ENTREVISTA > VANESSA SHOW
Llegó desde su tierra natal, Santiago del Estero, y comenzó su carrera de bailarín rutilante en el Maipo, de la mano de Eber y Nélida Lobato. Al poco tiempo, convertida en la deslumbrante Vanessa Show, brilló en la época de oro del café concert. Políglota, internacional, glamorosa y orgullosa, recuerda lo bueno y se ríe de lo malo.
› Por Juan Tauil
—Nací en La Banda, Santiago del Estero. Hija de ganaderos y matarifes de origen árabe con muchísimo dinero, de clase alta, súper alta. Mi abuelo era de Alejandría y mi abuela, marroquí. Al tema de mi sexualidad, si es eso lo que me preguntás, no sé cómo se lo tomaron. Me importó tres carajos si lo tomaron o no lo tomaron. A mí que no me jodan. Así nomás. Ante todo, el respeto. Y eso se gana ubicándose primero. Cuando mis padres se separaron yo me vine para Buenos Aires y no volví nunca más. Yo supero las etapas: las cosas feas de la vida, si las recordás, las sufrís dos veces; pero como me lo preguntás, te contesto. Cuando me vine para acá trabajé lavando copas, pelando papas... el dinero se lo quedó mi padre con sus abogados tránsfugas que desheredaron a mi madre. Simple. Eso fue a mis 12. A mis 15 me vine y me enteré de que no podía trabajar sin autorización del padre. Me tomaron igual. Llegué a Retiro a las 2 de la tarde, me metí en un hotel pulguiento, yo llevaba una valija de cartón, fijate vos, y a las 5 de la mañana agarré el diario. A las 6 ya estaba trabajando de lavacopas en un bar. Eso sí: la premisa era lavar copas el primer mes y después chau.
—Quedé fascinada con las luces. A mis 17 fui al Maipo, pasé casualmente por la puerta, miré la cartelera y me fui un domingo en el horario del vermouth a ver la revista Las Wiffanas con Juanita Martínez, Pérez Prado, Marrone, Mareco... Me fascinó. Dije en el acto: “¡Ay! Pero estas mariquitas no bailan tan bien”... Claro, yo ya era viva, siempre tuve el ritmo en el cuerpo. Ya venía ganando los concursos de rock & roll, mambo, cha cha cha, rumba, chacarera, escondido, zamba... Todo en Santiago del Estero. Siempre tuve elegancia y porte al bailar. Actitud y aptitud.
—Yo no pensaba en travestirme. Un 21 de septiembre, las locas y algunas machas no tan machas de la compañía decidimos disfrazarnos. Yo agarré y me puse unas medias caladas, un turbante y le dije a un secretario de la Lobato: “Decile que me preste una estola de plumas”. Me la puse y salí caminando del camarín. No me reconocieron. Adolfo Stray preguntó: “¿Quién es esa potra que pasó ahí?”. Esa fue mi prueba de fuego: cuando me miré al espejo me quería morir. Estupenda... Fue un flash, como todo en mi vida. (La señora se arregla el pelo y desmenuza quirúrgicamente un pedazo de tostado mixto.) Es mi estilo de vida. No busco las cosas, las cosas me buscan a mí. Eso lo aprendí sola, como todo lo que hago. Un día que estaba haciendo mi página web me puse a pensar a quién agradecer. No se me ocurrió nadie. Voilá.
—El nombre Vanessa me lo puso Eber Lobato. El Show me lo pusieron cuando bailaba en Can Can, en la calle Seaber, donde es la recova ahora, una especie de cul de sac al que se llegaba bajando una escalera por Posadas. Cuando me vio un periodista de Crónica me dijo: “¡Ah, pero vos sos todo un show!”. Y ahí quedó. Cuando yo trabajaba en el teatro Corrientes, en Las gatas calientes en el tejado del Corrientes, hacía un número de gatos en el tejado con una chica y tenía un antifaz. En esa época salía la revista Así y salió una nota sobre mí que Héctor Ricardo García tituló “El señor Vedette”.
—Y... difícil. (La señora contesta mientras se lleva la uña del pulgar a la boca y piensa.) Pero a mí no me importó nada. No me tembló el pulso... nada. Fue todo así: ¡taka! Ningún problema. Es más, yo estaba con la Lobato en el segundo año con ella, que recién había llegado de París. Hicimos Corrientes esquina Champs Elyseés y ¿Pourquoi pas? Durante esos 24 meses hice cine, teatro, televisión y giras bajo la batuta de Eber Lobato, marido de Nélida. (La señora toma un café ligero, con leche tibia, sin espuma y con sacarina. En jarrito.) Yo terminaba de hacer una revista que se llamaba La vedette son ellos, en la época de oro del café concert y en lugares como Hidrógeno; los primeros que venían a verme eran de la policía. Uno de ellos —que después me enteré de que era comisario— le preguntó al dueño quién era la vedette, cuál era el chico vestido de mujer. Yo estaba en el escenario en ese momento, y el dueño me marcó. “¡Pero es una mujer esa chica!” Y me hizo llamar cuando terminé. “El espectáculo es maravilloso, acá no se toca más, no se los molesta más”, ordenó. Igual, si entraban por las malas, yo les iba a hacer un escándalo, eh, no te creas. En esa época se pensaba que si la cana te caía una vez, la gente no volvía. Mentira. La gente hacía cola igual para los espectáculos de revista.
—Bueno, te estoy haciendo un recorte en tiempo y espacio. El problema fue cuando me volví de Italia en los ‘70 y vuelvo a trabajar en Hidrógeno. Ahí la Triple A me empieza a caer y a decirme que yo era un terrorista sexual. Cuando me dijeron eso, yo les dije: “Listo. Si no puedo trabajar, dénme la pistola que empiezo a robar”. Voilá. También cuando hacíamos La revista del tercer sexo —la primera compañía íntegramente hecha por travestis en el Teatrón de Pueyrredón y Santa Fe—, imaginate, ¡el camión de culata venía! Todos adentro. Pero a mí la persecución me resbalaba, me importaba poco. De hecho, hasta llegué a tener un par de affaires con policías... pero ahí no ahondo.
—Nada. Siempre digo que el color de piel es el segundo pasaporte en Europa. Antes y ahora, siempre fueron iguales. Si te ven de piel oscura o con rasgos demasiado árabes, te paran. Ese es el resultado de tanta colonización en Africa y Asia, que cuando se les quieren meter los colonizados se vuelven locos. No les gusta. Aparte yo tenía mi carta de residencia. Mi abogado me dijo: “Usted no diga nada. Meta la carta de residencia dentro del pasaporte. No hay pregunta alguna. Si tiene problemas, que hablen conmigo”. Tengo tres pasaportes llenos de permisos para trabajar.
—Soy recontra peronista. Adoro a Cristina, detesto a la Carrió, que la criticó a la Presidenta porque de la cena con los reyes de España vino y se embarró en Tartagal y dijo: “Del ridículo no se vuelve”. Mirá quién habla... ella, que andaba con la cruz de palo, las tetas hasta la rodilla y cinco dedos de raíces negras en la cabeza. ¿Eso no es ser ridícula? Yo creo que los argentinos estamos acostumbrados a las crisis, tenemos que tomarlo de la mejor manera y vamos a salir adelante, como siempre. Lo que pasa es que la gente no se acuerda de que, hasta hace unos años, había 17 monedas en el país; la gente se olvida. La oposición que tenemos se amontona como estiércol de cojudo: amontonados al pedo. Critican pero no tiran una buena. Poné por favor en la nota que la Carrió se cree Marilyn y es Piggy, la chancha de Los Muppets. Voilá.
—Para Vanessa sí, se merece lo mejor. Voilá, acá te hablo en tercera persona. Por puntual, talentosa, creativa... por el buen gusto que tiene. Vanessa tiene un lema: si hay que comprar, hay que comprar lo mejor. Que no siempre es lo más caro. Vanessa sabe. Tiene mundo, tiene códigos, sabe lo que es un escenario, lo que es un diseño, sabe lo que es un vestuario, lo que es una pluma, un glamour... el glamour es lo que una foto te transmite. Ubicar una pluma en un tocado, una mirada, eso es el glamour. Siempre fui ambiciosa, pero con límites: no quiero ser la más rica del cementerio. Quiero tranquilidad. Sobre eso lo sabe todo, de la A a la Z, el abecedario le queda chico a Vanessa.
–No me di cuenta. Sabía que tenía buen cuerpo... como en esa época no tenía senos, ni nada... Mirá, te digo algo: todo lo que hice, lo hice sin culpas. Ah, y no acepto consejos de nadie, eh. (El dedo índice de la señora se mueve como un limpiaparabrisas.) A mí no me va esa gente que te ve divina y te viene a aconsejar. Yo les pregunto: ¿por qué no viniste antes cuando necesitaba el consejo?
—Sí, me encanta estar con mi perra Tutú y mi gatito Minu, un gato amarillo tipo Garfield.
–Un albañil. A todas nos gustan así... ¿Vos pensabas que te iba a decir Brad Pitt o un empresario? ¡Por favor! No me interesan un carajo. ¡Que los empresarios produzcan y le paguen al albañil para que venga a mi casa! Ahora los chongos no son como los de antes. Andan con claritos en el pelo, se liman las uñas... Eso del metrosexual es un puto que tiene la solicitud en el bolsillo. No me interesa para nada alguien que se mire al espejo más que yo.
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