NOTA DE TAPA
El cuerpo, la identidad, la identidad legal y la existencia más allá de lo que dicen los documentos, el desafío al corset de las dos únicas maneras de entender al género (hombre o mujer); esos son los temas de El Teje, la primera revista hecha por y para travestis y trans que abandonaron el closet de la noche y la prostitución para instalarse en un centro cultural —el Ricardo Rojas— desde donde invitan a otros y a otras —y a otr*s y otrxs, porque así se abren a todas las posibilidades de la diversidad— a inventar nuevos caminos, nuevas posibilidades de ser y estar en el mundo. Como un conjuro contra el presente perpetuo al que suele condenarse a las personas trans, El Teje ha cumplido un año y ya se proyecta hacia el que viene.
› Por Patricio Lennard
¿Una revista con alma de vedette? Sí. Pero a no confundirse: no se trata de una revista como la del Maipo, ni de una lucha por ver quién está al tope de la marquesina. Se trata de una revista en papel que es grande, vistosa, llena de colores, avasalladora, casi teatral, con aires de pancarta, por demás ostensible. Una revista que si no fuera repartida gratuitamente llamaría (¡y cómo!) la atención en los puestos de diarios y en los brazos incansables de los canillitas, quienes podrían anunciar a voz en cuello que ya está en la calle el número tres de El Teje, “el primer periódico travesti latinoamericano”, bamboleando acaso entre los autos las caderas como esas muchachas ligeras de ropa que suben al cuadrilátero munidas de un letrero mientras los boxeadores se refrescan.
Nacido al abrigo del Centro Cultural Rojas de la UBA, luego de una tentativa de realizar allí talleres artísticos orientados a travestis que no cuajó del todo, El Teje contó desde un primer momento con el madrinazgo de María Moreno, quien se puso al frente de una clínica de crónica periodística de la cual surgió la idea de hacer una revista. Un emprendimiento que hoy cuenta con el apoyo del Centro Cultural de España en Buenos Aires (CCEBA), y que es sostenido en el Rojas por las áreas de Comunicación y de Tecnologías de Género (esta última dirigida por Paula Viturro), respectivamente, y en donde un grupo de travestis y transgéneros no sólo han encontrado un ámbito de formación y pertenencia sino también la posibilidad de hacer oír su voz y de hablar de las problemáticas que lxs aquejan. “¡Inventémonos lejos del hombre que nos imponen y de la mujer que deliran que pretendemos ser! Seamos otras travestis: las/os invitamos a ser con nosotras”, rezaba el editorial del número 1, cuyo primer aniversario coincidió con esta nueva entrega, lo que fue motivo por supuesto de festejo (ver recuadro) y una oportunidad para renovar los votos institucionales, militantes, periodísticos y exhibicionistas que sostienen a la revista. “El Teje nos está ayudando en la integración y en el hecho de poder mostrar al público que las chicas trans podemos hacer un montón de otras cosas más allá de lo que el inconsciente colectivo cree”, dice Julia Amore, una de las travestis que forma parte del equipo de redacción. “Porque además de articular el reclamo por nuestros derechos, en la revista se cuentan experiencias personales y experiencias laborales. Y entre la gente que escribe hay una chica travesti que es licenciada en Administración de Empresas, otra que es licenciada en Ciencias Políticas, yo, que soy actriz, Marlene, que está a punto de recibirse de psicóloga social... Eso te da la pauta de que la idea es demostrarnos y demostrarles a los demás que nos podemos correr de los estereotipos.”
Marlene es Marlene Wayar, la directora de la revista, una referente dentro de la militancia trans en Buenos Aires, que antes de hacer pie en el periodismo había escrito algunos textos emparentados con la arenga política que —dice— le evitaban tener que improvisar en público. “No sé si teníamos la idea de que El Teje fuera una revista seria como algunos creen que es atendiendo a su costado militante. Nuestra idea era (y sigue siendo) poder llegar a las chicas trans que están en situación de calle. Y para eso teníamos que darles a los contenidos una pincelada de humor y de color a fin de incentivarles la lectura. Siliconar algunas páginas, chantarle un par de tacos y unas pestañas postizas.” No obstante, Marlene admite que al principio la revista circuló entre un público nucleado básicamente en organizaciones GLBTT, y que luego de un tiempo empezó a ser leída más abiertamente. “La revista quiere colaborar para que otras travestis se alejen de la prostitución, y lo hace instalando la idea de que un proyecto de vida alternativo es posible. Muchas de nosotras, por las condiciones sociales que nos rodean, vivimos en un presente continuo. Años atrás, yo misma no hubiese comprado con tres meses de anticipación un ticket para ir a ver a Madonna, porque no sabía si ese día iba a estar presa, o me iba a atropellar un auto, o iba a estar enferma. ¿Para qué iba a comprar un ticket tres meses antes? Madonna iba a estar viva, pero yo... ¿cómo podía saberlo? Lo mismo les sucede a muchas chicas que se prostituyen. Y precisamente con El Teje lo que queremos expresar es que se puede seguir otro camino. Ya en el hecho de que sea una revista que sale cada cuatro meses hay una cierta forma de proyectar hacia el futuro.”
El “derecho a la identidad” y el estatuto del nombre propio son centro de un debate que en El Teje se actualiza. Ya sea en la entrevista que Lohana Berkins le realiza a Diego Santilli, vicepresidente de la Legislatura porteña y diputado del PRO, en la que se habla de la reciente implementación de un decreto que obliga a la Legislatura a respetar la identidad de género adoptada por los empleados que utilicen un nombre distinto al consignado en su documento (y del que la propia Berkins es la única beneficiaria hasta el momento), o en el artículo en que Tadeo C.C. pasa revista al fallo mediante el que un juez marplatense ordenó en junio de este año la emisión de un nuevo DNI para una travesti sin que ésta se hubiera realizado una cirugía de reasignación de sexo (habitual condición sine qua non para que un pedido de esta índole prospere), queda claro hasta qué punto esta cuestión viene acaparando la problemática de las personas trans en la agenda pública. Algo que se ve en dos proyectos de ley que avanzan en la Legislatura porteña, y cuyo fin es permitir la creación de un registro público de nombres que les reconozca a las travestis ese mismo derecho. Una iniciativa que, más allá de la indudable cuota de reconocimiento público que impulsa, es un ejemplo de cómo se han sobredimensionado las cuestiones del nombre propio y de la identidad de género en detrimento de otros problemas.
Sobre esto precisamente opina Mauro Cabral en el tercero de los artículos que abordan el tema en la revista. “Pareciera que la única experiencia TTT (TravestiTransexualTransgénero) posible es la falta de correspondencia entre cuerpo e identidad, entre identidad y nombre legal”, sostiene. Una falta de correspondencia que para él tiene dos consecuencias problemáticas: “Por un lado, anula la diversidad de las experiencias del cuerpo y de la identidad porque las somete a la lógica de la diferencia sexual binaria (en este esquema es imposible pensar en una persona trans feliz con su cuerpo no modificado). Por otro lado, es allí donde los proyectos asumen la cuenta de las injusticias que soportan nuestras comunidades, cifrando el remedio a las injusticias en el cambio de nombre”. Algo con lo que Marlene acuerda cuando dice: “Se nos ofrece rectificar nuestro nombre y el sexo en el DNI, pasando de hombre a mujer y de mujer a hombre. Pero lo que nosotras planteamos, en realidad, es que tenemos que salir de esa idea dicotómica de ser hombre o mujer. Hay que terminar de aceptar que las travestis somos otro género. Lo podés llamar trans, para que de esa forma sea más amplio y más abarcativo, pero la verdad es que la cuestión dista de estar cristalizada. ¿Cómo queremos identificarnos concretamente? Que nos den un DNI de hombre o de mujer, según el caso, nos pone en la necesidad de tener que adecuarnos “a la imagen de”. Y esa asimilación a un modelo universal y perfecto es una experiencia en algún punto fallida”.
Que Julia Amore haya decidido realizarse una operación de reasignación de sexo es ni más ni menos que un caso testigo de cómo El Teje entremezcla lo personal y lo político de manera productiva. “El deseo de cambiar de sexo lo tuve desde siempre. Ya de chica lloraba porque creía que mi anatomía no era acorde con lo que yo sentía. Pero este año me terminé de decidir. Me acerqué al hospital Durand e inicié un tratamiento con un equipo de psicólogos y psiquiatras, al cabo de lo cual me dieron una terapia de hormonas y empecé con todos los trámites legales que son necesarios en un país que —a diferencia de Chile, Uruguay o Brasil— no permite las prácticas de reasignación de sexo.” Algo sobre lo que Julia escribe en este número, anticipando que su plan es relatar el proceso por entregas, a medida que se vaya acercando el momento de operarse.
En historias como esta El Teje deja ver una política del cuerpo. Como también lo prueba la nota firmada por Diana Sacayán, cuyo título (“El estado de tus tetas debería ser una cuestión de estado”) habla a las claras de cómo la aplicación de silicona industrial (la segunda causa de mortalidad entre las travestis en la Argentina) no ha justificado hasta ahora una política sanitaria que contemple los cuidados y las prevenciones necesarias para evitar esas muertes. “No se ve nuestro cuerpo en las políticas públicas”, dice Marlene. “Y si se lo considera, sólo es bajo la forma de un cuerpo que tiene que ser cuidado del VIH para que el heterosexual medio que busca travestis para tener sexo no se contagie. En la medida en que la prostitución es incontrolable, solo se aplican con respecto a nosotras políticas sanitarias en este escueto sentido.”
Hace un par de meses, en los clasificados de un diario de Paraná se publicó un aviso en el que se buscaba una vendedora que fuera travesti para un importante negocio de ropa. Y la extrañeza que produjo la noticia, incluso entre aquellas que han de haber respondido al llamado, pesa en la incierta veracidad que Julia Amore le concede al aviso. “Nadie toma a una travesti para trabajar en su negocio o en su empresa”, dice, concluyente. “Yo conozco a muy pocas travestis que tienen un empleo formal que no sea en algún organismo del Estado, más allá de chicas peluqueras que han llegado a poner su propia peluquería, en el mejor de los casos, o algunas que se las rebuscan como modistas.” Una situación (la de la falta de trabajo, a la que suele asociársele la prostitución como práctica extendida) que se está buscando revertir desde el seno de la comunidad trans a través de experiencias como la de El Teje o como la de la recientemente inaugurada cooperativa textil Nadia Echazú, una fábrica ubicada en Avellaneda en donde un grupo de travestis y transexuales se está capacitando para empezar a producir y vender ropa de cama. Estrategias, estas, que se tornan necesarias en un contexto social en el que se sigue discriminando mucho a las travestis y trans.
“Si pienso en lo que nosotras sufrimos, diría que hay una diferencia abismal con cualquier otro tipo de manifestación de la discriminación”, afirma Marlene. “Somos homologables a la raza negra, porque la identidad es algo que se hace visible de inmediato. Un gay y una lesbiana pueden negociar el tema del silencio en los espacios públicos y tener una vida privada donde se permitan otras cosas. Pero en nuestro caso eso no es posible. Ya nuestra sonrisa es travesti, y ahí hay algo inobjetable. Es una presencia que obnubila todo el resto. Si soy hombre y empleador, no sólo tengo que decidir si como empleada vas a ser buena en la tarea para la que te contraté, sino también lidiar con el recelo de que los demás piensen que te tomo como empleada porque me gustás y porque además quiero explotarte sexualmente de manera paralela. La prostitución es el lugar que esta sociedad les ofrece a las travestis para estereotiparse. Y por eso salir de la prostitución genera tantas inseguridades, toda vez que existe la sensación de que el otro te va a seguir viendo como prostituta independientemente de que no lo seas.”
De ahí que tanto Marlene como Julia descrean de que la lucha de las travestis por sus derechos sea homologable, en sus objetivos y en sus efectos prácticos, a la que llevan adelante gays y lesbianas. “Yo no creo que se esté luchando mancomunadamente por lo mismo”, dice la directora de El Teje. “Lo que se ve hoy en día es cómo se nos pretende imponer una agenda desde los organismos de derechos humanos internacionales, en un contexto en que la imagen de lo gaylésbico se pretende universal y está anclada en la creencia de que podés ser lo que quieras ser siempre y cuando tengas capacidad de pago y mantengas un cierto cuidado en la apariencia.” Una incompatibilidad en las perspectivas que Julia prefiere matizar en lo que se refiere a las nuevas formas de familias. “Yo creo que el hecho de que existan antecedentes de parejas gays y lesbianas que se casan y que quieren tener hijos no nos deja a las travestis necesariamente afuera. Me parece que es como un comienzo, que demuestra que nosotras tal vez podamos casarnos y pensar también en adoptar algún día. Pero esa es una lucha todavía por venir. Una de las tantas luchas que debemos proponernos.”
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