Viernes, 4 de septiembre de 2009 | Hoy
¡UFA!
El pabellón de travestis del penal de Marcos Paz levantó la huelga de hambre que habían iniciado a principios de mes para denunciar sus condiciones de detención después de que el director del penal prometiera al Inadi un cambio en el régimen que las mantiene dentro de celdas diminutas casi 20 horas por día. Sin embargo, una vez que la mirada del afuera dejó de hacer foco sobre esta situación, las promesas se diluyeron. Ahora, el encierro dentro del encierro parece no tener fin.
Por Marta Dillon
Hay un eco particular en la llamada que bien podría reemplazar la advertencia automática: “Esta llamada proviene de una institución penitenciaria”. Es como si la voz se chocara contra los muros antes de llegar del otro lado del teléfono. Emilce se ve obligada a intentar tres veces antes de poder entablar la comunicación. No es la tecnología, es la arbitrariedad de su régimen de encierro lo que corta la conversación una vez y otra. “¿Te das cuenta lo que te digo? No podemos salir ni al teléfono; y cuando salimos nos vuelven a engomar cuando quieren”, denuncia esta tucumana de 31 años que lleva cinco meses presa y ya protagonizó una huelga de hambre en el penal de Marcos Paz para hacer visibles las condiciones de detención de quienes habitan en el pabellón 4, módulo 1.
—Fue después de que vino el Inadi a entrevistarse con Ariel Escobar, el director del penal, porque se comprometió a cambiarnos este régimen que nos tiene encerradas 20 horas por día en celdas de dos por tres en donde tenemos que comer, bañarnos, hacer nuestras necesidades. Pero ahora nos comunicaron que hasta fin de año nada iba a cambiar.
—Desde el 15 de mayo, pronto se van a cumplir cinco meses y ya hubo un suicidio, un chico gay que se llamaba Domingo William Alonso. Hacía seis años que estaba, era muy tranquilo, pero no aguantó este régimen, porque el aislamiento es enloquecedor. Este mes, otro compañero, Christian Vega, se lesionó, se cortó todo porque necesitaba hablar con su madre y no lo sacaban de la celda. Y lo que hicieron fue mandarlo a Unidad 20, en el Borda, como si estuviera loco.
—Se supone que es un régimen de resguardo físico, como si estuviéramos en peligro, lo cual no es cierto. Todo empezó con una pelea entre dos chicas que ya se fueron en libertad. Pero, cómo te podría decir, apenas unas pataditas, unos rasguñones... fue una pelea de mariquitas por un chongo, Javier Carranza, que se hizo trasladar a este pabellón para tener relaciones con travestis. Y ahora él se fue, de pronto parece que ya no es más gay...
—Sí, es común. Algunos se hacen pasar por gays para eso, otros son acusados de violación que nos ponen en peligro. Porque imaginate que es gente que llega a matar para complacerse. ¡Y acá estamos en un penal, a nadie le importa lo que nos pasa! Acá las travestis somos las discriminadas, hay tres hombres conviviendo con nosotras que no tienen nada que ver con nuestra condición sexual y que no tienen problemas con el régimen cerrado porque se van a sus talleres a las 8 de la mañana y vuelven a las 10 de la noche...
—Yo tengo un trabajo en la cocina: reparto la comida entre las compañeras. Pero no puedo salir, apenas me abren para que haga el reparto y después tengo que comer encerrada, cada una en su celda. Cuando hay un comedor con una mesa larga que podríamos usar. También hay un patio hermoso con cinco piletas de lavar la ropa que necesitamos usar, tenemos derecho a caminar para que no se nos arruine la salud. Y, sin embargo, tenemos hasta que lavar la ropa adentro de la celda. Ya no aguantamos más.
—En total somos 27.
—No, solamente entran por visita. Pero justamente las travestis nunca tenemos visita. Mirá, si pienso en las visitas me dan ganas de llorar, porque yo tengo un amigo de mi misma condición y como es travesti siempre le ponen un pero y no la dejan entrar. Y también tengo a mi pareja afuera, que quiso venir y hasta se hizo la tarjeta (trámite necesario para entrar a un penal que implica averiguación de antecedentes y certificado de domicilio), pero nunca pudo llegar y le pedí que no viniera, no quiero que pase por tantas humillaciones. Y mi familia es de Tucumán, así que...
—La ropa entra por encomienda, pero tampoco es fácil. Yo soy una chica que tiene mucho busto y me duele si no uso corpiño. ¡Y no sabés lo que es para entrar uno! Llega y lo devuelven, llega y devuelven toda la encomienda porque dicen que no está autorizada la ropa de mujer. Al final me costó como diez paquetes de cigarrillos de soborno para que me dejen entrar uno solo. La discriminación se siente en todo...
—Por supuesto, acá hay muchas chicas que tienen HIV y, aunque reciben los medicamentos, no tienen control médico, no tienen análisis, ni tampoco reciben las recetas de comidas de prescripción médica. Y eso lo sé bien porque estoy en el reparto. Este régimen cerrado hace que todo sea peor.
—Nosotras queremos que nos abran las celdas, queremos caminar por el patio, poder lavar la ropa, ir a trabajar, ir a la iglesia también (las que queremos ir a la iglesia). Es nuestro derecho. Y queremos que los jueces que tienen a cargo nuestro destino nos escuchen y se enteren de cuál es nuestra situación, porque acá nadie nos ve.
Detrás de Emilce un coro de voces que se superponen hace su propia lista de demandas: medicación, comida cruda que puedan procesar a su gusto, visitas, aire libre... Pero los pulsos telefónicos se agotaron y conseguir una tarjeta que otorgue un salvoconducto hacia el afuera es casi tan complicado como conseguir un corpiño.
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