› Por Diana Sacayán
Es un jueves distinto. La noche se avecina, como suele hacerlo siempre sobre la famosa Avenida Corrientes, pero esta vez adentro del Centro Cultural Ricardo Rojas varios ejemplares del flamante Nº 3 de El Teje se ofrecen desparramados con orden estricto sobre ratoneras ubicadas en distintos puntos del salón. A medida que pasan los minutos los observo partir, comparo la exitosa desaparición como si se tratara de la clásica “venta de pan caliente”.
La revista está en todas partes, desglosada y pegada sobre las paredes, exhibiéndose en su desnudez para los asistentes; me acerco a alguien que observaba con atención: es Ezequiel Black, el encargado de Arte y Diseño, quien luego de invitarme una copa de vino dice como aliviado: “De esta revista me gusta cómo la imagen dialoga con el texto. Me gusta la tensión entre el glamour y el feminismo”. Eso dijo, y yo veo que ha llegado mucha más gente. Nadie ha querido perderse la fiesta del primer año de El Teje, tampoco esas tres jóvenes travestis de La Matanza que para llegar a Capital tuvieron que sortear un piquete de vecinos enfurecidos por los cortes de luz. “Tres horas paradas, pero llegamos”, declaran triunfales, mientras los jóvenes por la diversidad cuentan lo suyo: se escaparon de una fracasada presentación sobre códigos contravencionales y quisieron hacer un contraste pasando por el Rojas para deslumbrarse ante la máxima expresión, sin códigos adversos, del celebrarse ser, la festividad plena y propia de la identidad travesti.
Cuando la fiesta ya está prometiendo gran esplendor, vemos a través del gran vidrio que da a la calle a una conocida dirigente travesti cruzar la Corrientes moviendo sus caderas casi en cámara lenta, sus ojos abiertos tan grandes y redondos no pueden dejar de mirar la revista que, pegada en el vidrio en tamaño extra, su cuello va girando a medida que ella toda se acerca, el cuello parece desprenderse de su cuerpo que sigue viaje... Más curiosos que no entran a esta fiesta abierta a todo público: un grupo de estudiantes que observó durante largos minutos tras las puertas de vidrio la performance del grupo Talking to Machina (“Hablando con máquinas”), que abrió la noche con el despliegue de un show atractivamente bizarro.
La fiesta ya se armó y va a seguir verdadera hasta el final. Abundaron las empanadas y el vino para los invitados, no hubo casi discursos porque la misma noche, el mismo clima, la comodidad y la distensión hablaron por sí mismos. Desde el encanto de la mamá de “La Viturro” hasta la exclamación de “¡fabuloso!” de una jueza que también asistió a la evento, pasando por la voz experta de María Moreno que dijo que “El Teje comenzó a tener movimiento, está siendo más profesional”, aunque no ahorró críticas a la nota realizada a Capusotto. Marlene Wayar —la responsable máxima de esta realización— vestía maravillosa, acorde con el color de la fiesta. Se la notaba un tanto excitada: cada dos pasos que daba, alguien la interceptaba para felicitarla, hasta que por fin pudo llegar al micrófono y entonces su voz pareció abarcar todo el salón: “El Teje nos da la posibilidad de construir nuevos vínculos”, dijo apenas, y sus agradecimientos quedaron inconclusos por culpa de los nervios, pero luego la impulsaron a rectificarse, corregirse y aumentarse en muchas más personas en esta realización fascinante que es El Teje.
La noche fue cobrando más color, más brillo, más participación, ante un micrófono abierto que se ofrecía a quienes se animen a usarlo. Nati Menstrual encantó al público con su cuento de la Sonia Bragueta y pidió un abucheo para Chiche Gelblung. Susi Shock fascinó con sus canciones enérgicas y llenas de significado. Y todo ante las miradas atentas de Cecilia Vázquez y Mariana Ron. Vinieron las fotos y las notas, también vinieron jóvenes estudiantes y una joven pareja con su niño que, ante el “marica, culo y teta” lanzado enérgicamente por la Menstrual, huyó despavorida con el niño en brazos.
Quién iba a pensar que El Teje iba a cumplir un año cuando discutíamos, porque no nos poníamos de acuerdo con el contenido, o porque el material no estaba preparado en su tiempo, o porque había personajes que no queríamos en la tapa, o porque apenas éramos tres.
La fiesta de cumpleaños es en realidad el reconocimiento al esfuerzo, al trabajo y la capacidad de quienes sustentan la revista, que no es cualquier revista y eso se nota. La fiesta tiene ritmo y atributos travestis; unas tejen en ronda con su copa en la mano por allá, las otras traman por acá vaya a saber qué cosa... Es un evento muy carrilche, muy generoso; también muy caro, nada se mezquinó. Todo es travesti aquí, si hasta la enorme torta cuadrada de más de 5 kilos que en el medio tiene inscripto “El Teje” fue elaborada por Paula Polo, una compañera travesti. Todas las responsables rodearon la torta, abrazadas se miraron, con una mirada cómplice, una sonrisa de grandes tejedoras, sonrisa que fue iluminada casi mágicamente por dos bengalas que desplegaron un suave color fucsia. El agasajo y los aplausos parecen interminables, la noche no se parece a ninguna, se celebra la primera experiencia periodística desde y para las travestis.
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