Vie 14.10.2016
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LA GENEROSIDAD NO EMPIEZA POR CASA

› Por Dora Barrancos*

Hay proyectos parlamentarios destinados a legalizar la maternidad sustitutiva altruista, generosa, de “entrega” y tengo una tajante oposición a esa medida basada en una ética de fuste feminista. Ya escribí sobre esta circunstancia y vuelvo sobre algunas cuestiones. Se habilitaría –de sancionarse la ley– a contar con familiares, con amigas dispuestas a la experiencia, con espíritus y cuerpos solidarios de la causa reproductiva de aquellas/os a las que les está obstruido ese camino. Pero es necesario recordar que el vientre es inescindible y fundamos soberanía a partir de esa materialidad subjetivada. Es la dignidad de nuestro cuerpo la que fundamenta la exigencia de la despenalización del aborto. Y no podemos suspender la cuestión del cuerpo en la maternidad altruista, para poner todo el cuerpo cuando se exige el derecho a interrumpir el embarazo no deseado. Es una verdadera contradicción en sus propios términos apelar a la no sustancialización del cuerpo para defender la maternidad subrogada, y alegar derechos en clave corpórea para abortar. La donación del vientre implica un proceso de enajenación pues se funda en la idea de “cuerpo mecánico”, de vientre pasivo como cóncavo o como externalidad portadora. Además del ovocito, que pertenece a la gestante, el propio proceso de la gestación no es neutro y la compleja conformación del embrión y su desarrollo no es sólo ADN en “estado original”. La placenta contribuye de modo decisivo a reformatear el dispositivo génico y hay términos de acuerdo para la gestación altruista que suscitan severos condicionamientos psíquicos. Madres de una pareja con “voluntad procreativa”, hermanas o cuñadas que disponen de sus ovocitos y del vientre gestativo para auxiliar en el deseo reproductivo de las que están impedidas, comprometen aspectos centrales psicológicos de las personas a que da origen la culminación del embarazo. Hay una operación narcisística de quien demanda, y no tengo duda de que se alienta una verdadera “re-biologización” de los vínculos: se trata de contar con descendientes asegurados biológicamente con “lo mío”.

Y es más difícil aún discernir sobre el altruismo cuando se trata de mujeres que están fuera de los bordes de familiares y de la amistad cercana, las que se convencen –o son convencidas– más allá de los lazos de algún tipo de parentesco o de conocimiento cercano. ¿A quién se escogería en nuestra sociedad, con exceso de precariedades? Con certeza, a las menos avisadas de prerrogativas, a las más débiles, a las menos subjetivadas con relación a los derechos de su cuerpo.

Las parejas gay –al igual que las variadas formas de géneros de individuos en situación de pareja–, deberían tener especialmente aseguradas otra forma de acceso a la experiencia de progenitores. No me escapan las dificultades del instituto de la adopción, las maliciosas perturbaciones mercantiles que muy a menudo le están asociadas justamente por los obstáculos que la propia ley interpone, que pareciera decidida a impedir que ocurra. Hay que construir otra legislación y fijar otros procedimientos. No conozco –y no creo estar engañada– una agenda y mucho menos una agencia para legalizar el vientre altruista por parte de la comunidad lgbti.

Mi posición rechaza las formas reificantes, alienígenas, sustituyentes de nuestras libres voluntades. No se pacta con un vientre generoso, sino con la integridad de una mujer. No me escapa que direcciono una convocatoria particular a las mujeres y a las personas de identidades muy disímiles de género y de orientación sexual, para que podamos reexaminar las condiciones más dignas de la experiencia de la maternidad y la paternidad. Estoy segura de que ambos términos representan una motivación notable de la propia vida y que constituyen una fuente singular para la felicidad. Pero la vida no puede sobrevenir a cualquier precio porque pierde entonces sus notas esenciales, se mutila su resonancia auténticamente humana.

* Socióloga e historiadora feminista.

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