Vie 14.02.2014
soy

No seré feliz, pero no tengo un marido

› Por Patricio Ezcurra

La primera (y única) escena que aparece cuando me dicen la palabra “poliamor” está en mi infancia, en el barrio de Cibasa de Quilmes, justo enfrente de casa: la señora Berta, polaca refugiada, alta bordadora de manteles y carpetitas, marido muerto en guerra, casada ya grande en segundas nupcias con Roberto, albañil y gran asador argentino. Cuando yo tengo edad para entender la historia ya se ha sumado al cuadro Don Charles, el marido que no estaba muerto y que, después de mucho vagar y buscar, encuentra a Berta. Con Roberto. El hombre había llegado con una mano atrás y otra en la valijita, decía la leyenda, y desde entonces, sin un grito, con ínfimos cambios en la rutina, los tres vivieron juntos hasta la muerte. Berta dejó de hacer las compras aunque no de ir a misa los domingos. En lo primero consiguió reemplazo con el soldado que no obstante la tarea asignada jamás aprendió castellano. Roberto salía a trabajar temprano, y salvo que alguna misteriosa pensión viniera de afuera, se supone que era el principal sostén del hogar, aunque el dueño de la casa era el pobre cornudo, sostenía mi madre sin aclarar jamás a cuál de los dos se refería. Salían de a tres, de a dos, de a uno, como en todas las familias. Para la mía, el chalecito de los polacos fue la oportunidad de desplegar en plena sobremesa y sin censura una imaginación avezada en poses, intercambios sexuales que incluían la homosexualidad como lujo. Cuando murió Berta, los dos viudos siguieron viviendo juntos. Nunca sabré cuál fue el pacto ni lo que ocurría en el dormitorio más acá de lo que voló la imaginación de mi familia. Pero, ¿no es el misterio lo que define al poliamor mucho más certeramente que la unión de los dos componentes de amor y pluralidad? En un contexto donde el amor “del uno a uno” no es solamente el único admitido sino la mayor aspiración, la posibilidad de convivir, compartir, amar o desear en equipo es no sólo revulsivo sino misterioso. Cómo se manejan los celos, las jerarquías, la antigüedad, los deseos cruzados, las alianzas es algo que se ha planificado mucho desde la teoría, no sólo amorosa sino sobre todo política, pero que sólo la práctica caótica y –creo yo– impuesta por algún imprevisto que en este caso fue la guerra, es capaz de llevar adelante no sin aprendizaje, dolor y rutina. Mucha rutina.

La segunda escena la protagonizo, o mejor dicho, la coprotagonizo yo. No me viene automáticamente cuando hablan de poliamor, sino cuando los amigos de la SOY me llaman porque dicen que debería dar un testimonio. Conocen mi vida, a gran parte de mi familia y de mis amigos y han interpretado que soy un ejemplar. Entonces, lo primero que contesto es: “Yo vivo solo”. Y después recapacito. Los fines de semana llega de Córdoba Ernesto, mi compañero de hace 30 años que vive allá con Angel, un hombre mayor, hoy muy enfermo, a quien no quiere ni puede ni queremos que abandone más allá de las ganas que tenemos muchas veces de hacer una vida sedentaria con menos viajes, menos dobles casas y esos inconvenientes de utilería. Ernesto y yo, hace un tiempo, en un momento en que la pareja estaba en crisis terminal, nos separamos; él encontró a Angel, con el que se fue a vivir a Córdoba, y yo seguí encontrándome con muchos chicos, pasajeros y no tan pasajeros, con algunos de los cuales hoy nos une una gran amistad. Amor, familia, amistad son palabras que van bien pero que parecen eufemismos. La amistad con esos dos o tres muchachos llega hasta donde llega el amor de una madre, el de una hija, el de una suegra y el de un chongo. Todos juntos y con sus limitaciones: hasta la muerte. Jorge Luis, que hoy tiene 30 años y entonces tenía 20, merece una mención especial. Porque es un ser especial, porque es especial en mi vida y porque hizo un especial de jamón y queso con Ernesto y yo, que primero pudo ser una tragedia, luego una comedia de enredos y hoy es lo que denominaremos poliamor. Lo encontré en el chat. Pasó de encuentros furtivos a pasar temporadas largas en casa. Mientras tanto y desde Córdoba Ernesto también lo encontraba en el chat. La propuesta del trío de parte del niño travieso nos encontró a Ernesto y a mí de sorpresa en una situación completamente nueva y excitante y fue el inicio de un reencuentro de a tres. Jorge Luis fue el nexo, el lazo que está y seguirá estando allí. Jorge Luis viene a verme cuando quiere, mucho más si está Ernesto creo yo, cuando me necesita, cuando tiene hambre, cuando está aburrido, cuando lo llamo, aunque no suelo hacerlo, no por orgullo sino porque así es el pacto tácito que es mucho más largo que esto y tiene cláusulas que ni yo soy capaz de enunciar. Hubo celos, envidias y como en toda relación de poder tiene un peso la antigüedad, la edad, la personalidad de cada uno. Para ser justos, y antes de terminar, hay que agregar a este cuadro a una señora. ¡No se asusten! ¡No nos hicimos lesbianas! La madre de Jorge Luis, más cerca de mi edad que de la de su hijo, más cerca de su hijo que lo que pudo estar la mía dada la época en la que nació, que funciona como suegra de Ernesto y mía, los dos grandulones, como ella dice.

Cuando yo soñaba con el futuro en mi juventud, el primer sueño era armar una familia y cumplir con las expectativas de mis padres. El segundo, que no tardó en llegar, fue poder acostarme con la mayor cantidad y calidad de hombres posibles. Luego dejé de tener sueños y la realidad me puso en contacto con estas personas que he nombrado aquí. No me considero un modelo. Tengo un amigo de mi misma edad que vive una situación muy parecida a la mía y para él es un tormento. Vive añorando el verdadero amor, el hombre media naranja que lo acompañe en todo. ¿Es verdadero poliamor el que da felicidad? ¿O también es poliamor si hay nostalgia de algo más cuadrado? No vivo en un chalecito sino en un departamento, no vengo de una guerra pero obstáculos de público conocimiento me han impedido planificar una familia tipo que ya hoy no deseo. Había dicho que no iba a hablar y miren todo lo que conté. Me alegra mucho si el misterio de mis cuatro paredes colabora para hacer volar la fantasía de los que todavía viven enfrente.

Nota madre

Subnotas

  • No seré feliz, pero no tengo un marido
    › Por Patricio Ezcurra

(Versión para móviles / versión de escritorio)

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS rss
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux