DINOSAURIOS DE LA PATAGONIA > GAIMAN Y TRELEW
¿Cuál es el trayecto que sigue un fósil desde que es descubierto hasta que llega al museo? A continuación, una descripción del recorrido y las etapas de la campaña, el laboratorio y, finalmente, la exhibición en uno de los museos “modelo” de Argentina en la actualidad: el MEF de Trelew. El Museo Paleontológico Egidio Feruglio es una moderna y renovadora propuesta museística de la Patagonia argentina, en la cual ciencia, didáctica y diversión se combinan armónicamente.
› Por Mariana Lafont
La extensa Patagonia es una zona privilegiada y reconocida en todo el mundo por la gran variedad y tamaño de sus yacimientos fósiles. A fin de resguardar semejante tesoro, y con el respaldo de paleontólogos patagónicos e investigadores del Conicet, nació en 1988 el Museo Egidio Feruglio. Este geólogo italiano había llegado al país en 1925 convocado en ese entonces por YPF y su nombre es recordado por el gran aporte hecho con sus investigaciones en la tierra de los tehuelches. Los comienzos del MEF fueron modestos en esta región de australes sacrificios y la primera sede –inaugurada en los ’90– funcionó en el edificio de una vieja mueblería del centro de Trelew. Sin embargo, con sólo 700 m2 y tres personas lograron montar una completa infraestructura que seguiría creciendo hasta llegar a su sede actual y definitiva de más de 3000 m2, constituyéndose en uno de los proyectos museísticos más significativos de los últimos cincuenta años. Basta llegar a la moderna entrada del MEF para comprobar que nuevos aires –y con menos naftalina– se respiran en los museos del país. El diseño y el buen gusto han dado como resultado un ambiente dinámico y acogedor, naturalmente iluminado por grandes ventanales en el techo del hall de entrada.
De ese modo nació un proyecto que busca salir de los esquemas tradicionales y pretende “abrir las puertas de los laboratorios”, entendiendo que el hecho científico sólo cobra verdadero sentido cuando es difundido y llega al público. Prueba de ese quiebre y ese cambio es el gran hueso ubicado en el comienzo del recorrido y que dice: “Se puede tocar”. Ese simple gesto táctil logra un acercamiento único entre la gente y el museo.
Una vez hecho el ritual, nos adentramos en un oscuro túnel en el que comienza el viaje al pasado y la siguiente y grata sorpresa es que el itinerario es inverso al tradicional. En vez de partir de los orígenes hasta el hombre, empieza por los primeros habitantes de la Patagonia hasta llegar al Big Bang –claramente explicado en un breve y didáctico documental que se proyecta continuamente–. Todo el material expuesto –tanto las réplicas como los originales detrás de vitrinas– tiene su estudiado lugar y nada está librado al azar. Sin embargo, cómo se define qué exponer y qué no. Una de las principales premisas del museo es “no atiborrar de huesos la sala” y, en cambio, “exponer el mejor material y más representativo” y para eso es fundamental realizar una selección previa y aguda.
¡EN CAMPAÑA! El MEF cuenta con todo el equipo y la infraestructura necesarios para organizar una campaña de investigación en cuestión de días. En primer lugar, el investigador se pone en contacto con el laboratorio técnico y de preparación –el área logística del museo– y anuncia qué es lo que desea estudiar. A partir de ese momento el laboratorio evalúa la mejor zona para extraer el material y organiza la campaña definiendo fecha, gente y equipo necesarios. Las salidas en Patagonia suelen realizarse entre septiembre y abril, ya que el clima es más benévolo.
Una vez en el lugar, la primera tarea es la prospección, es decir, asignar zonas a cada miembro del equipo y recorrer el terreno buscando restos. Esta labor suele llevar varios días, en los que paciencia y ojo agudo son las herramientas fundamentales, ya que no se utiliza ningún tipo de instrumento que no sea la mirada. Cuando se encuentra algo –en general un pequeño fragmento–, se tiene una primera pista para continuar una búsqueda más detallada. Seguramente hay algo más grande cerca, pero la única manera de saberlo es seguir indagando. Las hipótesis se suceden, quizás ese pedacito ha caído de otro lugar y hay que comenzar a subir para ver a dónde conduce. Otra posibilidad es que ese fragmento sea lo primero que la erosión ha descubierto o, desgraciadamente, sea lo último que ésta ha dejado y ya no haya nada que hacer. La erosión puede ser amiga o enemiga, dependiendo del momento en que se arribe a la zona de campaña. No bien un fósil es hallado, éste pasa inmediatamente a formar parte del patrimonio arqueológico de la provincia donde fue encontrado. Luego habrá que bautizarlo y, en general, los nombres –en latín y semejando un interminable trabalenguas– responden a alguna característica llamativa del fósil y al lugar donde fue hallado.
Si el material puede ser extraído la tarea se lleva a cabo en la misma campaña, de lo contrario, habrá que volver a buscarlo con el equipo adecuado. Según la pieza, la extracción puede durar meses y resultar toda una odisea, en especial con los grandes dinosaurios. Para proteger y transportar la pieza al laboratorio se la envuelve con yeso y arpillera, formando el llamado “bochón”. Pero si éste pesa cinco toneladas –como ha ocurrido–, la faena se transforma en verdadera aventura y requiere el uso de máquinas y grúas.
Una vez extraído, el fósil sigue su ruta, pasando por distintas etapas hasta formar parte de la colección del museo. La colección es todo el material original y estudiable que posee la institución, que no siempre está en exhibición –de hecho la mayor parte del patrimonio de un museo no suele estar a la vista– y que está a disposición de los científicos. Sin embargo, no todo lo que se extrae es digno de entrar a la colección, y para ello es fundamental que el investigador corrobore que el fósil tiene las características necesarias para hacer un buen estudio. Antes de llegar a sus manos, el laboratorio técnico, con gran paciencia y habilidad, aísla el fósil de la roca y lo limpia para que pueda ser examinado. Este trabajo puede llevar desde 15 minutos hasta 2 o 5 años en el caso de un dinosaurio articulado. Es interesante ver, al final del recorrido en el MEF, un gran ventanal que muestra el laboratorio en plena acción.
Si el material va a ser para exhibición otra será la preparación. Si es original irá detrás de una vitrina y si el ejemplar es demasiado grande se hará una réplica articulada con la ayuda de artistas que harán los moldes y las copias. Antiguamente se solían montar estructuras descomunales –y un poco toscas– que sostenían a los pétreos gigantes; sin embargo, no eran muy agradables estéticamente. Con el tiempo esta idea fue cambiando en pos de algo más estético y liviano, ya que, a fin de cuentas, el objetivo es dar una idea de cómo era un dinosaurio.
MUSEO A CIELO ABIERTO Para tener una idea más acabada de lo descripto anteriormente, antes o después de ver el MEF, vale la pena acercarse a Gaiman y visitar el Parque Paleontológico Bryn Gwyn. Este parque –cuyo nombre significa “Loma Blanca” en galés– es el primero de este tipo en Sudamérica y surgió en 1992. El parque está ubicado en un sector del valle inferior del río Chubut, donde el verde de las chacras contrasta con el amarillo de las bardas que protegen este productivo valle. Existe un recorrido a pie de 1500 metros que atraviesa las distintas formaciones y, si bien es autoguiado, conviene hacer el trayecto con un guía para aprovechar mejor la explicación. El trayecto avanza cronológicamente desde los tiempos prehistóricos hasta el pasado cercano, y a medida que se asciende se ven los diferentes estratos geológicos con distintos ejemplares representativos.
Sarmiento, la primera formación, se originó hace 40 millones de años con el avance del mar que cubrió el paisaje arbolado –semejante a una sabana africana– de la Patagonia de aquel entonces. En este nivel se encontraron, entre los sedimentos volcánicos, gran variedad de mamíferos terrestres que habitaban la región –mucho más cálida entonces–. La siguiente formación, Gaiman, tiene 23 millones de años y en ella se observan fósiles de tiburones, pingüinos, delfines carnívoros y ballenas. Luego sigue la formación Puerto Madryn –de entre 10 y 12 millones de años– en la que se ve la retirada del mar, con algunas focas y otros mamíferos marinos fosilizados.
Finalmente, en la cima de la barda, los Rodados Patagónicos o Tehuelches hacen referencia a los últimos 100.000 años que, originados por acciones volcánicas, fueron transportados a la región gracias a los efectos glaciarios y fluviales.
Si bien el parque está en un yacimiento que ya era conocido, lo novedoso fue abrir un espacio –que sólo era de especialistas– al público en general y en especial a estudiantes que año a año lo visitan fascinados porque allí pueden vivir una aventura científica e imaginar lo que Feruglio o Ameghino sintieron con sus grandes descubrimientos.
Ubicación: Av. Fontana 140 (entre las Av. 9 de Julio y Gales), Trelew, Chubut.
Horario: Todos los días del año (excepto 25 de diciembre y 1 de enero). De septiembre a marzo: de 9 a 20. De abril a agosto: lun. a vier.: de 10 a 18, sáb., dom. y feriados de 10 a 20.
Tarifa: $ 15 (hay descuentos para estudiantes, jubilados y menores). La entrada dura todo el día.
Visitas guiadas: Están contempladas en el valor de la entrada, tienen horarios de salida y se organizan en base a la cantidad de personas interesadas.
Más información: (02965) 432100 o www.mef.org.ar/mef/
Horario: Vacaciones de verano y de invierno, de 10 a 18. Por otros días consultar previamente en el museo.
Importante: Llevar gorro para el sol, ropa y calzado cómodo.
Tarifa: $ 8 (hay descuentos para nacionales, menores, estudiantes y jubilados).
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