Viernes, 24 de julio de 2009 | Hoy
A LA VISTA
La noticia sobre la creación de una cámara de comercio para la comunidad Glttbi dispara una reflexión sobre la vacuidad del uso de esa sigla que, por lo que suele representar, podría acabar en las dos primeras letras.
Por Mauro Cabral
Hace unos días atrás recibí, en mi casilla de correo electrónico, la publicidad de una fiesta “totalmente sexual” que una noche de éstas tendrá lugar en Cali. Luego de avisar, bien desde el comienzo, que los asistentes se identificarán y serán identificados por antifaces (negros para activos, rojos para pasivos y amarillos para versátiles), el anuncio continuaba desglosando una larga lista de puntos a considerar (cuarenta). Cómo hay que inscribirse, la cantidad de condones (tres) y de toallas (una con opción a dos, y hay que devolverlas) que se proporcionará gratuitamente a los asistentes, fisting sí, pero sin suciedad ni mal olor, pase libre para cualquiera que acredite más de 22 centímetros, etcétera. El punto 3 de la lista afirma: “La fiesta es totalmente gay, así que sólo se permite el ingreso de hombres mayores de edad”. El punto 4 continúa: “Se prohíbe el ingreso de personal trans, que no ingresará así haya realizado la consignación, y de haberla realizado no se retornará el dinero”.
La semana anterior había recibido otra publicidad, esta vez de un hostel gay de Buenos Aires que anuncia por mail la bondad de sus promociones en un inglés francamente porteño. Hice lo que hago habitualmente en estos casos: escribir y preguntar si así como estoy sentado acá escribiendo puedo ir y alojarme. Claro que no: el hostel sólo recibe hombres. Eso soy, les dije. Un hombre, trans. Pero no hubo caso. Lo suyo, como bien se molestaron en explicarme, no es activismo sino un negocio. Más o menos lo mismo me respondieron los muchachos de la fiesta: todo bien con “las trans”, ya haremos una fiesta a la que “ellas” puedan entrar. ¿Ellas? No sabemos lo que querés decir, pero como sea, no. Vivimos de esto.
Por ahí, más o menos en el medio entre un intercambio de mails y otro, cuando no, una noticia. Ah, las noticias. Esas noticias, las que hacen que uno se felicite de la comunidad que construye y se emocione viendo flamear la bandera del orgullo en algún lado. Una noticia, como bien se publicó por ahí, de la diversidad, de esa diversidad que, como también se publicó, suele traducirse en la sigla Glttbi. En fin, la noticia: en Buenos Aires se realizó el 2º Encuentro Internacional de Empresas y Emprendedores Orientados al Segmento Glttbi.
Después de haber leído la noticia en varios medios distintos llegué a la conclusión —verdaderamente rápida— de que, de acuerdo con los estándares difundidos del negocio Glttbi, yo no califico como consumidor. La razón es bien simple: soy pobre. Mi novio es pobre. Hasta mis perros son pobres, y el tortugo ni hablar, pobre de solemnidad. La cobertura periodística que se le dio al encuentro dejó bien en claro, una y otra vez, que el interés central radica justo allí donde miles y miles y miles de diversos no cuentan. El negocio...
No toda violencia excluyente es económica, sin embargo. Los organizadores de la fiesta en Cali y los administradores del hostel gay de Buenos Aires lo tienen bien claro: para los hombres trans, ni aun pagando las cosas cambian, no vaya a ser cosa que la masculinidad diversa arruine la diversión. Y ni que hablar de aflojarle la rienda al privilegio, a ese privilegio que, una vez más, no es sólo económico. A ese privilegio que es, en esencia, bíblico. Dios les dio el poder de nombrar, de distinguir las especies entre sí y de distribuirlas en el espacio, incluyendo
—¡claro está!— el espacio del deseo. La empleada que en la puerta decide quién le parece digno del pronombre “él” y quién tendrá que soportar, en cambio, sus disquisiciones acerca de la masculinidad ajena; el activista que, sin el menor empacho, explica a su audiencia cómo la diferencia sexual es la verdad de la gente, aunque la gente no quiera. Los queridos empresarios y emprendedores de la comunidad Glttbi que en cada marcha del orgullo auspiciarán con sus anuncios el reclamo por el respeto por la identidad de género, pero que no nos reconocerán, jamás, el derecho a la identidad definida en nuestros propios términos. Ahí estarán, con sus banderas de la diversidad. Y serán negocio.
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