A LA VISTA
Además de conseguir derechos largamente reclamados ahora consagrados por ley –como el derecho a pensión por viudez para parejas del mismo sexo– algunos hechos relevantes del 2008 que permiten creer que el 2009 puede ser mejor.
› Por Juan Tauil
Entre tanta globalización de la mediocridad, violencia a escalas trasnacionales e información basura escupida por los medios, del fango emergen personas que aportan un granito de arena para que el futuro no se vislumbre tan oscuro para la comunidad GLBTT. Un ejemplo es Guido Westerwelle, líder político alemán abiertamente gay quien prometió que si es electo para el cargo de ministro de Relaciones Exteriores quitará la ayuda internacional que Alemania concede a los países que continúan con sus políticas discriminatorias contra las mujeres y las minorías sexuales. Como el bolsillo suele doler más que la conciencia, puede que sea una decisión exitosa y habrá que esperar a que acceda al cargo. Algunos organismos como la querida y vapuleada ONU también aportan lo suyo a la lucha contra la homofobia aunque no alcence, el puntapié inicial de Francia y el apoyo de más de 60 países miembros va poniendo en la agenda un tema que ya tendría que ser tema superado. Como dato esclarecedor de que los extremos se tocan, tanto el Vaticano como la Confederación Islámica se oponen a la despenalización. Como parte del lobby destinado a detener este genocidio, la ONU designó un enviado especial para recomendar a algunas naciones del Caribe que eliminen las leyes que criminalizan la homosexualidad no sólo porque violan derechos humanos fundamentales, sino también para detener el avance del SIDA, ya que las personas infectadas por el virus del HIV no acuden a realizarse los análisis ni reclaman asistencia por temor a ser identificados como gays y sufrir las consecuencias. El recientemente electo Barack Obama –quien de a poco va demostrando su apertura y esperemos siga en esa tendencia– ya cuenta en sus filas con la presencia de una funcionaria lesbiana: Nancy Sutley, que presidirá el Consejo sobre Calidad Ambiental de la Casa Blanca, y designó ministro de Justicia a un afroamericano, Eric Holder, que cuenta con el respaldo de varias organizaciones GLBTT por su lucha contra los crímenes homofóbicos. En pleno alboroto eleccionario no dejó de sorprender gratamente a la comunidad LGBTT las sinceras declaraciones de Colin Powell –sí, el mismo que avaló el desastre en Irak– quien está a favor de que el ejército norteamericano sea integrado por personas abiertamente gays y lesbianas y recomienda dejar de lado la política del "no digas, no preguntes" que rige desde 1993.
Sin dudas algo para destacar es que empezaron los preparativos para celebrar una Gay Pride tripartita entre Lituania, Letonia y Estonia, países bálticos de democracias jóvenes con fuertes historias de violencia y represión, que se llevará a cabo en Riga, la capital Letona. También las presidentas de Irlanda y de Argentina demostraron su sensibilidad –por separado– al tocar el tema de la igualdad de derechos sin importar la orientación sexual; Mary McAleese alertó sobre la gravedad del bullying contra jóvenes gays en edad escolar y Cristina Fernández de Kirchner señaló la igualdad de derechos del colectivo travesti de peticionar a las autoridades en un discurso en cadena nacional en plena época del lockout agropecuario. La repetida frase "una de cal y una de arena" se cumple en el caso del esperado monumento a las víctimas gays del Holocausto que fue erigido en Berlín; el bloque gris de cuatro metros de altura que fuera inaugurado en mayo en el parque Tiegarten fue atacado por vándalos que rompieron los vidrios que protegen la fotografía en blanco y negro de un beso entre "Un simple beso puede traerte problemas", entre dos hombres reza el epígrafe, ignorado por los de siempre, los pocos encargados de borrar con el codo los avances de la humanidad.
Si bien era algo que se preveía, no deja de ser bochornoso (¿sería excesivo ver allí el bochorno del año?) que solo 66 de los 192 países que son miembros de las Naciones Unidas (lo que equivale a un tercio del total) hayan apoyado la propuesta del gobierno francés de despenalizar la homosexualidad en todo el mundo. El embajador de Argentina ante el organismo, Jorge Argüello, fue el encargado de leer la declaración en lo que constituyó un debut que promete futuras batallas: esta fue la primera vez que en una sesión plenaria de la Asamblea General de la ONU se hacía un llamamiento de estas características. Lo que para muchos militantes del arco LGBT constituyó, más allá del traspié de la propuesta, un avance sustancial en la defensa de derechos tan básicos como la vida, toda vez que hay países (Arabia Saudita, Irán, Nigeria y Sudán son algunos de ellos) en los que todavía la homosexualidad es castigada con la pena de muerte. “¿Cómo se puede aceptar a principios del siglo XXI que alguien pueda ser arrestado, torturado o ejecutado por su orientación sexual?”, se preguntó la viceministra de Derechos Humanos de Francia, Rama Yade. Y fue el ministro de Relaciones Exteriores de Holanda, Maxime Verhagen, quien –al tiempo que reconocía la insuficiencia del número de las adhesiones– celebraba que el tema “haya dejado de ser un asunto tabú en Naciones Unidas”. Algo con lo que desde un principio no comulgó el Vaticano, principal impulsor de la repulsa, tras la cual se agruparon los 62 países árabes que forman parte del cuerpo diplomático. Una situación que explicó que el representante de Siria rechazara lo que para su país no era más que una injerencia en los asuntos internos de naciones soberanas. Un argumento que recogió, en parte, Dumisani Kumalo, el embajador de Sudáfrica, un país que si bien apoyó la despenalización de la homosexualidad, cuestionó la necesidad de presentar este tipo de propuestas, ya que hacerlo supondría pretender “evangelizar a países que funcionan de otra manera”. Una forma de pensar capaz de defender el relativismo cultural y la autonomía de naciones en desmedro de lo que es una violación sostenida de los derechos humanos. Y que pérfidamente pone por encima del derecho a la vida y a la sexualidad una serie de justificativos que convierten la discriminación en un asunto de soberanía de los estados.
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