Domingo, 12 de agosto de 2007 | Hoy
ESPAÑA > SANTIAGO DE COMPOSTELA
Allá en el norte de España, casi en el confín de lo que fue alguna vez el límite del mundo conocido, Santiago de Compostela sigue siendo centro de modernas peregrinaciones. Las religiosas, tradicionales, siguiendo el Camino de Santiago, y las modernas, turísticas, en busca del buen vivir a la gallega.
Por Graciela Cutuli
Un grabado antiguo, de los tiempos en que no se llegaba sino a caballo o a pie, muestra sobre un paisaje de colinas arboladas que ya entonces –en aquella época de blanco y negro– la vida de Santiago giraba en torno de su espléndida Catedral. Curiosidad de la historia y la arquitectura, este rincón alejado en el corazón de una España rural floreció gracias a la creencia –mezcla de tradición, historia y leyenda– de que aquí fue sepultado el apóstol Santiago.
Los hechos se remontan al año 813, cuando un eremita llamado Paio vio sobre el monte de Libredón unas raras luces con forma de estrellas, brillando sobre un asentamiento romano. Dio aviso al obispo de Iria Flavia, que encabezó las búsquedas en el lugar: y así apareció una tumba con tres cuerpos, uno de los cuales había sido decapitado y rezaba: “Aquí yace Iacobus, hijo de Zebedeo y Salomé”. Coincidía, claro, con la historia del apóstol al que se creía decapitado en Palestina en el año 44 y llevado por sus discípulos hasta las tierras gallegas. En cuanto al campo de estrellas, campus stellae, daría origen al nombre de Compostela. No hacían falta por entonces telecomunicaciones: los mensajeros y el boca a boca funcionaban con eficacia y la construcción de una primera iglesia atrajo a monjes y peregrinos. Fue el comienzo de una aventura que existe todavía hoy, la del Camino de Santiago, cuando hay quienes siguen llegando a pie y quienes peregrinan en auto hasta este extremo de Europa. La riqueza de los intercambios a lo largo de los siglos en las rutas de Santiago –ya que se podía llegar por accesos diferentes, entroncando senderos de todo el continente– seguramente cambió la historia. Y hoy, como ayer, la capital gallega sigue siendo una meca internacional, pero con todo el encanto de su autenticidad, en la punta oeste de lo que se llama “la España verde”, extendida desde la frontera con Francia, en el País Vasco, hasta el Finisterre.
Si la Catedral de Santiago sigue siendo imponente en el siglo XXI, para comprender su verdadera dimensión hay que situarse en la Galicia de la Edad Media. Un centro cultural importante, cuya lengua fue sinónimo de poesía, pero también una serie de dispersas comunidades rurales de escaso poder económico muy lejos de la capital de la cristiandad. Fue allí donde en el año 1075 comenzaron las obras de la basílica actual: no le falta tanto para cumplir un milenio. El edificio ocupa una superficie de 23.000 metros cuadrados, sobre una planta en cruz latina, por entonces típica de las basílicas de peregrinación. La fachada, en cambio, es rica en una ornamentación barroca bien posterior, y refleja en su diversidad muchos elementos y aportes de otros estilos que fueron confluyendo hacia Galicia a lo largo del camino de Santiago. Se trata de la antigua fachada oeste, que ahora es la principal, de cara a la Plaza del Obradoiro. Sobre la Plaza Quintana, en cambio, se encuentra la Puerta Santa, un acceso que sólo se abre en los años del Jubileo, cuando el obispo la golpea con su martillo de plata. El año santo compostelano se da cuando el 25 de julio, día de Santiago, cae domingo: el último fue en 2004, y el próximo será en 2010. Los creyentes esperan para esas fechas un beneficio especial, ya que se concede indulgencia plenaria por los pecados cometidos, siempre y cuanto se cumplan tres condiciones: la visita a la Catedral de Santiago, el rezo de una oración (y mejor aún la asistencia a misa) y los sacramentos de confesión y comunión. De todos modos, el 25 de julio es fecha de gran fiesta todos los años, sin importar qué día de la semana sea y con bastantes toques de paganismo, aportado por la ventaja de que el pleno verano europeo facilita los traslados para la gran celebración compostelana.
Cuando se ingresa a la basílica por la Plaza del Obradoiro, se estará frente a una de las más célebres obras de arte del románico compostelano: el Pórtico de la Gloria, un conjunto escultórico nacido con intención de dar la bienvenida a los peregrinos que visitaban la tumba de Santiago. Se trata en total de tres arcadas: la de la izquierda, que simboliza el Antiguo Testamento, la de la derecha, que representa al Nuevo Testamento, y el arco central donde Cristo resucitado encarna la idea de la gloria. Dos tradiciones están asociadas al Pórtico: se dice que quien quiera ser más inteligente debe dar tres cabezazos contra la imagen del “Santo dos Croques” (“el santo de los coscorrones”), que se cree representa al propio Maestro Mateo, autor de la obra (¡la tradición no asegura que a mayor fuerza de los golpes se incrementen los beneficios!), en tanto quien intenta alcanzar una rama situada en una columna, a los pies de la figura de David, debe pedir un deseo. Se ve que miles lo han intentado, dejando como una huella de infinitas manos, pero nada de sabe del logro de los deseos.
El interior de la Catedral es una sucesión de tesoros, multiplicados en altares, capillas, bóvedas y sepulcros. Y no hay que dejar de ver el “botafumeiro”, que está considerado como el incensario más grande del mundo, pero sólo recorre las naves de la iglesia en ocasión de las fiestas solemnes. De grandes dimensiones, el “botafumeiro” oscila pendularmente sostenido por un sistema de poleas accionado por los “tiboleiros”, un oficio que tiene toda su tradición en Compostela. Hoy pocos recuerdan que el incienso era la forma antigua de purificar el aire en la basílica, atestada por los peregrinos que acudían a la tumba del apóstol. A lo largo de la historia, este aparato dio origen a muchas historias curiosas: se cuenta, por ejemplo, que en 1499 salió despedido por la puerta de Platerías, durante una misa en presencia de la infanta Catalina, hija de los Reyes Católicos. No debió haber sido buen augurio, ya que Catalina partía desde La Coruña para casarse con el príncipe de Gales, que sería luego rey con el nombre de Enrique VIII (y fue su divorcio, tras las faldas de Ana Bolena, lo que causó un cisma irreversible en la Iglesia Católica). No era entonces el “botafumeiro” actual, que data de 1851 y pesa 50 kilos, sino probablemente otro, construido en plata, y robado años más tarde por las tropas napoleónicas.
En Santiago hay, claro, una vida fuera de la Catedral. Una vida signada por la cordialidad de la gente, que hace de la visita una experiencia grata en cualquier lugar que se recorra, y por las bondades de la mesa gallega. Que la tradicional empanada, que el lacón con grelos, que el cocido, que la nécora, que los percebes, que el pulpo, que los suspiros... hace falta todo un diccionario para la mesa gallega, por su extraordinaria diversidad y porque su sello artesanal le pone un toque distinto a cada plato. Todo esto se puede probar en algunos de los restaurantes que se encuentran en el casco antiguo, entre la plaza principal y el lugar donde antiguamente se levantaban las murallas.
Es característico de Santiago estar entre la ciudad y el campo, como confirman los paisajes rurales que se divisan desde el cercano Monte del Gozo, a veces sumergidos en esa lluvia que también es típica de la región (que por algo forma parte de la España Verde).
Otro lindo lugar para detenerse es la Porta Faxeira, donde estaba antes una de las puertas de las murallas, cerca de la Plaza del Toral. No hay que extrañarse si ve gente mirando hacia arriba del Palacio de Bendaña, sobre la plaza: son los curiosos confiados en que no se cumplirá la profecía según la cual el gigante Atlas que corona el edificio nunca dejará caer el mundo que lleva sobre los hombros... ya que, según la tradición, sólo lo dejará rodar cuando pase una mujer virtuosa.
Varias callejuelas populares salen desde aquí, muchas con recovas que concentran a los vendedores, y todas con buenos lugares para comer o tomar café, mientras se disfruta del ambiente medieval de Santiago. Luego, será hora de volver a desplegar los mapas, rumbo al Hostal de los Reyes Católicos (un antiguo hospital para peregrinos), el Palacio Raxoi, el Colegio de San Jerónimo o San Martín Pinario, entre muchos otros lugares y monumentos que completan un panorama de Santiago, tal vez también evocando durante el paseo los versos de una de sus hijas más queridas e ilustres: Rosalía de Castro, la gran poetisa gallega.
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