Recolectando premios y admiradores por todo el continente, entre los que se cuentan Pat Metheny, el multiinstrumentista y productor tucumano Manu Sija cuenta la infrecuente experiencia de salir del closet en el ambiente de raíz folclórica.
› Por Dani Umpi
Mientras el público hace palmas y pide otra, en los festivales de folclore corren rumores pícaros. Si tal cantante es gay, si tal celebridad es torta. Hay quien siente la necesidad de desmentir las habladurías en entrevistas, otros optan por aclarar que “están enamorados de la vida” y nunca faltan los que se ofenden cuando se trae al recuerdo alguna travesura sexual de un gran maestro. La penca continúa con una diplomacia que hace honor y mantiene vivas las tradiciones musicales pero calla la diversidad de siempre. ¿La Sole continuará incluyendo en su repertorio la canción “Propiedad privada”? ¿Se dedican zambas de amor los gauchos enamorados?
Con sus 27 años Manu Sija se encuentra produciendo el nuevo disco del Chaqueño Palavecino, un esperado homenaje a Atahualpa Yupanqui. “El Chaqueño me ha dado muchísima libertad aunque yo he tratado de no salirme mucho de su perfil y del sonido que ha tenido en todos estos años de carrera”, cuenta entusiasmado el prodigio tucumano de sonrisa inmutable y jopo decolorado. Se lo ve feliz y sereno, con la seguridad de quien se siente responsable de un trabajo del que se hablará muchísimo. No es el primer disco que produce. Tiene en su haber alrededor de cincuenta. En sus trabajos más personales combina la raíz folclórica del Norte con ritmos del mundo desde un lenguaje jazzero. Su virtuosismo y su elogiada inquietud experimental lograron que lo convocaran como sesionista, productor o arreglador, artistas como Marcela Morelo, Marta Gómez, León Gieco, Carlos Vives, Juan Falú o los hermanos Jorge y Lucio Rojas. Pat Metheny es su admirador y se apareció en un concierto que Sija dio en Nueva York. Allí comenzaron una amistad y planean hacer alguna presentación juntos. Sí, Sija es una perla cotizada del folclore argentino y lo demostrará durante los próximos jueves en el club de jazz Bebop, presentando su disco junto al bajista Guido Martínez y Juanjo Bravo en batería.
-Viví hasta los 16 años a 8 kilómetros de un pueblo muy chiquito que se llama Simoca. Mis viejos siguen ahí y también tengo mi estudio de grabación (“Hankstudio”). En el campo había cuatro vecinos, uno era mi abuela. Mi padre trabajaba en una rural a 4 kilómetros. Todo era muy tradicionalista y con distancias largas. Se escuchaba folclore y, además de la escuela, íbamos con mi hermana a una academia de danzas. Bailaba malambos, zambas, chacareras, gatos… eso me dio un sentido musical muy bonito pero no me gustaba bailar en público, concursar. Fui un músico precoz. Arranqué tocando guitarra y violín a los 7 años. Mi carrera profesional comenzó a los 14. A principio de los noventa los instrumentos musicales no llegaban a Tucumán como ahora, que hay calidad de todo tipo y los chinos más baratos. Había que averiguar cómo conseguirlos. El apoyo de mi familia siempre fue incondicional desde que mi viejo me enseñó los acordes que sabía, en la guitarra que había en casa. Una o dos veces al mes íbamos a la capital de Tucumán, que queda a 54 kilómetros, a pagar cuentas, tarjetas de crédito, esos trámites. Me pasaba horas en la vidriera de las casas de instrumentos como Suant o Interlude. Entraba, los probaba, tocaba algo. Cuando terminé la secundaria comencé a tener limitaciones técnicas tocando por intuición y conocí otros músicos, el jazz, la música brasilera, Liliana Herrero o el Chango Farías Gómez, mundos que no podía creer.
-Dificilísima. Fue un proceso tortuoso que duró años porque la vida en el campo es difícil con esos temas. Tuve que salir de esa cabeza para aceptarme y lo hice de grande, a los 24. No me alejé de la música pero sí del ambiente. Sentía que trataba de ocultar algo, que no estaba siendo sincero con nadie, con mi música, mis composiciones. Hasta que me fui a Colombia a grabar con el grupo Matacos y con los músicos de Carlos Vives. Fue una experiencia totalmente diferente, que no tuvo nada que ver con lo sexual, pero salí de esa zona de “confort”. Cuando volví, era otra persona, a la semana ya estuve con un chico. Re loco pero fue así. Para mí fue necesario lo de “salir del armario”. Era algo que siempre lo supe pero lo esquivaba. Mi vida cambió totalmente, pude hacer proyectos personales que antes no podía. Incluso, cuando me acepté, comencé a recordar cosas como que en primer grado estaba enamorado de un compañerito. Me había olvidado. Me pongo a pensar y era terrible. Me acuerdo que practicaba formas de caminar. Fui a la escuela de un pueblo chico, de unas cien casas. Estaban entre los niños de la zona y se me re notaba, me atormentaban, me mataban. Me fui cerrando, volviéndome tímido y vergonzoso. Tal vez era algo mío porque hay muchos a los que no les importa. En la secundaria sentía que me odiaban. Tenía un grupo de cuatro amigos y éramos muy sarcásticos, criticábamos a todo el mundo. Uno de ellos era gay y nunca lo supe hasta que nos encontramos con los años, le conté y me dijo “¡yo también soy!”.
-Sufría en las giras. En una tuve un roomate que todas las bromas que hacía eran sobre travestis o putos; había un bailarín re gay que se daba vuelta o se iba cinco metros y, todos, cagándose de risa. Me sentía pésimo viendo eso, como quince shows al mes. A la vez, tenía un enamoramiento platónico con alguien. Me vino una crisis como de dos años pensando cosas como “¿Qué van a decir mis viejos? No me va a llamar nadie para tocar”. Supongo que ha cambiado en los últimos años pero era un ambiente machista, con muy pocas mujeres. Lo ves en muchas de las canciones que se cantan, donde el romance gira alrededor del ego del macho, onda “me dejaste pero seguís pensando en mí, aunque estés con otro sos mía, me vas a amar por siempre”.
-Cuando empecé a tocar el boom era Soledad. Es un folclore particular, con un tratamiento más pop, por decirlo de alguna manera. Es un género que agarró fuerza con Los Nocheros en el año 1993 pero que viene de antes, con artistas como Daniel Toro y esas baladas con cuerdas. Los festivales de folklore son fenómenos particulares que a veces no tienen mucho que ver con la música del lugar donde se hacen. Traen artistas de otros lados, los salteños o los santiagueños son los más populares. Hay grupos famosos desde los 60, como los Cantores del Alba o Los Chalchaleros. Los grupos de Tucumán tienen otra impronta en la cuestión armónica o rítmica, no es tan de festival. En el folclore del norte hay zambas lentas, con armonías más complejas, que a algunas personas les suena como bossa nova o jazz. Creo que eso se debe a que a Tucumán llegaron muchos músicos extranjeros en la época en la que se fundó la universidad y se armó la primera orquesta sinfónica, se mezclaron y surgieron esas chacareras rarísimas, cruzadas, truncas, con mucha síncopa. Es diferente a la de otros lugares y por ahí los músicos que la demuestran no aparecen en festivales, como Juan Falú, Lucho Hoyos, el Topo Encinar o Juan Quinteros.
-¡Muy bien! Hice una gira por Venezuela, Colombia y Ecuador con la cantautora colombiana Marta Gómez y de ahí fui a Nueva York. Con un bajista y un baterista tucumano armamos un trío y un show con el que nos presentamos en bares de jazz. Ahí tuve ese encuentro con Pat Metheny que fue muy fuerte porque, todos los días que salgo de mi casa, me pongo los auriculares y lo primero que escucho es algo de él. Pat me dejó su mail en el ticket de consumición, esperé unas diez horas para escribirle. Nos juntamos y estuvimos toda una tarde tocando. Volví a Argentina muy entusiasmado y armamos una gira por Salta, Concepción, Tucumán, San Miguel de Tucumán, grabamos un disco en vivo y ahora lo estamos presentando.
-Me interesa la mezcla de músicas del mundo, el jazz, la música hindú, las rítmicas irregulares y la improvisación. Uso la loopera de modo improvisado, que es raro en el folclore de acá. Me gusta cantar canciones solo con el violín, dependiendo de mi estado de ánimo, ver cómo sale y para dónde se va. Me siento muy libre.
Jueves 5 y 12 de mayo a las 21 en Bebop Club, Moreno 364.
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