Viernes, 13 de mayo de 2016 | Hoy
SALUD
Paisajes, intimidades, levantes y fugas condensados en un diario de viaje por Europa. Acaba de editarse Querido Nicolás, el último libro de Pablo Pérez, que en verdad es el primero: la precuela de Un año sin amor y El mendigo chupapijas.
Por Martín Villagarcía
Finalmente, luego de una prolongada espera, llegó a nuestras manos Querido Nicolás (Blatt & Ríos, 2016), el nuevo libro de Pablo Pérez. Nueva entrega, pero también pieza definitiva para armar el rompecabezas de su obra. Se trata en este caso de una “precuela” de Un año sin amor (Perfil, 1998; Blatt & Rios, 2015) y El mendigo chupapijas (Mansalva, 2005); un fresco de la instancia europea a fines de los años 80 y principios de los 90, previa a su regreso a la Argentina. Querido Nicolás funciona así como un laboratorio de obra, un campo de experimentación y maduración donde se gestan y emergen los temas que posteriormente serían recurrentes en su literatura (el HIV/Sida, los morbos y fetiches, la historia con su hermana y el vínculo familiar, etc.).
Querido Nicolás está atravesado por dos grandes tensiones. La primera de ellas está directamente relacionada con el viaje y, más específicamente, con el modelo de viaje: fuga o retorno. Pablo se alinea claramente con el primero: huye de la Argentina y considera cualquier posibilidad de regreso como un fracaso, en tanto significaría volver a lo estable y fijo. El problema radica en que permanecer en estado de fuga impide cualquier tipo de estabilidad, y allí surgen la falta de trabajo y dinero y el cambio constante de compañía: aquello que convertiría la libertad de su estadía en la prisión de una residencia.
La otra tensión es la de la obra y la vida. Tal como en el caso de Un año sin amor (subtitulado “diario del sida”), Pablo Pérez escoge para Querido Nicolás un género íntimamente relacionado con lo autorreferencial: el género epistolar. El libro está compuesto por un conjunto de cartas enviadas a su amigo Nicolás durante su viaje por Europa. Esta elección puede vincularse con el giro autobiográfico de la literatura argentina, estudiado por Alberto Giordano a partir de un corpus de obras publicadas en los últimos años, pero también puede relacionarse con la posautonomía de la literatura estudiada por Josefina Ludmer, donde lo “literario” (la ficción, digamos) pierde su límite, se permeabiliza y permite la entrada de otros órdenes, en este caso el de la propia vida (lo real).
Partiendo de esa base, podemos considerar Querido Nicolás como un libro performático. Por un lado, siguiendo la teoría del filósofo inglés J. L. Austin según la cual los actos de habla “realizan” algo (además de limitarse a informar), las cartas transforman la experiencia de Pablo Pérez (descripciones de lugares, anécdotas de levante confesadas a un amigo) en su obra. Actúan como un registro de ese trabajo que va realizándose por fuera del papel y, a través de la escritura, lo convierten en arte. En este sentido, es curioso cómo se resuelve de esta manera el problema del fracaso de la escritura novelística que reaparece una y otra vez a lo largo del libro (tal como ocurría en el diario de Alejandra Pizarnik o en los seminarios de Roland Barthes); en todo caso la obra tan ansiada siempre está ahí delante, como la carta robada de Poe.
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