Domingo, 10 de junio de 2007 | Hoy
INDONESIA > EN LA ISLA DE BALI
La cremación de los muertos en la isla de Bali es una ceremonia con algo de fiesta y de multitudinaria celebración callejera por el futuro renacer del fallecido. Una colorida torre de bambú con los restos es llevada en procesión mientras resuena la música de los gamelanes. Como en cualquier otra manifestación de la cultura balinesa, también pueden participar los visitantes extranjeros, sean o no creyentes.
Por Julián Varsavsky
¿En la isla de Bali se celebra la muerte? En gran medida sí, porque se considera que es un estado pasajero hacia un próximo renacer. Podría ocurrir también que el alma haya cumplido con los círculos de su karma y se libere entonces para siempre de la impureza de los cuerpos, unificándose con la esencia de Brahma, el ser supremo del hinduismo.
Liberados del sentido trágico de la muerte, los balineses parecen vivir bastante felices en su isla paradisíaca del archipiélago de Indonesia, incluso cuando se les muere un familiar. Y no se trata de simples creencias que se repiten por inercia de la tradición, sino que prima un convencimiento unánime sobre la trasmigración de las almas. Por ejemplo, cada vez que un niño nace, es llevado ante un sacerdote para determinar cuál de los antepasados se acaba de reencarnar.
En Bali, la concepción religiosa deriva del hinduismo que introdujeron mercaderes de la India hace unos dos mil años. En el tiempo transcurrido, la religión se desarrolló con un fervor increíble y unas costumbres muy singulares, con un profundo nivel de misticismo y superstición. Cada acto de la vida cotidiana parece regido por la religión, y de hecho casi todo ocurre en función de ella. Incluso el arte tiene un carácter esencialmente sagrado.
La ritualidad de los balineses se manifiesta como un gran teatro público dedicado a los dioses. Y no en función del Estado y de un poder real, como sucedió casi siempre a lo largo de la historia del mundo, sino que es el Estado el que normalmente se orienta hacia la religión, que es un fin en sí mismo. Según el antropólogo Clifford Geertz, “el poder sirve a la pompa y no la pompa al poder”.
El sofisticado ceremonial que se desarrolla a diario en la isla está marcado por el ciclo de la vida y la muerte llamado samsara, que implica muchas vidas y muchas muertes. Y su fiesta más fastuosa y colorida es la de la cremación de los muertos.
El hecho de nacer en la tierra, dentro de un cuerpo, es para la cosmovisión autóctona apenas una estación dentro del largo viaje de las almas cumpliendo su karma. Al nacer una persona, es un ancestro el que está regresando con ella y la costumbre indica que se debe guardar de por vida el cordón umbilical mientras que la placenta se coloca dentro de un coco para enterrarla junto a la entrada de la casa, a la derecha de la puerta si es un varón, a la izquierda si es mujer.
El ceremonial que rige cada etapa de la vida –un poco el preludio de la fiesta final– comienza temprano, a los 212 días del nacimiento del bebé. Hasta ese día la criatura es un ser divino que, bajo ninguna circunstancia, podrá tocar el suelo. Luego de ese tiempo comenzará a explorar el mundo y a interactuar con los demás niños.
El siguiente ritual es el limado de los dientes caninos, que señala el ingreso a la adultez, eliminando de esa forma todo “rasgo animal” que pudiera quedar en el cuerpo de las personas. El objetivo es que, el día de la muerte, el alma no sea confundida con un demonio por los dioses y se le niegue el ingreso a la dimensión sagrada de los espíritus. Por supuesto, el casamiento también es una fiesta de suma importancia (aquellas personas que no se casan son vistas como “infieles” que eludieron completar el ciclo natural).
De todas las celebraciones balinesas, la más apoteótica y ruidosa es la cremación de los muertos. Se trata de un verdadero espectáculo, claramente alegre, dedicado a celebrar la liberación del alma. Es tan sofisticado el ritual que su preparación puede insumir meses e incluso años, tanto tiempo como el que requieran los deudos para poder reunir los fondos necesarios. Mientras tanto, el cuerpo es por supuesto enterrado y exhumado cuando llega el día señalado. Los únicos que deben ser cremados de inmediato son los hombres santos de la casta superior de los brahmanes.
El día de la cremación el cuerpo se coloca en una torre de bambú llamada wada. El atronador grito de cien almas eufóricas señala el comienzo de la ceremonia, cuando los hombres levantan en andas la gran torre crematoria decorada con coloridas sedas y flores multicolor para llevarla en procesión por las calles del pueblo. Y arranca la música de una orquesta de gamelanes compuesta por toda clase de xilofones metálicos, gongs y tambores que marcan el ritmo de las melodías frenéticas y disonantes. Los turistas pueden participar libremente y sacar todas las fotos que deseen. Es un espectáculo espontáneo, escenificado para ser visto por la mayor cantidad de gente posible, y no un acto privado para llorar en la intimidad.
El camino hasta el lugar de la cremación no es para nada directo. Por el contrario, se recurre a toda clase de rodeos con el objetivo de que, en caso de que el espíritu del muerto no encuentre fácilmente el camino de partida, no vaya a optar por el más corto de regreso a casa, donde las ánimas perdidas se pueden convertir en una gran molestia. Para que esto no ocurra hay que desorientar a los espíritus sacudiendo la torre que lleva el cuerpo, hacerla avanzar en círculos y arrojarle agua.
Al llegar al lugar de la cremación se transfiere el cuerpo al sarcófago construido artesanalmente –ya sea el toro, el león o el pez– y todo arde bajo la cuidadosa supervisión de un sacerdote. Las cenizas se guardan en un coco y en medio de otra emocionante procesión –esta vez más íntima–, se las llevará hasta el mar o a la orilla de un río cercano para dejar que se las lleve la corriente.
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