Viernes, 6 de mayo de 2016 | Hoy
ENTREVISTA
El escritor y cineasta chileno Alberto Fuguet acaba de sacar a la luz dos novelas, No ficción y Sudor, que lo pusieron en la mira de los flashes de la prensa de su país porque tematizan, ya sin pelos en la lengua, la putez festiva.
Por Franco Torchia
El viernes 1ro. de abril, el diario La segunda de Chile publicó en tapa un beso entre dos hombres. Título: “Sudor. La gran noche de Fuguet”. Foto: un novio que besa y toma de la nuca a la figura de la fiesta. Segundos antes, la figura de la fiesta -el escritor besado- daba comienzo oficial a una parranda que hizo de Santiago una pista de baile inolvidable para quienes “parlantearon” en ella durante horas: “Lanzamos así la novela porque tiene mucho de tristeza pero también de rock and roll. Se nos ocurrió hacer una fiesta gay, mi primera fiesta gay, para ahorrar energía y para lograr algo de visibilidad”. Las fuerzas concentradas para la ocasión obedecieron al despliegue y la exposición que Alberto Fuguet viene experimentando desde que, con tan sólo seis meses de distancia en su país, puso en circulación sus dos últimas novelas, No ficción y Sudor, textos que tematizan, ya sin sugerir, putez y producción literaria. Y que para el resto de Hispanoamérica aparecen al unísono, abroquelados en su prédica:
-Nunca me había tocado en mi vida sacar dos libros juntos. Yo tenía el problema de que, por ejemplo, Mario Vargas Llosa escribió en su momento muy bien sobre Missing en el periódico El país y el libro no estaba ni siquiera cerca de España. Siempre sentí que no funcionaba la maquinaria editorial. Esta vez sí, pero también creo que el día de mañana, para la promoción de un libro, podría saltearme países porque hoy en día con las redes sociales, si el libro está efectivamente en las librerías, es suficiente.
-Nos dimos cuenta de que la del otro día fue la primera fiesta en años para muchos críticos literarios, por ejemplo, que no habían ido a una fiesta desde los 18. Al otro día, con el diario en la mano, mi padre decía “Hum, hum” y Fernando, mi novio, que trabaja en la ONG de asistencia social Hogar de Cristo, corrió a mostrárselo a todo el mundo. Estuvo todo bien.
-Peor sería que tuviera que hablar sobre temas que no me interesan, o peor sería tener que mentir. Yo siempre dije, en broma (aunque no tan en broma) que envidio a los autores que escriben sobre temas que no les interesan. Como si estuviéramos hablando acá de…
-Sí, o de cosas que ocurrieron cuando Paraguay se separó de la Argentina, algo que está muy bien escrito pero…
-Tú lo dijiste. Yo no.
-No, sí durante mucho tiempo quisieron sacarme del closet. Yo no sé qué significa el closet y si sé. El tema era mediático: había rumores que no me molestaban pero tampoco me hacían sexy. Yo no tenía por qué hacer públicas cosas privadas mías que no eran tan, tan, tan privadas. Mi familia, mi sexualidad, lo que yo hacía en la cama… ¿tener que contarle esto a una revista de mujeres, Paula, que estaba fascinada conmigo? Durante 5 años esa revista me ofrecía el mejor estilista, “te damos la mejor ropa” me decían y “puedes salir del closet”. Todo era muy homofóbico de parte de una revista progre (no hay nada más conservador que algo progre). Hoy siento que hablar de esto puede ayudar a otra persona y me siento relativamente activo… Versátil en realidad, pero bueno…
-Sí, yo me sentía más activo.
-Con estos dos libros ocurrió algo que siempre había imaginado: el día que mi orientación sexual se vuelva pública, va a tener que ver con una película o con un libro. No iba a hablar de eso en una revista ni iba a ir a la televisión. En Missing (2009) hay un episodio homosexual inventado que en realidad no le ocurrió a mi tío, el personaje de la narración. Eran fantasías mías. Se me podría haber preguntado algo tipo “¿Un heterosexual sigue siendo heterosexual después de algo así?”. Y se me podría haber preguntado si yo soy gay. No pasó, pero ese libro es tan personal que igual yo no lo hubiera respondido. No era un libro sobre “el tema gay”; estos dos sí. Lo mismo cuando mucho antes publiqué Tinta roja, en el 96. Si me hubieras preguntado “¿Sos gay?”, te habría respondido “¿Y a vos qué te importa?”. Ahora, si a partir de No ficción me hacés esa misma pregunta, yo te contesto…
- Sí, y porque escuché las historias. Y sentí que se me habían terminado las historias del bromance, del chico hetero que se ducha con el amigo, esos temas que me atraen mucho. No quería ser un escritor gay; no me sentía identificado. No admiraba a ninguno. Los escritores gays que más me interesaban eran tipo closet. No me siento identificado con Almodóvar. No me gustan las mujeres. Las mujeres que chillan, gritan y andan de rojo me dan miedo. Yo sufro de cierta misoginia como muchos de mis pares pero yo me atrevo a hacerlo público. Mi mayor problema con Puig es que me hubiera gustado mucho que escribiera sobre chabones. Tennessee Williams me gusta pero ¿por qué no miró más a Paul Newman que a Elizabeth Taylor? Creo que si Dios me premió, tengo derecho a ser libre.
-La disidencia tiene beneficios, si sos creativo. Quiero las mismas leyes para todos pero me atrae ser distinto. Desde mis 24 años soy depositario de una mirada, por lo menos en Chile. Soy mirado de determinada manera. Un libro mío podía ser destrozado antes de que se publicara. Con Sobredosis, que yo imaginaba que a algunos críticos les iba a gustar y que algunos de ellos iba a decir “Esperamos lo próximo de este autor con algún grado de esperanza”, no ocurrió nada de eso. A dos semanas de editado, fue todo una locura y a los pocos meses aparece Mala onda y el Opus Dei se pone en contra. “Fuguet” implicaba muchas cosas negativas. Y el “tema gay” siempre era un “además”: se decía “Además es maricón y se le quema el arroz”. Era fascista, gringo y adicto a las drogas.
-Escribí Mala onda tomando. Estaba asustado y en medio de mi primera relación gay. Sobredosis fue mediático, todo el mundo amándolo y todo el mundo odiándolo. Yo estaba preparado para vender 300 ejemplares y que alguien me invitara a un congreso en Córdoba. Y chau. Pero después viene Mala onda y empecé a aparecer en la televisión. Follaba como loco, estaba en una relación, la terminé, empecé a estar con otros. Por eso no sé qué es salir del closet. Una de las primeras críticas que recibo con Sobredosis es de parte de un cura del Opus Dei, a quien luego Roberto Bolaño hace personaje en Nocturno de Chile. Pagué consecuencias profesionales y personales. Me acuerdo que me decían mucho “Tú eres lobista”. Con la muerte de Aylwin hace días reviví todo eso.
-Muchos de mis libros tienen que ver con la mirada. De eso me di cuenta con el cine. Muchos me dicen “¡Qué lindos que salen los hombres en tus películas!”. Es que son objetos de deseo. Más que con mostrarlos desnudos, tienen que ver con que los quiero.
-El otro día otra hicimos otra fiesta gay, una “Fiesta Sudor”, en una disco. Se sortearon libros, hubo performances. Fue fuerte. A algunos les molestó y me decían “Sube el nivel. Eres escritor”. Pero ahí es cuando siento que uno hace militancia. Había streapers que recrearon un sauna. Los chicos leían desnudos o semidesnudos. Llevar un libro a una discoteque es como llevar un lubricante a misa. Mi impresión (porque yo pensé en el público al que quiero conquistar) es que la idea del libro, del diario, del suplemento, de la revista del rock, no está ahora en la cultura gay. Eso es lo que pensé cuando decidí que el personaje Alf, en Sudor, fuese un editor y no el representante de una marca. Puedes ser nerd y sexy. Recién ahora voy a tener “publico gay”. En Buenos Aires siempre hubo un circuito gay de escritores. Allá no. Allá están los peluqueros o estaba Lemebel. Me decían “¿Por qué tú no eres como Lemebel?” Yo respondía: “¿Por qué tendría que serlo? Lemebel escribía como los dioses pero era un marginal. Y estamos hablando de ser distintos, pero no marginales”.
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