› Por Sofía Olguín
A Leila le encantan los animales y un día su papá Raúl la sorprende con un hermoso conejo blanco. ¿Qué dirá papá Diego al respecto?
Ayer papá Raúl
me trajo un conejito
con grandes orejas blancas,
muy lindo y peludito.
Cuando papá Diego lo vio,
puso el grito en el cielo:
¡Más bichos en esta casa,
ya no aguanto el olor a meo!
¡No seas exagerado,
que Leila va a cuidarlo!
¡Si Leila no lo cuida,
yo voy a cocinarlo!
En guiso o empanadas,
budín o milanesas...
No, Diego, querido,
¡mejor en hamburguesas!
¡Qué decían mis papás!
Me puse como loca,
¿A quién se le ocurriría
comerse a su mascota?
Pero se tranquilizaron,
se tomaron un tecito,
y me dejaron quedarme
con mi lindo conejito.
Le puse Mirlo de nombre,
que es el nombre de una flor,
aunque papá Diego dice
que seguro no es por el olor.
Cuando vuelvo del cole
me encanta jugar con Mirlo
y a papá Diego se le fueron
las ganas de freírlo.
¡Debería buscarle una novia
así no está tan solito!
¡Más bichos no, Raúl,
eso no te lo permito!
¡Ya tenemos tres perros,
dos tortugas y cinco gatos!
Si traés otro conejo,
¡lo cocino de inmediato!
Pero papá Raúl no hizo caso
y me trajo a la linda Emere:
Escondela en tu habitación,
para que Diego no se entere.
Pero, claro, todo fue en vano:
papá Diego nos descubrió,
preparó el fuego, la salsa,
los platos y el cucharón.
Un olor rico y jugoso
salía de la cocina:
¡De postre tenemos fruta,
flan o gelatina!
Papá Diego trajo la fuente...
¡No había ningún animal!
¡Mi papá había preparado
pizza artesanal!
Ay, Leila, ¿qué pensabas?,
me dijo papá Diego.
¿Que está loco tu viejo?
¿Cómo te podías creer
que iba a cocinar al conejo?
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