FRANCIA > LOS ACANTILADOS DEL NORTE Y EL PUEBLO DE ETRETAT
Un viaje a la región de Normandía, en el norte de Francia, tierra donde en tiempos medievales se asentaron galos y vikingos. En su abrupta costa de acantilados, tuvo lugar una de las batallas más famosas de la Segunda Guerra Mundial, cuando las tropas aliadas desembarcaron en 1944. Una visita al encantador pueblo normando de Etretat, emplazado entre la campiña, los acantilados y el mar.
› Por Mariana Lafont
Al norte de Francia, donde los acantilados parecen hacer un clavado en el Canal de la Mancha, se encuentra un pequeño poblado, encerrado por dos grandes y blancas lomas cubiertas de césped llamado Etretat. Durante siglos, las olas del canal han golpeado incesantemente su costa y han moldeado la forma de sus grandes paredones. Este brazo de mar comunica el océano Atlántico con el Mar del Norte y separa el noroeste de Francia de la isla de Gran Bretaña. Su nombre en español es, en realidad, una mala traducción del francés, La Manche, cuyo significado sería “La Manga” y no “La Mancha”.
La diminuta villa de Etretat está ubicada en la Alta Normandía, región que debe su nombre al hecho de haber sido la antigua morada de los normandos, quienes habitaron la zona a comienzos de la Edad Media. Los “Hombres del Norte” –tal su traducción literal del alemán– eran una combinación de galos y vikingos invasores liderados por Roberto I, quien tiempo antes había sitiado París. A cambio de la desocupación, hubo un acuerdo en el año 911 a través del cual se le otorgaba el área del norte con la condición de defenderla de posibles ataques piratas. Si bien los normandos conquistaron otros estados como Sicilia, Calabria e Inglaterra, su identidad cultural se fue diluyendo a medida que se mestizaron con la población local. Sin embargo, en Normandía la identidad cultural pervive en monumentos y elementos artísticos y, en especial, a través de una minoría que conserva la lengua normanda francesa.
En el siglo XX, esta hermosa parte de Francia –donde aún se respira cierto aire rural– fue testigo y escenario histórico de varias batallas durante la Segunda Guerra Mundial. La más famosa fue la Batalla de Normandía u Operación Overlord –conocida como el “Día D”– que comenzó el 6 de junio de 1944 y abrió un segundo frente contra el ejército nazi. Ese día, las tropas aliadas ingresaron en la costa francesa marcando el inicio de la liberación de la Europa continental, ocupada en ese momento por las tropas alemanas.
Entre la campiña, los acantilados y el mar surge Etretat, pintoresco poblado sacado de un libro de cuentos, con sus coquetas casas estilo normando. La pequeña villa está a nivel del mar pero cuando se llega a la pedregosa playa sobresalen dos muros colosales que parecen cercarla a ambos lados. ¿Hacia dónde ir, derecha o izquierda? Poco importa, vaya donde se vaya la sensación de trepar esos paredones y ver el mar desde lo alto es inigualable. Mientras el viento sacude las cabelleras, las gaviotas parecen estar en su salsa y van de un lado para otro como verdaderas dueñas del aire. Sin embargo, el Acantilado de Aval tiene un atractivo singular y genera un efecto atrayente y difícil de vencer. Este imponente acantilado está perforado por grandes arcos naturales bajo los cuales rompen las olas durante la marea alta, y sobre él, a más de 50 metros de altura, se halla un antiguo y exclusivo club de golf, inaugurado en 1906. Esta gigantesca y exquisita arquitectura natural genera una impresión ambigua, ¿es el mar el que entra en la tierra o es ésta la que se zambulle en el agua? Y para coronar este hermoso cuadro, frente al acantilado, brota solitaria y llamativamente una suerte de pico llamado “la Aiguille” o “Aguja de Etretat”, que a medida que uno se aproxima parece desplazarse hasta que puede ser vista a través del arco. En el otro extremo de la bahía se encuentra el Acantilado de Amont, en cuya cima se destaca una sencilla capilla desde donde se puede apreciar una excelente vista de la campiña, la villa y el Acantilado de Aval tapizado de verde.
Estos acantilados de sugestiva forma han atraído a lo largo de los años a numerosos artistas. Entre ellos, nada menos que a Claude Monet, quien pintó magistralmente varios rincones de Normandía, entre ellos los acantilados, la playa y los botes de Etretat. Otro artista, fuertemente inspirado por las costas de Normandía y gran amigo de Monet, fue Eugène Boudin. Boudin había nacido allí y fue uno de los primeros paisajistas franceses –en especial de temas marítimos– en pintar al aire libre.
Hacia 1890 Boudin pasó una estadía en Etretat, y si bien Normandía era su tierra natal, el artista recién comenzó a prestar atención a este llamativo paraje gracias a la influencia de Monet. En ese entonces Etretat sólo era un pequeño pueblo de pescadores y recién a partir de la década de 1930 la villa se convirtió en un lugar de vacaciones de moda.
Los orígenes de estas preciosas construcciones se remontan a la Edad Media y el Renacimiento, cuando la piedra sólo era utilizada para erigir iglesias, palacios, y “châteaux”. En cambio, para el resto de las edificaciones, como en el caso de las casitas normandas, se usaban entramados estructurales de madera que sostenían las plantas y luego se revocaban con mampostería. Esta estructura tenía doble función: además de sostener la edificación servía también como decoración, dándoles presencia y personalidad a los muros de la vivienda. Las vigas de madera se prolongaban en salientes que eran esculpidas con diferentes motivos y a veces se pintaban de colores o se dejaban oscuras de modo tal que resaltara con el blanco de los muros. Por último, los techos –hechos con pequeñas tejuelas de madera– eran diseñados para que tuvieran movimiento, además de chimeneas y muchos accesorios, como los infaltables maceteros en madera oscura. En el campo, la planta baja generalmente se utilizaba para almacenar los artículos de granja y las semillas y, en las ciudades, para el comercio. La planta superior estaba destinada a la vivienda.
Lamentablemente durante la Gran Guerra gran parte de la herencia arquitectónica urbana fue destruida y la posterior reconstrucción no tuvo demasiado en cuenta esa antigua tradición. Sin embargo, al recorrer algunas callejuelas de Etretat es posible ver casas que aún conservan este estilo característico e inconfundible.
El broche final de una visita a Normandía es, sin dudas, su gastronomía. Algunos sostienen que para un francés de cierta edad o con una mínima cultura gastronómica, el recetario tradicional normando es sinónimo de interminables banquetes de otra época con abundancia de aves y charcutería y predominio de nata y mantequilla. En Etretat vale la pena degustar un delicioso crêpe en cualquiera de las tantas crêperies que allí abundan acompañado de una refrescante y sabrosa sidra local.
Si bien son originarios de la vecina región de Bretaña, los crêpes se han extendido a lo largo de todo Francia y se han transformado en un plato que se consume a diario. En general se sirven como base de un plato o postre agregándoles todo tipo de ingredientes –dulces o salados– que dan como resultado infinidad de combinaciones.
Siguiendo la tradición, los crêpes se acompañan con sidra, cuyo nombre proviene del griego sikera, es decir, “la bebida que embriaga”. Hacia el siglo XII, la sidra viajó desde España a Bretaña y Normandía, donde los suelos son excelentes para el cultivo del manzano. Mientras en Bretaña las manzanas se parten y se dejan macerar, en Normandía se las prensa directamente. La recolección se hace a mano y luego de una fina selección se dejan deshidratar durante varias semanas en un granero hasta obtener, una vez prensadas, un mosto suave y perfumado. Esta sidra natural, no filtrada y fermentada sin adición de gas carbónico, es una auténtica delicia y excelente compañera de un buen crêpe. Bon appétit!
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