Dom 13.05.2007
turismo

AVENTURAS > VOLCANES ARGENTINOS

En el “anillo de fuego”

La Cordillera de los Andes está jalonada de volcanes, en el extremo oeste del “anillo de fuego”. Discretos como pocos, no ofrecen shows de erupciones pero sí el vértigo de la escalada y una historia milenaria. De Catamarca a Neuquén, andinismo en los colosos Pissis y Ojos del Salado, excursión a La Payunia y ascensos al perfecto Lanín y al mapuche Copahue.

› Por Graciela Cutuli

Desde tiempos remotos, los volcanes fascinan y amenazan. Vigías inmutables, centinelas de poblaciones y cadenas montañosas, viven un sueño aparente hasta que el llamado de la tierra los obliga a despertar, y ese día pueden cambiar paisajes para siempre, volcando lava y cenizas hasta a cientos de kilómetros de distancia. En la Argentina hay una veintena de volcanes, concentrados en la zona cordillerana, que está situada en el extremo oeste del “anillo de fuego”, como se llama a la zona del Pacífico que concentra la mayor cantidad de volcanes en el mundo. En ese lugar del globo, las placas de la tierra se tocan y superponen, hasta que el magma que queda debajo busca una salida, y cuando sale, busca la boca de un volcán ya existente o forma uno nuevo. No es de extrañar que los volcanes hayan inspirado leyendas de dioses enfurecidos... Sin embargo, hoy la Argentina no suele ser considerada una zona de riesgo volcánico, y no porque no los haya, sino que en gran parte están en zonas alejadas de las poblaciones. A los volcanes, entonces, hay que ir a buscarlos: de norte a sur, desde el Ojos del Salado hasta el Copahue, sus conos invitan a la aventura, el trekking y también el benéfico termalismo de las aguas calentadas desde las entrañas de la tierra.

Gigantes del norte

Los que se animen a desafiar a los dos grandes volcanes del noroeste, el Ojos del Salado (6864 metros) y el Pissis (6882, apenas algunos menos que el Aconcagua) tienen que estar bien acostumbrados a las alturas... Esta es justamente una de las grandes dificultades que imponen, por el apunamiento y la falta de oxígeno.

El Pissis está considerado como el volcán más alto del mundo, y es la segunda cima de los Andes: dos datos que bastan para entusiasmar a los montañistas en busca de medirse con alturas realmente intimidantes. Curiosamente, “pissis” es una voz nativa que significa “pequeño”, una denominación que no hay que pensar dedicada a su tamaño, sino que se debe a que no está en el principal ramal de la cordillera. Este año se cumplieron 70 años del primer ascenso, el de los pioneros polacos Stefan Osiecki y Jan Szczepanski, que en 1937 recorrieron la zona y ascendieron a varios de los picos más altos.

Para repetir la experiencia y llegar a alguna de sus cinco cumbres principales (todas por encima de los 6700 metros) se puede ascender desde Fiambalá, en Catamarca, o desde Algo Jagüé, en La Rioja. Hay que prever varios días, y tener presente sobre todo que se requiere mucho entrenamiento en las lides de la montaña, equipos de altura, tiempo de aclimatación y paciencia para rendirse ante las condiciones climáticas, que en esta zona inhóspita y desértica pueden ser muy adversas. Desde Fiambalá, se atraviesa en el primer día de excursión el valle de Chaschuil, la reserva La Coipa y se hace noche en Laguna Verde, para acampar. Allí mismo, al día siguiente, es conveniente realizar un trekking de aclimatación, antes de emprender el ascenso hasta el primer campamento, donde vuelven a armarse las carpas. Pasada la noche, se arranca muy temprano, de madrugada, para poder hacer cumbre y bajar con seguridad: el esfuerzo es grande y la altura demoledora, pero la perspectiva de observar el paisaje de gigantes vecinos desde uno de los techos del continente empuja a los expedicionarios hacia la cima.

La excursión hacia el Ojos del Salado, por su parte, puede hacerse desde Copiapó, en Chile, o bien también desde Fiambalá. Vale recordar que el Ojos del Salado tiene dos cumbres (“cima argentina” y “cima chilena”), las dos atravesadas por el límite internacional, y a las que se accede desde cada país respectivamente. El Paso San Francisco, totalmente asfaltado hasta el límite con Chile, permite llegar hasta la Laguna Verde y luego el Refugio Atacama, ya a 5000 metros de altura. El siguiente paso es el ascenso al refugio Tejos, punto de partida para conquistar la cumbre. Quienes lo logren podrán ver que en la cima del volcán quedan fumarolas: si hubo o no erupciones no se sabe a ciencia cierta, ya que el aislamiento del volcán y su lejanía con centros poblados, además de la dificultad del acceso, podría ser engañosa.

Un campo de volcanes extinguidos

Para los amantes de los volcanes, la Payunia es una región imperdible. En el sur de Mendoza, cerca de Malargüe, es una auténtica curiosidad de la naturaleza... aunque extinguida, ya que sus numerosos volcanes (hay quienes aseguran que es la mayor concentración del mundo) están apagados. El viaje que ofrece la Payunia es sobre todo el tiempo, como si al ingresar en este mudo paisaje mineral el viajero se remontara millones de años atrás, cuando este mundo estaba vivo y los volcanes liberaban lava, rocas y gases hacia todos los alrededores. Es la notable sequedad del clima lo que permitió conservar la Payunia como un libro de geología fijado en una página remota: aquí, donde sólo predominan el rojo del óxido de hierro y el negro de la lava, hubo alguna vez extensos bosques de araucarias, y sobre el terreno hoy árido pero antes acuoso y húmedo vivían y prosperaban dinosaurios acuáticos, como aquel cuyo esqueleto reconstruido se ve en la plaza del cercano pueblo de Bardas Blancas.

La región está protegida por un parque provincial, cuyos volcanes emblemáticos son el Payún Liso y el Payún Matrú, ambos al sur de Bardas Blancas. El más alto es el segundo, que llega a los 3680 metros. Sus orígenes no son del todo conocidos, ya que la Payunia es una región aún en estudio, que tiene todavía numerosos misterios sin develar. Actualmente se ingresa por un puente conocido como La Pasarela, levantado sobre el río Grande, un curso de agua que se hizo paso entre la lava y el basalto que cubre la superficie del parque. Según la época, el río se verá más o menos cerca de los pies: es en la época de deshielo cuando más crece, pudiendo llegar hasta el nivel del puente. En el camino hacia el Payún Matrú, con un poco de suerte pueden verse manadas de guanacos, una de las pocas especies que se aventuran hasta esta región. Todo recorrido debe hacerse con guía, y los vehículos sólo pueden seguir huellas ya transitadas, para no provocar cambios en el paisaje protegido: sobre todo, teniendo en cuenta la gran fragilidad de los suelos de lava. Mientras se avanza, el paisaje va sorprendiendo paso a paso: todo es una gran inmensidad desértica y solitaria, como las impactantes pampas negras de grava de lava que se formaron a partir de las erupciones de los conos de la zona. Aquí ha habido, de hecho, toda clase de fenómenos volcánicos, que los guías enseñan a interpretar según las formas de las coladas y la superficie del terreno o los cráteres. Además del Payún Matrú, el Payún Liso también se despega del paisaje por su silueta característica, y es rápidamente reconocido por los viajeros que se adentran en el Parque. Hay que tener en cuenta que la reserva es muy extensa, y hay también zonas intangibles de acceso restringido, consagradas puramente a la preservación de este extraordinario testimonio del pasado. Un pasado tan remoto que vio el paso de los dinosaurios, y se dispone a seguir inmóvil durante milenios, para seguir contando cómo fue ese mundo hoy extinguido a las próximas generaciones.

El volcan termal

El volcán Copahue es el gran invitado al paisaje de Caviahue, apenas unos kilómetros más abajo de la pequeña villa homónima, que nació y hoy se desarrolla gracias a la influencia benéfica del volcán. Caviahue es una estación de esquí situada en las laderas del volcán, y en pleno desarrollo: año a año el poblado se extiende, siempre a orillas del lago glaciario de Caviahue, entre araucarias y saltos espectaculares del cercano río Agrio. La ubicación y la orientación de las pistas de esquí le garantizan nieve durante toda la temporada, tanta que la propia villa de Copahue, un poco más arriba, queda completamente tapada por el manto blanco, del que apenas si asoman los techos. Allí el toque de calor lo ponen las aguas termales calentadas a pura energía geotérmica natural, que las convierten en las más ricas de la Argentina. La propuesta, entonces, es única: nieve y termas. El centro termal de Copahue cierra, justamente tapado por la nieve, durante el invierno, pero las aguas termales, los barros y tratamientos se pueden disfrutar también en una versión reducida en Caviahue.

La presencia del volcán domina la vida de la región. Ascenderlo es una experiencia que no tiene igual, y aunque requiere buen entrenamiento –no es un trekking fácil– no es imposible, aun para los que no son montañistas avezados. La marcha, siempre con guía, puede llevar entre cuatro y seis horas por un paisaje cambiante a medida que se gana en altura. Una vez arriba, el cráter se abre sobre una laguna sulfurosa y un pequeño glaciar. Cuando el día es diáfano, el “anillo de fuego” cordillerano se divisa con claridad, sobre los lados argentino y chileno, dejando que la vista se extienda sobre los volcanes Domuyo, Tromen, Lonquimay, Llaima, Lanín y Villarrica. La otra posibilidad es subir a caballo, una buena alternativa siempre y cuando se sea lo suficientemente experimentado en materia de cabalgatas.

El Copahue es un volcán activo, como recordó en julio del año 2000, cuando despidió una nube de cenizas que cubrió Caviahue y los alrededores. La otra gran manifestación se ve en los afloramientos termales de Las Máquinas y Las Maquinitas, que se visitan en el camino ascendente entre Caviahue y Copahue: las fumarolas, lagunas de aguas sulfurosas y calientes, y pozos de barro hirviente que aparecen a los pies del caminante forman un paisaje digno de leyenda. Y el Copahue, por supuesto, las tiene..., son leyendas mapuches, de orígenes perdidos en el tiempo, pero se siguen transmitiendo con el mismo empeño con que el volcán sigue arrojando tenazmente sus vapores sobre el paisaje patagónico.

El Lanin, rey patagonico

Más al sur, siempre en Neuquén y poco más de 100 kilómetros de San Martín de los Andes, el volcán Lanín es uno de los más populares entre los andinistas, y el rey indiscutido del parque nacional que lleva su nombre. Bastante más alto que las montañas que se levantan a su alrededor, domina el paisaje desde su perfecto cono blanco –la cumbre está cubierta por un espeso glaciar– e invita a intentar el ascenso, que es posible por más de una cara. Para quienes lo intentan por primera vez, hay que probar la cara norte, la más accesible, ya que la sur presenta bastante más dificultades. El ascenso comienza en la base del Lanín, a unos 1100 metros, y los refugios son tres, situados a 2350, 2500 y 2700 metros de altura. Los primeros pasos son por esta zona de arena volcánica que asciende luego hacia la llamada “espina de pescado” (el filo de la morena), que después de un buen tramo de marcha lleva hacia el “camino de mulas”, aún más empinado que el anterior. Los guías no dejan de hacer notar que tiempo atrás el glaciar del Lanín llegaba hasta mucho más al sur, pero su permanente retroceso lo empuja cada vez más hacia arriba. El tiempo, claro, es cambiante y condiciona las subidas: hay que atenerse estrictamente a las indicaciones de los guías y no confiarse en ningún momento, ya que el glaciar presenta grietas que pueden ser trampas mortales. El ascenso final hasta la cumbre tiene grandes exigencias y tramos muy empinados, de forma que hay que tener buena preparación física y buenos equipos para resistir las seis u ocho horas de marcha sobre nieve y hielo que significa hacer cumbre: pero una vez arriba, cuando se logra conquistarla, el paisaje asombroso que se ofrece alrededor, hasta las cumbres cercanas del Osorno y el Villarrica, justifica todo el esfuerzo y ofrece una imagen imborrable. No es de extrañar que quien ha subido sólo piense en volver a hacerlo... Finalmente sólo queda el descenso, nuevamente de refugio en refugio hasta la base. Pero incluso cuando no se puede llegar hasta el final del recorrido para hacer cumbre, está también la posibilidad de ascender sólo hasta alguno de los refugios camino a la cima, donde se descansa para regresar a la base al término de algunas horas. Igualmente el Lanín tiende la magia de su encanto, y quien lo haya probado lo llevará consigo para siempre, sin importar hasta qué altura haya podido conquistarlo.

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