Viernes, 21 de octubre de 2016 | Hoy
TEATRO
En El vuelo de la mosca Mariano Saba recrea la antigua disputa entre el campo y la ciudad, civilización y barbarie. Una radiografía de la pampa más húmeda y sangrienta que nunca.
Por Alejandro Modarelli
La pampa húmeda es la radiografía de un cuerpo colectivo, permanente fantasmagoría donde se disputa la res pública. Una carnicería de baja calidad entre el campo y la ciudad. En el cuerpo de la vaca el terrateniente marca en profundidad, con su seña, lo que es ya también un valor de cambio. En el cuerpo de su peón gaucho y guacho los símbolos de un uso físico y moral: la etiqueta ritual del catecismo y la piadosa alfabetización; el trabajo aleccionador y a destajo que deviene desde la infancia musculatura precipitada y perturbadora. Toda una tradición literaria da cuenta de esas corporalidades en pugna, desde José Hernández y sus dos secuencias del Martín Fierro (el renegado y el pactista, la ida y la vuelta), Ricardo Güiraldes y el gaucho componedor, hasta la moral genetiana en Juan Moreira, de Eduardo Gutiérrez, aunque el que nos quedó en la memoria fue el Moreira acribillado por la espalda en la película de Leonardo Favio.
En El vuelo de la mosca (Primer premio 2012 del Concurso Roberto Arlt IUNA/Argentores) el doctor en Letras y dramaturgo Mariano Saba, docente en el Sportivo Teatral coordinado por Ricardo Bartís, regresa al género inspirado en un evento arcaico pero reciente, cuando a causa de la quema de pastizales en el 2008, durante la llamada crisis del campo, la ciudad de Buenos Aires apareció invadida por “un humo negro, espeso, que no se iba hasta pasado el mediodía”. Una sucesión de azares lo llevó a enterarse de que las hijas de Felisberto Hernández se negaban a publicar un relato póstumo del padre, por creerlo obsceno. Saba concibió con estos disparadores a tres hermanas de una familia venida a menos, una de ellas subnormal (Mariángeles Bonello), muy a lo Chéjov, y un padre estanciero que había alcanzado fama internacional por su poesía vanguardista y murió dejando en alguna parte -que se irá develando, como en un thriller o como en “La carta robada”- un texto inédito por el cual una universidad estadounidense pagaría un dineral. En torno a esa escritura oculta se revelará la verdadera naturaleza del soberano que, en el brutal decir de Memé, la hija “de la ciudad” (Guadalupe Iturbide), fue un viejo cerdo que desesperaba por el cuerpo de los peones, y en especial el de los más jovencitos.
La alta cultura nacional está inscripta, pues, en un personaje perverso y omnipotente, como los de Lamborghini, que hace un doble uso del cuerpo sometido: el uso corporal para imponer la ley de su saber, y el del abuso sexual, para sellarla. He aquí el eje perturbador de El vuelo de la mosca que la directora Analía Mayta organiza como un jeroglífico sobre el cual descifrar la ruina económica y moral de esta familia (incapaz, por otra parte, de competir ya con los grandes pooles).
En esa radiografía de una pampa ruinosa, en ese ambiente claustrofóbico donde sobrevive la familia -excelente ambientación de un casco rural- la cosmopolita Memé busca concretar contra su hermana Lidia (Luciana Cervero Nova) la venta del texto indecente a través de Rath, un editor ambicioso que además es su amante (Matías Bertiche, con un interesante nervio actoral del que fui ya testigo en otra obra, Arena). La picaresca y el grotesco, sucedáneos del género recreado, se cuelan en las trapizondas de estos dos amantes de salón literario y desesperación bancaria. Aunque no son los únicos amantes, sabremos pronto.
Convertida la picaresca en tragedia sobrevendrá una epifanía: el peón mudo-no mudo de El vuelo de la mosca, muy bien actuado por Alejandro San Juan, se convertirá él mismo en el texto oculto, a la vez que en res después del sacrificio, y así se cierra la escena literaria rural. La mosca vuela sobre la carne; el hambre la hace volar pero no a cualquier lado, sino justo donde encuentra el alimento. La mosca sobre la carne dulce, sobre la carne sexuada, sobre el sexo indiscernible marcado por el poder del soberano. El dramaturgo ha encontrado unos paridores impecables para una obra que recrea la vieja disputa entre ciudad y campo, cultura y barbarie, en los bemoles del presente.
El vuelo de la mosca. Sábados a las 20, Teatro Las Lunares, Humahuaca 4027.
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