Imperdible, fascinante, glamorosa, patriótica y gratis, Magia Negra, la muestra de Pablo Ramírez con las increíbles fotos de Luciana Val y Franco Musso está hasta este sábado en Fundación Osde.
› Por María Moreno
El puede citar a Yves Saint Laurent y a Dior pero en su principio de sencillez y restricción (en el sentido de experimentación máxima dentro de una deliberada síntesis) está la sombra de la gran orfelina: Chanel. Semejante novela familiar: érase una vez un pueblo, unas tijeras precoces, el dibujo y el sueño del mundo. Y el negro. A su muestra en Osde, Pablo Ramírez la bautiza un poco tautológicamente: Magia Negra.
La alta costura de autor conoce dos movimientos básicos: la apropiación y el desplazamiento.
Cocó Chanel le sacó la ropa a sus amantes en el sentido menos erótico de la expresión. A Etiènne Balsam y a Boy Capel no sólo les hizo invertir en su local: a uno le copió un diseño de pantalones parecidos a los de montar, a otro el blazer. Al gran duque Dimitri, un Romanov que había participado en el asesinato de Rasputín, le copió y estilizó la rubachka, esa blusa que en Rusia era usada tanto por el zar como por los mujiks; al duque de Westminster, modelos de abrigos para ir a las carreras y el jersey negro de cuello alto.
Ramírez hace alta costura con el logo visual de la servidumbre como si propusiera desayunar en Tiffany con improvisaciones geniales en torno al uniforme de la Cándida de Niní Marshall y el atuendo de la aldea que se acompaña con un pañuelo negro anudado sobre la nuca. El blanco del vestuario de la criada, prueba de asepsia para el escrutinio patronal, suelen ribetear cuellos y puños en una cruzada de impecabilidad que es casi una cita higiénica. En cada pinza, pliegue, costura de una perfección que cita la de los grandes maestros, hay en los Ramírez una estética de lo hacendoso en torno a un cuerpo fantasma: el de Dulce Liberal Martínez de Hoz.
En El declive del Hombre público Richard Sennett propone la moda como archivo de la historia política: cuando un acontecimiento pasa, sobrevive en la moda. Si las aristócratas franceses pre guillotina utilizaban su cabeza como sala de exposiciones –el pouf au sentiment era una moda que permitía llevar en el cabello jardines sobrevolados por cupidos y mariposas y hasta un barco miniatura navegando entre bucles que simulaban un mar agitado – y la revolución dio lugar a las gargantas pintadas de rojo sangre como pasadas por el filo de Robespierre, Ramírez lee la Patria con una suntuosa irreverencia. Su sombrero Sanmartiniano es de fieltro con cintas de gros –como si al libertador se le hubiera subido una pollera a la cabeza– y atravesado por una escarapela de Swarovski. El fashion cruce de Los Andes admite la plebeya viscosa. La serie de Caperucitas Rojas citan al manto capuchino pero mejor a la Mazorca.
En colecciones que no forman parte de la muestra Ramírez estiliza el sombrero panza de burro, que según los historiadores insidiosos es el único accesorio de moda argentino: el resto sería un cocoliche visual entre lo británico, lo hindú y lo español.
El vestido en forma de corola –pieza central–, una copa fúnebre sujeta a un corset de quirúrgicas pinzas parece contener el saber en geometría de las tejedoras ranqueles –ellas teñían directamente las hebras que usarían para sus complejas guardas simbólicas antes de tejer y no después: pieza totalmente emancipada de su función no tiene nada que envidiarle a cacareada La bailarina de Jeff Koons, ese forastero.
Magia negra, se puede visitar este
viernes y sábado de 12 a 20,
Fundación Osde, Suipacha 658
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