LUX VA > AL PLANETARIO EN NOCHE DE LUNA LLENA
El primer día de luna llena de cada mes, una cofradía amigable y aulladora se reúne en los bosques de Palermo para convocar a los buenos espíritus. Entre charangos, sikus y flautas, nuestrx cronista asegura que sintió, además de los espíritus, varios cuerpos.
“Oye chicx, tienes que armonizar tu espíritu con tu parte terrenal. Hoy es el primer día de luna llena, vete a los bosques y busca la fogata. Los tambores te darán lo que te falta”, vaticinó la dama de pañuelo y bola de cristal que me había recomendado mi amiga Flor Debaj como última esperanza a esta desazón que me sube cada viernes cuando no sé a qué fiesta voy a ir el sábado. Busqué en Google Earth el bosque patrio más próximo y ya me estaba yendo para el Bosque de Arrayanes a prenderlo fuego cuando la vidente me detuvo con sabiduría milenaria: “A los bosques de Palermo, abombadx”. Ahí nomás me tomé el 93 que me llevaría al sector más agreste de la ciudad. Crucé Plaza Italia, pasé por el Zoológico y el olor a tigre y a boa ya me prepararon para la comunión con la naturaleza. La luna vigilaba entre las araucarias, rodeada de un halo de luz con los colores del arco iris y de a poco los tambores retumbaron en mi parte más sensible, la más baja. Una fogata enorme ardía cerca del lago, eran las diez de la noche y los mosquitos de las predicciones catastróficas de TN brillaban por su ausencia. En lugar del miedo y de los alertas meteorológicos había un grupete de terrícolas ofrendando danzas y compartiendo libaciones, roces de cuerpos en trance y miradas paganas. La improvisada salamanca urbana brillaba entre llamaradas de oro, aullaba como una jauría de lobos e invitaba a los presentes a despojarse de las ataduras, prejuicios y pretensiones. Yo entendí que había que sacarse la ropa. Pronto, otros instrumentos se sumaron al mantra extático que nos iba sumiendo a los presentes en un estado catatónico. “¡Ayayayay!”, lanzaban las bocas de los morrudos engalanados con rastas y sudorosos tatuajes mientras unas ninfas mostraban sus dientes perlados al Huallallo Carhuancho, dios del fuego y se regalaban entre ellas unas picaronas caídas de ojo. Un atlético moreno danzaba, primitivo, dando gritos y zapateos descalzos en la tierra polvorosa, y me sonrojé al darme cuenta de que me miraba con salvaje urgencia. Asustadx y medio descolocadx por las sorpresas ofrecidas por ese no-lugar citadino, me levanté y me oculté entre los matorrales. Lobisón y lobisona, reyes de este mambo, me siguieron a hurtadillas. Les tiré con una alpargata —el único antídoto para estos licántropos—, pero fue inútil. Por detrás me tomaron y por delante me elevaron, agarróme de las cachas el uno y de los hombros la otra y me descuartizaron de placer mientras yo me sujetaba como podía del meteorito santiagueño que engalana las cercanías del Planetario. Vi las estrellas, aullé como lobx y me estremecí por los tambores y el tole tole. Ya abandonadx por el deseo y obligadx por la sed, me rendí ante la rubia cerveza que pasaba de mano en mano en una enorme palangana comunitaria.
Me desperté en mi cama, un café con leche helado que la tía Enriqueta me había traído a la cama me esperaba en la mesa de luz. Dormí como un tronco y me desperté livianx, libre, como si toda la fauna autóctona del Impenetrable se hubiera apareado conmigo. ¿Fue así? “No, mi vida —me calmó la tía—. Esas cosas sólo pasan en los sueños.” l
Para no perderse el proximo encuentro: http://lunatambor.blogspot.com/ [Encuentros en el Planetario los primeros dias de luna llena]
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