sujeto. No da. Porque decís: hay una conquista pública, ¿pero qué pasó con las discotecas, con lo festivo que tenía lo gay?
Alejandro, 45 años
-Fueron casi 80 entrevistas, a personas entre 45 años y 90. Son personas con las que me encontré como mínimo dos veces, en entrevistas larguísimas.
-En mi casa, en bares, muchísimas caminando. Tenían algunas preguntas fijas pero en realidad se fue dando una conversación.
-Muchísimo. La entrevista es una dimensión dialógica, dice Leonor Arfuch, y yo justamente siempre me pregunto cómo hubieran sido las respuestas si hubieran tenido en frente a un homosexual no sociólogo o a un sociólogo no homosexual. Estoy seguro de que habrían sido distintas. Porque las respuestas siempre se construyen en relación a un otro.
-No digo eso. Digo que las respuestas se construyen en relación a un otro. Si me mandás un chongo, por ejemplo, seguro que le contestaría distinto, estoy seguro. Contestar no es contestar una pregunta, la textura sería distinta. La respuesta que te doy a vos y que le daría a él es tan sincera y tan Meccia.
-Pasa que cuando hablo de homosexualidad la trato en perspectiva histórica. El momento que trabajo yo, me parece que es indisociable del dolor, pero del dolor mudo.
-Me refiero a gaycidad, un momento donde si hay dolor, hay más recursos para representarse. Hoy un pibe gay de 20 años tiene una forma de simbolizar su orientación sexual es incomparable con la que nosotros manejábamos. Entre la cantidad de recursos que tiene para enfrentar al mundo y la que teníamos nosotros hay un abismo. Dije abismo y me hago cargo.
-¿Coreografía de los cuerpos?
-No te lo podría asegurar, pero creo que sí. Mirá, ahora recuerdo que entrevisté a un hombre para mi libro anterior, Los últimos homosexuales y él me contaba que cuando legaba el momento de coger, cerraba todas las ventanas incluida esa ventanilla que está al lado del calefón… Y si el compañero gemía, él le tapaba la boca para que no se escuchara. La forma en que el fascismo ha entrado en la cama es brutal. Sí, seguro que sí, ha cambiado la coreografía. La forma en que hoy se te regala un joven y te dice, acá estoy, papá, en Grinder, en el sauna y donde sea, es algo maravilloso. Dentro de un cuarto hay mucho contacto, a nivel de sociabilidad afuera, los últimos homosexuales ven con un grado de exterioridad muy importante comparada con la sociabilidad de los más chicos.
-No aparece el SIDA, ni el matrimonio igualitario, incluso en casos en que los que hablan se han casado.
-Yo puedo suponer, puedo inferir, pero como investigador no tengo derecho a preguntar por qué no dijo esto o aquello. Podría decir que existen momentos traumáticos, como un tiempo donde estuviste colocado afuera de la humanidad, al que no podés transportarte, parece que se olvida, pero siguen sin poder contarse. Me llama la atención que todos los que vienen de esa época me dieron respuesta telegrama sobre el sida.
El relato siempre tiene un destinatario, asegura Meccia muchas veces durante esta entrevista. También dice varias veces que “los actores sociales manejan teorías y meta-teorías del mundo igual de complejas que las de los científicos sociales”. El destinatario, sea uno mismo, sea un lector, es el que le da quórum a nuestra construcción. Y si algo quiere la narración es salirse de sí misma, impactar. Esto es lo que consigue el gran relato plural que construye El tiempo no para. Impacta en los que narran, en los que escuchan y en los que creen que pasan por allí sin que esto tenga que ver con ellos.
El tiempo no para se presenta este martes a las 18.30 en la sala Domingo Faustino Sarmiento (pabellón Blanco). Acompañan al autor: Mario Pecheny, Diana Maffia, Claudio Lizárraga, José Luis Volpogni, Gonzalo Álvarez.
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