› Por Facundo Nazareno Saxe
En un momento, ya entrada la noche, la marcha se aplaca, se concentra en el Congreso. Es el momento de los discursos, me aclara un amigo que actúa de lazarillo, sabiendo que ésta es mi primera vez. Presentan a dos señoras grandes, dos viejitas. Una trae unas hojas arrugadas, usa anteojos, se pone a leer. Lee sobre su amor. Tiene un acento lejano, de anciana, pero transmite con claridad los treinta años que estuvo con el amor de su vida, dice algo así como que vivió muchos años de marginación, de no ser aceptada y que esta noche está feliz de estar parada frente a todos nosotrxs que podemos expresarnos. Se nota que le cuesta estar frente a tanta gente, pero también se nota que le da fuerza tomar de la mano a esa otra viejita, su mujer. Termina su discurso, mira a su señora, la besa, un beso profundo, inmenso, deja el micrófono, la gente aplaude, gritos, un estallido. Pide el micrófono otra vez y dice el nombre y apellido de la mujer que ama. Perdón. No recuerdo sus nombres. Sólo me acuerdo de esa señora grande, a la que le costaba hablar que leyó un discurso. Esa señora que podría ser mi abuela, que tal vez no fue la mejor oradora de la noche, tal vez leyó el discurso con dificultad. Pero esa señora fue una maravilla. Esas dos viejitas somos todos nosotrxs, únicxs, diferentes, clamando por una voz, por derechos, por vivir tal cual queremos vivir.
Hace mucho tiempo que quería ir a la marcha, pero siempre algo me lo impedía. Me lo debía. Y me encantó. La marcha es diversión y grito político contundente. No se parece casi en nada a lo que se ve en televisión. En esta marcha hay un grito de libertad. Y es muy potente, de una fuerza que impresiona. Y si no me creen, pregunten a las dos viejitas, que tuvieron la fortaleza para pararse frente a 100 mil personas y gritar su amor frente a 100 mil aplausos. O vayan el año que viene, van a vivir un grito de una fuerza arrolladora, una fuerza que no se puede comprender si no estás ahí. Una fuerza que te sale del corazón y te ilumina como las palabras de las dos viejitas que se amaban, que habían logrado ser visibles, después de tanto tiempo de oscuridad, el sol comenzó a salir, para ellas y para todxs. El grito que se escuchó en Congreso no puede ser silenciado, aunque no lo muestren los medios, es el grito de 100 mil personas pidiendo justicia, y lo más importante que les puedo decir es que ser parte de ese grito me emocionó. Muchísimo.
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