Viernes, 31 de enero de 2014 | Hoy
GIRO A LA DERECHA
Por Daniel Link
Hay sociedades en las que no podríamos vivir, porque son el anticipo de lo que serán todas las sociedades. Estados Unidos es admirable en ese punto porque, como el espejo de la madrastra de Blancanieves, dice quién vendrá a matarnos y en qué momento preciso.
En 1993 se publicó la edición norteamericana de La pasión de Michel Foucault, escrita por James Miller quien, hacia el final de su investigación, revela el impulso que lo llevó a perseguir los pormenores de una vida poco corriente: “Una tarde de primavera de 1987 un viejo amigo (...) me contó un chisme chocante: Michel Foucault, a sabiendas, en 1983, de que iba a morir de sida, fue a los baños gay de Estados Unidos e intentó, deliberadamente, contagiar a otras personas con la enfermedad”. Esa “historia terrible” o “plan macabro” no termina de cuajar en la cabeza del biógrafo, que se resiste a creer que “Foucault hubiera pasado por allí (como lo describía el rumor) (...) tratando de asesinar a personas inocentes”. Más bien, piensa el biógrafo, “Foucault y esos hombres habrían estado apostando la vida juntos”.
Veinte años después, los titubeos ya no son consentidos y la apuesta conjunta o la “experiencia límite” es borrada de un plumazo, pese a que la pandemia, gracias a los tratamientos antirretrovirales, ya no es letal. Lo que queda es el vocabulario de la infamia: “terrible”, “macabro”, “asesino”: otro Miguel, con una espada flamígera de diferente alcance teórico, pero igualmente eficaz políticamente, fue detenido en octubre pasado acusado de los mismos “delitos” que alguien supuso en su ilustre antecesor. “No es sólo una cuestión de seguridad personal, sino de seguridad pública”, declaró el fiscal Tim Lohmar, a cargo del caso “El pueblo vs. Johnson”, mientras convocaba públicamente a todos aquellos que tuvieron contacto sexual con el ex atleta negro para que suscriban su propia denuncia. Michael Johnson (que no violó a nadie) podría ser condenado a cadena perpetua si es declarado culpable.
El arcángel Miguel es el jefe de los ejércitos de Dios en las religiones judía, islámica y cristiana (incluyendo las iglesias católica de Roma, ortodoxa, copta y anglicana). ¿Quién puede dudar de que estamos en el medio de una guerra biopolítica en el seno mismo de las sociedades de control (que, sin embargo, no se atreven a desembarazarse del control disciplinario: la cárcel)?
Como sabemos, el acotado universo de las sexualidades disidentes ha sido siempre el campo de experimentación propicia para todas las fantasías de exterminio. Comenzamos ahora criminalizando al portador de HIV y bien pronto los niños que tienen liendres serán confinados en salas especiales.
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