LUX VA > AL LAWN TENNIS
Alertada de que había gran duelo en el Buenos Aires Lawn, nuestra cronistx se hizo una escapada para alentar, por igual, a Gaby y a Martina.
Con un pie en la calle y otro en una de mis tremendas plataformas, me hallaba yo el sábado pasado a punto de empezar temprano cuando una carta de lectorxs del Soy (aniversario) me paró en seco con un "¡Nop!", al mejor estilo árbitro de tenis, oficio corta mambo si los hay. Ok Lux, hora de hacer un break, poner un point a tanta frivolidad y confusión, y darle cabida al deporte, catedral del sano esparcimiento de la discriminación donde el macho juega al fútbol, el menos macho es arquero, el recontramacho juega al rugby, el viejo, a las bochas, y las mujeres a las gradas del polo o a las del Lawn Tennis con las piernitas cruzadas. "Piernas cruzadas, chicas", les acoté a mis tortones patrios del alma, con quienes me encontré en cuanto puse mis tenis en el Lawn. No se sacaron el largavistas ni para saludarme. "¿Qué hacés despiertx a esta hora y con pollerita blanca? Por tu culpa va a llover y se nos va a humedecer de más la reunión cumbre entre reina y princesa, eclipse de sol y luna que se da pocas veces en la vida." Para ser exactxs, en apenas 21 oportunidades mágicas, de las cuales no nos perdimos ni media, sin contar que mis amigas los domingos amanecen con el video del ’94 cuando la Navratilova se retiró con triunfo impecable de Gaby en el Madison Square Garden. Dos potencias frente a frente, tête-à-tête, reinas del músculo que nunca duerme, la rubia y la morocha, la que dice lo que es en checo y en inglés y la que es todo lo que es aunque no lo diga. "¡Viva Gaby, carajo!", gritó una. "¡Martina, quiero ser tu aparato de musculación!", gritó la otra. Comprendiendo que no iban a callarse hasta el match point, me hice un lugar entre otras admiradoras más pasivas. Las vi. Por orden de aparición en este mundo me concentro en la rubia y confieso que con sólo ver la primera bolea de Martina se me planchó la pollerita. Ella hizo el saque y yo me di un ídem para darle a mi cuello la velocidad necesaria que el juego joven de las dos veteranas se merece. La vi acomodarse los anteojos y volví a ver su record de veinte triunfos en el césped de Wimbledon (entre singles y dobles y ¡hasta dobles mixto!), los duelos bien ganados a la bella Chirs Evert, las lágrimas chocando contra el vidrio de sus lentes dorados en cada Roland Garros, donde jamás ganó, la vi saliendo del closet cuando las puertas estaban cerradas con doble tranca, bancándose con cara de póquer su escandaloso divorcio, y me dieron ganas de invertir lo que no tengo para esponsorearle esa camiseta blanca por todos los anunciantes que se negaron a ponerla por lesbiana. La lluvia interrumpió mi nostalgiosa letanía y, cuando llovió, Gaby acaparó mi atención, tan decidida a ganar estaba la negra. La Gaby de las tres v está várvara: vistosa, virtuosa y voluminosa, más linda que antes, cuando le quedaban tan bien los modelitos de Sergio Tachini, esas remeras sudadas bajo las que se trasparentaban sus corpiños, su piel siempre bronceada, y esos gemidos orgásmicos que, con cada golpe, hacían las delicias de los espectadores, sobre todo cuando se generaba el aguerrido contraste con los chillidos desaforados de la otrora apuñalada Mónica Seles. Y ganó nomás la Gaby, el orgullo local se mostró más en forma. Y cuando iban a los dobles decidí irme a casa. Saludé a mis amigas, que me despidieron con una confesión: "Cuando tengamos mellizas les vamos a poner Gabriela y Martina". "¿Y si no tienen mellizas?", pregunté con total ingenuidad. "Si tenemos una sola nena, le pondremos Martiniella o Gabitilova. Como en los kioscos, ¿viste?" "¿Y si les sale un Ova?", pregunté por joder un poco. Y ahí fue que mis amigas se cayeron de culo y al unísono ambas hicieron ¡Fulop!
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