Domingo, 6 de mayo de 2007 | Hoy
PERU > SITIO ARQUEOLóGICO EN LA COSTA NORTE
Una visita a Chan Chan, la ciudad de barro más grande del planeta, centro de la cultura chimú. El sitio arqueológico, cuyo nombre deriva del vocablo “Jang Jang”, que en el antiquísimo idioma muchik significa “sol-sol”, ocupa una superficie de 20 kilómetros cuadrados y está considerado uno de los testimonios más valiosos del pasado peruano, anterior al Imperio Inca.
Por Mariana Lafont
En un viejo manuscrito fechado en 1604 un cronista español relata: “[...] Vino del mar, no se sabe de dónde, en una flota de balsas, con toda su corte y guerreros, llegó a la costa norte de lo que hoy es el Perú, en el valle de Moche y fundó un reino. Su nombre era Tacaynamo y fue el primer soberano de Chan Chan, la ciudad más importante de Chimú. Tuvo un hijo llamado Guacricaur, y éste, uno al que llamó Ñancempinco. Fueron diez los reyes de esta dinastía. El último, Minchancaman, fue derrotado por los Incas, quienes destruyeron la ciudad y dividieron al reyno.[...]”.
Resumidamente, esa es la historia de Chan Chan, la capital del reino chimú, la ciudad de adobe precolombina más grande de la Tierra. Tal como cuenta el manuscrito, fue construida antes de la llegada de los incas en las desérticas tierras de la costa norte de Perú. Más precisamente entre donde hoy se encuentra Trujillo, la capital de la región de la Libertad, y Huanchaco, el balneario de los trujillanos.
Según el análisis hecho en el adobe de los muros, se cree que su construcción se realizó en sucesivas fases y que la primera de ellas comenzó alrededor del 800 d.C. En su época de mayor esplendor llegó a albergar 60.000 habitantes –aunque las cifras difieren y se habla de hasta 100.000– hasta que entre 1460 y 1470 fue conquistada por los incas y pasó a formar parte del Tahuantinsuyo, denominación quechua del Imperio Inca.
Para edificarla, se utilizaron materiales que abundaban en la zona. Los muros fueron fabricados sobre cimientos de canto rodado de 50 centímetros de alto, que sirvieron como base para las paredes de quincha (material hecho con caña y barro), mientras que los techos, sostenidos por vigas de madera, eran de paja entretejida. En pisos, rampas y plataformas, se empleó una mezcla de adobes rotos, tierra, piedras y otros desechos, y la madera sólo se utilizó para fabricar postes, columnas y dinteles. Cabe destacar que la construcción es antisísmica, dado que sus muros son más anchos en la base (5 metros) y más angostos en la parte más alta (1 metro).
DIEZ CIUDADELAS Chan Chan deriva del vocablo “Jang Jang”, que, en el antiquísimo idioma muchik, significa “sol-sol” y ciertamente lo es, ya que la enorme ciudad de barro –declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1986– estuvo expuesta, siglo tras siglo, al intenso sol de la desértica costa peruana. El sitio arqueológico cubre una superficie total de 20 km2, de los cuales 6 km2 conforman la parte principal donde residían las clases privilegiadas. En el área restante –destinada a las clases bajas– hay una multitud de pequeñas estructuras no tan bien conservadas. El núcleo central agrupa un conjunto de diez “ciudadelas”, llamadas así por ser grandes recintos cercados que semejan pequeñas ciudades amuralladas. De las diez ciudadelas, nueve son muy similares y fueron bautizadas con los nombres de los investigadores que las estudiaron. Cada una de ellas estuvo dedicada enteramente a un rey porque cada vez que un nuevo gobernante ascendía al trono se construía un palacio diferente. Es decir que el heredero al trono sólo adquiría la autoridad política del rey pero no sus posesiones, por lo tanto debía levantar su propio conjunto palaciego y efectuar nuevas conquistas para financiar su administración. Algunos estudiosos sostienen que quizás ese sistema de sucesión real haya sido la clave del gran expansionismo chimú y, más tarde, del imperio incaico, ya que también lo adoptó.
En el sector central se encontraban las construcciones para almacenamiento de productos y también se hallaba la plataforma funeraria, una pirámide trunca baja y pequeña en cuyo interior se enterraba al Gran Señor de cada ciudadela, junto con grandes ofrendas de cerámica, textiles, mantas, plumas, discos de oro, objetos de plata, armas e instrumentos de bronce. Lamentablemente, gran parte de estas plataformas y construcciones fue saqueada en los primeros años de la Conquista debido a que los españoles creían que un gran tesoro de oro y plata permanecía oculto entre sus muros y pirámides. En realidad durante todo el período del Virreinato del Perú (1532-1824), Chan Chan fue objeto de múltiples atracos, despojos y destrucciones, a tal punto que hacia 1610 comenzaron a diluirse los rasgos característicos de la sociedad chimú hasta desaparecer completamente. Finalmente, la olvidada ciudad fue “redescubierta” en el siglo XIX por viajeros e investigadores que encontraron en ella una fuente inagotable de conocimiento del pasado peruano, anterior al Imperio Inca.
EL PALACIO TSCHUDI Esta ciudadela es una excelente demostración e ilustra perfectamente la importancia del agua –en especial el mar– en la cultura chimú. Prácticamente en todos los muros de este recinto hay frisos con infinitas representaciones de fauna marítima. Además de peces, pelícanos y unos animales llamados anzumitos (mezcla de lobo de mar y nutria), se distinguen motivos lineales que simbolizarían olas y pequeños rombos que representarían las redes de pesca.
El Palacio Tschudi, al igual que las otras ciudadelas, sólo tiene una puerta de acceso. Esta única entrada contribuía a hacer más efectiva la vigilancia de ingreso y salida de personas. Cabe señalar que en la sociedad chimú regía un estricto control social no sólo como método de defensa ante posibles amenazas de enemigos externos, sino también para poder administrar de manera justa y rigurosa un bien como el agua, tan escaso en una región de extrema sequedad. Y lo más sorprendente de este lugar son, precisamente, los 140 pozos que lograron tener para abastecerse de agua en pleno desierto de adobe. Luego de recorrer la monocromática ciudadela durante varias horas y bajo el sol abrasador, el viajero se topa, como un baldazo de agua fría y refrescante, con un gigantesco estanque lleno de agua y plantas acuáticas, digno de un espejismo. Simplemente increíble.
CULTURA CHIMU Y CABALLITOS DE TOTORA El Estado chimú comenzó a desarrollarse hacia fines del 850 d. C. y tomó la base política y social del Estado moche. Los chimú se caracterizaron por ser un reino marítimo, expansionista y centralizado, a tal punto que en su época de mayor esplendor llegó a conformar un vasto imperio, cuya superficie abarcaba más de 1000 km2. La base de su sistema productivo era la agricultura hidráulica –otra herencia de la antigua cultura moche–, la pesca y la explotación de oro, plata, cobre y bronce. Pero además realizaron trabajos, casi de manera industrializada, tanto en cerámica como en tejidos. Tenían un avanzado sistema de distribución y la sede de la administración estatal estaba en la ciudad capital, Chan-Chan, desde la que se manejaba, organizaba y monopolizaba la producción, el almacenamiento, la redistribución y el consumo de bienes. Sin embargo, uno de los legados más importantes que han dejado las culturas moche y chimú han sido los caballitos de totora, cuyo diseño tiene más de 3000 años de antigüedad y desde entonces no ha variado. Este tipo de embarcación de 5 metros de largo, con la proa aguzada y curvada hacia arriba, fue construido originalmente para transportar una carga máxima de 200 kg durante las faenas de pesca. Los chimú fueron grandes conocedores de las corrientes marinas y los vientos del litoral, lo cual les permitió navegar a lo largo de la costa e, incluso, mar adentro.
En la actualidad, Huanchaco es uno de los últimos reductos del caballito de totora (el otro es el lago Titicaca, donde están los uros). Desde la costa se pueden observar las embarcaciones flotando en la inmensidad del océano. Mientras la mirada se pierde en el horizonte, la mente comienza a viajar a través del tiempo y por momentos se tiene la mágica sensación de estar frente a ancestrales navegantes timoneando sus milenarias embarcaciones.
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