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› Por Nati Menstrual
Las bolsas de nylon que se habían escapado de las manos fuertes de los chongazos recolectores de basura danzaban en un remolino enloquecido con el viento de la noche.
La Turca sabía rondar por las noches porteñas como tantos años atrás. Marica de las que yiraban huyendo de los milicos, cuando ser maricona podía significar ser condenada a muerte sin un puto juicio. Todo lo resistió, como una mariposa con alas de acero aleteando entre tules de colores y brillantes desenfrenos.
Ya no eran esos años, ahora era fácil ser marica. Tenía 60 años. Salía a yirar por las noches con una vincha rosa escandalosa, los labios y dos aros colgantes grandes. Qué tetas ni tetas... Qué aceite ni silicona... Las mañas mariconas no las perdía. Por más que se pusiera vieja tenía un culo con hambre de quinceañera. Le encantaba recibir los embates de algún cartonerito caliente y hambriento que, por casi nada, la clavaba con un clavo de carne.
Salió ese día como tantas otras noches de cacería salvaje, se entregó a algún revolcón ocasional y siguió viaje, tenía que levantarse temprano y se le hacía tarde. Caminó por avenida San Juan y se acordó del Pancho 95 abierto 24 horas y le dio hambre. Caminó ansiosa en busca de ese bocado y un pendejo atrevido se le vino encima y le pidió un mango; la Turca le dijo que no rotundamente y siguió camino apurando el paso. Llegó al Pancho 95, compró, pagó, y salió masticando. No alcanzó a hacer media cuadra que la voz del chongo, al parecer drogado, empezó a gritar frases homofóbicas y violentas. La Turca sintió miedo como hace años no sentía y sólo atinó a apurar su maricón paso. De pronto la voz más cerca seguía sonando. Cuando reaccionó, al girar, recibió un golpe con una madera grande con el centro sembrado de clavos. Su cabeza fue el centro del odio chongo inentendible y desatado. Mientras el maldito mataputos le deshacía el marulo con la tabla, ese machazo sin huevos con sus piernas musculosas tensas por el mono paquero y la bronca generalizada contra el mundo, desataba una lluvia de patadas al tun tun con la única intención de dañar hasta el hartazgo. La Turca quedó tirada en el suelo, ensangrentada, retorciéndose como un gusano; el chongo asesino y homofóbico se fue como pancho por su casa, sin que nadie le dijera nada.
La Turca se recuperó, los hematomas se desinflaron y su piel fue dejando el fuerte tono violáceo. Supo hacer bromas con la cicatriz enorme de los 30 puntos cosidos en su frente comparándolo con el entretejido de Alberto Martín que siempre se le había notado. Los miedos la envolvieron y la seguridad que tuvo en su juventud enfrentándose a tanto no pudo contra la debilidad de la reina madre marica envejecida. Vendió su departamento en San Telmo y se retiró a una casa en el campo.
Tal vez era el momento de colgar los botines, o mejor dicho... las plumas, las tangas y los altos tacos mezclados en el baúl de los recuerdos con montones de aquellas lágrimas saladas... que le habían costado tanto...
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