Viernes, 13 de mayo de 2016 | Hoy
Por María Moreno
En su libro El artesano Richard Sennet invita a no separar el Animal laborans y el Homo faber. Cuando lo apuraban antes de escribir el libro lanzó la consigna “Pensar es hacer”. Su hipótesis es que hasta las habilidades más abstractas empiezan como prácticas corporales mientras que la comprensión técnica se desarrolla a través del poder de la imaginación. Para él la línea entre práctica y teoría, técnica y expresión, artesano y artista es falsa. La obra de dos artistas que son uno –Leo Chiachio y Daniel Giannone– podría lustrar ese libro.
La muestra Monobordado sigue la onda de otras como Bordatón (2012) o Rohayhu (2009) pero con nuevos experimentos mentales-manuales. Los mismos autorretratos descarados de ellos haciendo de indios, de chinos, de bomberos, duplicando a Miriam junto a la canasta con Moisés, jugando a Panda y Conejo. Los puntos cada vez más complejos, las técnicas tomadas prestadas a los pueblos del mundo, más revueltas, como si hubieran recibido el aliento de San Sebastián y a los objetos punzantes clavados en su cuerpo se hubieran vuelto agujas para bordar en clave gay.
Tiene razón la derecha, los degenerados no se contentan con “hacer sus cosas”: se reproducen y en lo que engendran hay algo de la animalidad de sus pulsiones. Un hombre + un hombre = dos salchichas. Esta fórmula sólo puede ser artística, puesto que tiene la misma lógica que la de Laurie Anderson cuando pregunta “¿qué es más macho? ¿pineapple o knife?”. La familia artística Chiachio-Giannone no respeta la biología, ni la diferencia de especies, ni hay padres e hijos sino concubinato afectivo. El retrato del perro Piolín, una especie de Eduardo Constantini de los mamíferos considerados inferiores ya que tiene un museo propio –el Mupi– gracias a la intervención de cien artistas que han reproducido su imagen más de lo que los gorilas reprochan a Perón haber reproducido la suya , ahora comparte regalos y ofrendas con el de su consorte: Chicha Bettina. Pero ante todo la moral: Gianone lanza un chillido cuando se le sugiere que son hermanos aunque termine reconociendo la paternidad en nombre de los dos de “La dorado”.
Y la pretensión de imponer el tabú del incesto a Piolín y Chicha Bettina no es la única práctica conservadora de Chiachio- Giannone: ni siquiera se molestan en alejarse del hogar para hacer su muestra: Galería pasaje 17 les queda a un tramo de escalera. Y él sigue pesando el concepto “boda” –a Daniel Giannone y Leo Chiachio los une el matrimonio igualitario–: las tamari balls que ahora incorporan no sólo se usan en la tradición japonesa como adornos de Año Nuevo sino que son un amuleto que las madres entregan a las hijas para su futuro matrimonial. Si algunas vez el dúo expuso peluches, en esta muestra de obras inéditas el único peluche es un ser de especie indeterminada, despojo blando vuelto estatuario por unas capas de barbotina que yace suspendido del techo en la entrada con ataduras de cuero S/M.
Más bien parece un “trabajo” de vudú para que sólo entren a la sala desprejuiciados y curiosos. Por supuesto, todo esto que escribo es una joda amigable.
Entre el horror al vacío –sobrebordado, salto al 3d, ocupación de las telas hasta no dejar ni un milímetro visible, donación de pantalones viejos propios– y la apropiación de telas industriales y otras técnicas como la del estampado manual por serigrafía; la intención política deja al descubierto el origen del material: mercados populares de Latinoamérica, artesanías de sus altares y fiestas, destrezas en puntos y tejidos. Ariel Schettini escribe en el prólogo del libro catálogo sobre una sobreimposición de un contenido latinoamericano sobre imágenes “que no son sino una apropiación de una cierta tradición regional que está incesantemente en estado de conflicto consigo misma. Por un lado un conflicto colonial entre lo de acá y lo de allá, que hace de la imagen de estas ‘locas’, unas coyitas exóticas para el turismo que busca lo ‘auténtico’; y por otro lado la inmediata actitud frente al imperialismo mercantil que toma ese gesto para interiorizarlo y ponerlo en el lugar de lo secundario, lo tardío, de lo que llega siempre tarde a la modernidad. Y por eso es auténtico: son honestos, porque son periféricos, subalternos y trabajan desde el lugar secundario desde donde trabaja, por ejemplo, la mujer”. El valor “trabajo” se convierte en enseñanza: Monobordado incluye ahora los planes de obra: “proyectos” hechos con grafito, tweed de Hermes, borlas y pompones sobre papel, obras de revés con su ordenada maraña de hilos cruzados. Entre los moldes de la revista Labores y la pieza autónoma: ningún “boceto”, “croquis”, “apunte”. l
La muestra se puede visitar en Pasaje 17, la Galería de Arte de APOC y Ospoce, hasta el 9 de junio. De lunes a viernes de 11 a 19, en Bartolomé Mitre 1559.
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