Vie 07.02.2014
soy

Falso el paraíso muxhe de Juchitán

Las voces de las protagonistas dan cuenta de la fragilidad del mito de la panacea diversa.

› Por Guadalupe Ríos

Revista En Marcha (Oaxaca, México)

El sol opaca el color de la fachada de la casa de Jetzabé y deja al descubierto el gris de los tabiques de concreto. Lo mismo ocurrió con la idea que alguna vez se tuvo sobre Juchitán como el “paraíso de los homosexuales”. “Dicen que en Juchitán los muxhes son respetados, que son aceptados y que sus mamás dicen que son una bendición en la familia; tal vez para algunos lo sea, pero también es cierto que hay otra realidad muy distinta de la que nadie habla”, afirma Jetzabé, de 19 años, estudiante del último año de preparatoria, que se reconoce como una persona de la diversidad sexual que ha logrado la independencia económica, aunque vive con su padre y protege y orienta a su hermano menor. “La homosexualidad en Juchitán es tolerada, pero realmente no es aceptada. Se tolera cuando el muxhe ya representa un ingreso para la familia, cuando ya trabaja y está dispuesto a compartir lo que gana con la madre o apoyar al padre en lo que pida, pero si no es así, nadie de la familia los acepta”, asegura Jetzabé.

Analiza los casos que conoce de sus amigas y afirma que si se respetara la diversidad y lxs muxhes fueran una bendición para la familia, no intentarían cambiar su orientación sexual cuando ésta se manifiesta a los seis o siete años. “Si dicen que nos respetan como somos, entonces ¿por qué nos regañan cuando estamos chiquitas?, ¿por qué nos pegan?, ¿por qué se enojan si jugamos a las muñecas y nos obligan a ir al campo o hacer trabajos de hombres si queremos ser mujeres?”, cuestiona. Y continúa: “¿Por qué entonces las que quieren vestirse de mujer tienen que hacerlo a escondidas en casa de otras más grandes? Porque tienen miedo. No es cierto que lxs muxhes son una bendición para la familia. Es un invento, un mito, y en Juchitán hay violencia y homofobia”, afirma.

La infancia diversa en Juchitán es tan complicada como puede serlo en cualquier otra parte de México (...). “Cuando tenía seis años o siete, mi papá me pegaba, me regañaba, me decía que tenía que ser hombre y me llevaba al campo a sembrar, me obligaba y yo lloraba mucho, le decía a mi mamá que no quería, que no me gustaba, que mejor me quedaba a ayudarle a hacer tortilla, pero no me dejaban”, reconoce Peregrina, otra muxhe de 55 años oriunda de la Séptima Sección de Juchitán. Peregrina también reconoce que en su niñez su madre y sus tías se molestaron con ella y trataron de impedir que fuera muxhe, incluso algunos tíos dejaron de dirigirle la palabra, aunque años más tarde se vieron obligados a aceptarla (...).

Billete de la libertad

“Cuando ya crecí y comencé a ganar dinero haciendo arreglos en fiestas y en carros, haciendo show travesti, entonces mi mamá ya no me dijo nada”, explica Peregrina, quien también se gana el respeto de sus familiares cargando con el costo de adornar una fiesta familiar para la que fue elegida como madrina. Casandra es mesera en un bar de Cheguigo Norte, hace adornos para fiestas y está aprendiendo a bordar como parte de sus actividades económicas para subsistir. Vive con sus padres (...). A sus 19 años, afirma que su independencia económica le ha dado libertad sexual. “Yo desde los siete años me di cuenta de que no era igual que otros niños, me regañaban, me pegaban; pero ya después, cuando crecí y comencé a ganar dinero, fue diferente”, dijo.

Víctor Martínez, padre de Dulce, admite que intentó hacer que la identidad de género que ella manifestaba desde chiquita cambiara, pero nunca lo consiguió. “Cuando era chiquita, su papá le quería pegar, la regañaba, la insultaba, pero yo no dejé que la golpeara”, dice Rosa Alicia, mamá de Dulce. Para Dulce es natural que tenga que trabajar y llevar parte de los gastos de la casa, además de que aspira a ser la heredera de la vivienda que habita con sus padres y así lo ratifica el señor Víctor Martínez: “Se va a quedar con la casa, pero si él acepta cuidarme cuando yo sea viejo, que me vea, me dé un pedazo de tortilla cuando yo no tenga nada, por eso si él me cuida cuando esté enfermo o no tenga nada qué comer, él se va quedar con la casa”, afirma el indígena juchiteco. Por todo esto, Jetzabé se ríe cuando escucha hablar de Juchitán como el paraíso de los muxhes: “Eso no es cierto, ellas lo saben, nomás que les gusta que crean que es diferente. No hay amor de sus parejas, hay interés, hay un pago de por medio, también hay violencia, hay traiciones, hay odio y nadie se escapa de eso”. En Juchitán, en la última década, se han registrado unos ocho asesinatos de homosexuales, la mayoría sin resolver. De los últimos casos, el de Adriana Fonseca, registrado en marzo de 2009, y el de Niza, en mayo de 2012, cimbraron a la comunidad lésbico-gay por la saña y violencia con que actuaron los agresores, quienes siguen libres. Ni las autoridades judiciales ni las agrupaciones de la diversidad sexual o defensores de derechos humanos tienen datos exactos sobre casos de crímenes por homofobia en la región del Istmo de Tehuantepec debido a que los familiares no les dan seguimiento a las investigaciones por “vergüenza”, en muchos casos, según instituciones de investigación.

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