Domingo, 3 de junio de 2007 | Hoy
EUROPA > DESTINOS DEL VERANO
A orillas de este mar interior nacieron las grandes civilizaciones de la Antigüedad. Hoy sus puertos son mecas turísticas de los cruceros y sus islas los más ansiados destinos de playa en Europa. De Grecia a España, un recorrido por sus costas.
Por Graciela Cutuli
Era un mar de color de vino, para Homero; las islas donde los antiguos griegos transformaron su lengua en poesía; los paisajes marítimos que fascinaron a los románticos ingleses; la belleza que encantó a la realeza europea y “el llanto eterno que han vertido en ti cien pueblos, de Algeciras a Estambul”, como canta Serrat, que bien lo sabe, porque nació en el Mediterráneo. Todavía hoy una buena parte de la historia de Europa se está construyendo a través del Mediterráneo, atravesado de migraciones entre sus orillas, aunque los tiempos modernos lo hayan convertido en una gigantesca cuenca turística jalonada de destinos exclusivos. En realidad, no importa estar en la más privada de las playas o en algún despoblado puerto de pescadores: felizmente, en el Mediterráneo la luz y el sol son los mismos para todos. Y su gran encanto, lo que no tiene igual en otros lugares, es que su historia está unida a su esencia, desde España hasta las costas griegas. De Este a Oeste, un recorrido por algunos puertos mediterráneos.
ISLAS DEL EGEO La verdadera Grecia hay que verla desde el mar, como cuando se llega en los barcos que conectan entre sí las islas del Egeo. Podrían elegirse muchas, pero una de las más lindas y conocidas es Rodas, que tiene un linaje digno de dioses: según la mitología, la isla nació de los amores entre Helios (el sol) y la ninfa Rhode. Después se hizo famosa por el Coloso, que aunque ya no existe aún tiene fama como una de las siete maravillas del mundo antiguo. Rodas tiene una ciudad amurallada, en la que quedan todavía siete antiguas puertas del tiempo de los Caballeros de San Juan, el puerto de Mandráki y varios restos de los tiempos helénicos, con templos y teatros. Está rodeada de playas muy concurridas en verano, como Tsambika, aunque se pueden buscar otras menos visitadas e igualmente hermosas. Es difícil elegir si se trata de fotogenia, pero el pueblo de Lindos bien podría llevarse los laureles: sus casas blancas sobre la colina, rodeadas de un mar increíblemente azul, es la postal que todos quieren llevarse de regreso. A pie, o a lomo de burro, se puede subir también hasta su Acrópolis, fortificada por los Caballeros de San Juan. Aunque cuesta resistir la tentación de emprender viajes que recorren varias islas en poco tiempo, lo ideal es elegir una o sólo algunas, para poder conocer mejor las partes interiores y adentrarse en el estilo de vida isleño, que en algunos lugares se ha mantenido intacto a pesar del tiempo.
ITALIA Y LA MAGNA GRECIA En los tiempos antiguos, Grecia era más amplia que hoy y se extendía hasta la llamada “Magna Grecia”, es decir, el actual sur de Italia. Allí nacieron muchos de los filósofos, literatos y matemáticos que hicieron de esta región la cuna de la civilización occidental. Hay quienes dicen que fue la propia claridad del paisaje, lo diáfano del aire, lo que impulsó las investigaciones filosóficas griegas... El sur de Italia hoy es un mundo aparte, con el corazón en torno a las islas de Sicilia y Cerdeña, pero sigue siendo uno de los mejores lugares para apreciar cómo era el Mediterráneo veinte siglos atrás. Sicilia en particular merece visitarse con detenimiento: están sus playas, claro, que cada verano concentran miles de visitantes del norte de Europa, pero están sobre todo sus templos y sus pueblos interiores, cerrados sobre sí mismos, tal vez como consecuencia de haber sido codiciados a lo largo de la historia por todos los pueblos que se dieron cita en el Mediterráneo. Que no fueron pocos, ya que la antigua “Trinacria” (la isla de tres puntas) está estratégicamente a mitad de camino entre el estrecho de Gibraltar y el canal de Suez. Más allá de las ciudades como Palermo, con barrios históricos de gran belleza, hay que conocer el Valle de los Templos de Agrigento, la Neapolis de Siracusa y el Teatro Griego de Taormina. Difícilmente los cruceros que atraviesan el “Mare Nostrum” de punta a punta den tiempo para todo esto: una vez más, lo ideal sería darse tiempo en cada puerto para desde allí recorrer las costas aledañas. Además, en ferry desde Sicilia se pueden recorrer las pequeñas islas de los alrededores, o bien embarcarse hacia Cerdeña, la isla de los grandes contrastes, cuyo interior aún recóndito y apegado a las tradiciones da paso en la costa a hoteles de lujo, balnearios exclusivos y puertos donde amarran los más grandes yates de Europa. Nada que envidiarle a Córcega, cuyos senderos montañosos y acantilados sobre el mar la convierten también en uno de los destinos más buscados de una Francia que aquí se cruza innegablemente con Italia.
HACIA LA COSTA AZUL El Mediterráneo es también la Costa Amalfitana, con su sucesión de pueblos coloridos a pico sobre el mar, la Riviera Ligure con Portofino, Rapallo, Santa Margherita, y del otro lado de la frontera el comienzo de la “Cote d’Azur”, la bellísima Costa Azul francesa. Los paisajes del Mediterráneo en realidad no conocen gran cosa de fronteras: sus playas de bahías pequeñas y arenas pedregosas se parecen en todas partes, pero es el carácter de cada pueblo dominante lo que le va dando sabor. En el sur de Francia, es el carácter provenzal el que se impone, con la luz que inspiró a Van Gogh, el savoir-vivre que se traduce en las mesas gourmet, y el abanico de caracteres que va desde la cosmopolita Marsella a la elegante Niza. Para los que quieren hacerse ver, gozar del mar y sentirse un poco parte del jet-set, serán Niza y Cannes –con su célebre Croisette– los destinos favoritos. Pero para palpar el Mediterráneo más real, aquel donde se dan cita los pueblos de todas las orillas, donde lo prolijo deja paso a la vida que late y pelea día a día, tal vez Marsella el mejor lugar. Una caminata por el puerto, para probar la “bouillabaisse” (guiso a base de pescado), y una recorrida por la peatonal bastarán para ver que aquí no hay nada uniforme, y que el francés se habla con ecos que recuerdan desde Africa hasta Medio Oriente. “A fuerza de desventuras,/ tu alma es profunda y oscura/. A tus atardeceres rojos/ se acostumbraron mis ojos/ como el recodo al camino...” otra vez podría sonar Serrat, pero en verdad lo que suena es otra cosa, y es poco de todo, porque Marsella –nada casualmente– es también una de las cunas de la renovación musical en el Mediterráneo, porque aquí se cruzan los ritmos procedentes de todos los puntos cardinales. Un sentido más, el del oído, que se suma a la experiencia de vista, sabor, tacto y olfato que ofrece el sur de Francia.
SOL ESPAÑOL Atrae ya desde el nombre, la Costa del Sol. Ni hablar de la atracción que ejerce sobre los europeos del norte, ávidos de luz, y de un már cálido que invite a bañarse: no es de extrañar que todos los veranos el sur de España sufra una auténtica invasión. Invasión más que bienvenida, ya que el turismo es un recurso importante, aunque también haya voces que recuerdan que en una región que padece la escasez de agua el consumo turístico no es precisamente una ayuda. Polémicas aparte, las costas en torno a Málaga, en Andalucía, se hicieron fama por sus paisajes pero también por la “vida a la española”, es decir, horarios más flexibles, familiaridad, un poco de marcha y bastante de noctambulismo. El clima es benigno todo el año, y muy caluroso en verano, pero allí está el Mediterráneo bien a mano para refrescarse dentro del agua o sobre ella, practicando los deportes náuticos son bien conocidos por aquí. La vida bulle en la Costa del Sol, sea en Málaga o en Torremolinos, en Marbella o en Puerto Banús. Son nombres que incluso quien no puso nunca pie por aquí conoce, porque están reproducidos en balnearios, discotecas y lugares turísticos de todo el mundo, señal de que son emblemáticos de las vacaciones y la buena vida. A pesar del bullicio, hay lugares todavía solitarios: hay que buscarlos, consultar con los locales, dejarse llevar. Y como respuesta la Costa del Sol deparará paisajes sorprendentes y playas de arena con pequeñas, recónditas bahías, que son aún más bellas vistas desde el mar. Claro que esto es el Mediterráneo, que en su collar de islas tiene también las españolas: y bien vale la pena embarcarse para conocer Mallorca, que tiene en total 550 kilómetros de costa, con acantilados, pinares y playas, además de extensas superficies protegidas. En verdad Mallorca es un punto de partida ideal para conocer también las islas cercanas, como las que integran el Parque Nacional Marítimo y Terrestre de Cabrera, pero también Ibiza y Menorca, en las Baleares. Es posible incluso ir y venir en el día. Un buen alto antes de conocer, también, la Costa Brava, en el norte de Cataluña, donde el Mediterráneo se muestra menos manso: aquí hay importantes testimonios históricos de los poblamientos primitivos de la cuenca mediterránea, entre paisajes de playa, bosque y acantilados.
Lo mejor de todo es que el Mediterráneo permite pasar las vacaciones soñadas de mar y sol, pero también invita todo el tiempo a asomarse a la historia y a una cultura milenaria, hecha del aporte de decenas de pueblos, y enriquecida a lo largo de los siglos por las ideas, descubrimientos, artes y fiestas que cada uno fue trayendo. Con ojos atentos, se podrá ver que este fenómeno todavía sigue: y aunque rechazado por una Europa donde las fronteras buscan ser impermeables, es seguramente imparable. Algo para que aprecien, sin duda, los turistas del futuro...
Además de las costas del Mediterráneo europeo, hay que prestar atención “a la otra orilla”, sobre todo las playas de Marruecos y Túnez, que también son muy concurridas, gracias a la bondad del clima y del mar. Además, permiten sumergirse de lleno en otra cultura y enriquecen la visión del Mediterráneo europeo. Conviene, claro, elegir las más alejadas de las ciudades populosas, por razones de limpieza y contaminación (y lo mismo sucede en Europa). Pero hay decenas, cientos de playas que sin estar alejadas ofrecen paisajes maravillosos y todos los servicios. A la hora de elegir, también hay que preguntar localmente y asesorarse sobre detalles como las temperaturas del agua y las corrientes marinas, ya que no son todas iguales. En la costa mediterránea marroquí, más recortada que la atlántica, hay playas recomendables como Martil, Cabila, Cabo Negro y Smir Restinga. Túnez, por su parte, tiene la reputación de tener las costas más bellas del norte de Africa, con playas como Ghar, Melh y Tabarka.
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