Dom 11.11.2007
turismo

BRASIL > DíAS DE SOL EN TRANCOSO

Playa bahiana

En la costa nordestina del estado de Bahía, entre Porto Seguro y Espelho, hay 80 kilómetros ininterrumpidos de playa, cada una con su propio perfil. Las de Trancoso se caracterizan por su poblado colonial, movidas, fiestas en bares pequeños y un público esencialmente paulista y extranjero en busca de buenas playas.

› Por Julián Varsavsky

En la llamada Costa del Descubrimiento –por donde entraron los portugueses a Brasil– hay diferentes destinos de playa para todos los gustos. La más popular es Porto Seguro, que en verano bulle de turistas jóvenes que bailan axé en masa, directamente en la playa, hasta que cae el sol. Y por la noche todos se juntan otra vez en megadiscotecas al aire libre para seguir bailando y beber capetas y caipirinhas.

En el extremo opuesto a Porto Seguro –en lo que hace al estilo– hay playas absolutamente tranquilas y silenciosas, con sencillas posadas sobre la arena misma como es el caso de Espelho, un pequeño poblado de pescadores al que se llega por un camino de tierra. En un lugar intermedio entre esas dos alternativas está Trancoso, un pueblo de origen colonial que se ha puesto de moda en los últimos años en Brasil, alcanzando una curiosa sofisticación, pero sin perder todavía su encanto inicial.

En Trancoso la variedad de playas va desde las multitudinarias hasta las solitarias con cinco sombrillas. Foto: editora peixes - embratur.

El desarrollo del turismo en Trancoso siguió el mismo camino que la mayoría de las playas en Brasil. Surgió como un paraíso perdido descubierto décadas atrás por algún aventurero en busca de lugares agrestes. Luego llegaron los amigos, se corrió la voz, aparecieron las primeras posadas muy modestas que con los años se sofisticaron, exposición en los medios, hoteles cada vez más lujosos y finalmente cierta masividad. Con los años irá creciendo o pasará de moda, y dentro de medio siglo podría llegar a ser como Florianópolis.

Pero Trancoso está muy lejos todavía de cambiar su esencia –hoy por hoy es pequeño, sofisticado y caro–, con unos orígenes que se remontan a la fundación de la villa colonial en 1586 por un portugués llegado desde Trancoso, Portugal. El objetivo fue instalar a la Compañía de Jesús para evangelizar a los numerosos aborígenes que había en la zona –actualmente quedan 17 tribus pataxós y una tupinambá– y al mismo tiempo exportar a Europa madera de “pau Brasil”. Aunque todo quedó trunco por la expulsión de 1620.

A lo largo de casi cuatro siglos, Trancoso fue un apacible pueblito colonial que todavía conserva una muestra de sus casas originales de adobe colonial –hoy pintadas con vivos colores–, que se despliegan en dos hileras paralelas formando parte del famoso “cuadrado”, una especie de plaza central sin cemento que es el eje turístico del lugar. El valor arquitectónico de estas pintorescas casitas y de la antigua Iglesia de Sao Joao dos Indios le ha valido a este sector –que es en verdad un rectángulo– ser declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Camarones y langostas asadas al limón, manjares bahianos sobre la arena. Foto: Ana Schlimovich - Embajada Brasil

En 1895, la ciudad fue destruida por los aimorés, y el lugar quedó deshabitado por medio siglo, razón por la cual la estructura de las casas coloniales se mantuvo. A mediados del siglo XX nuevos pobladores comenzaron a llegar, pero fue en 1972 cuando Trancoso cobró nuevo auge al ser descubiertas sus casas vacías por un grupo de hippies que encontraron aquí, por un tiempo, su ansiado lugar en la tierra.

De los tiempos de vida en comunidad ya no queda casi rastro, y curiosamente las casitas coloridas que rodean el cuadrado se han convertido en negocios de ropa de marcas internacionales –sin perder el aspecto original– y en restaurantes de alta cocina bahiana. Y por detrás, en una segunda línea de casas, han aparecido las tradicionales posadas nordestinas, de baja altura, con mucha vegetación tropical, hamacas para la siesta y una agradable piscina por si da fiaca caminar unos metros hasta la playa.

En el cuadrado proliferan también –alrededor de una cancha de fútbol central– varios ateliers de artistas plásticos, barcitos y restaurantes para comer al aire libre a la luz de las velas –adrede no hay alumbrado público–, escuchando bossa nova en vivo. Y de vez en cuando se organizan en la playa maratónicas fiestas rave.

Las casitas coloniales de Trancoso le han valido a este pequeño pueblito ser reconocido por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad. Foto: Ana Schlimovich - Embajada Brasil

Espejo de agua

Desde Trancoso se puede tomar una excursión en el día a una playa semiescondida entre la “mata atlántica” llamada Praia do Espelho. Está a 110 kilómetros del aeropuerto de Porto Seguro, aunque el camino de tierra por una hacienda ganadera no es bueno como para ir en auto común. Si bien no es fácil llegar, todavía más difícil resulta irse. Por eso muchos eligen quedarse en alguna de las pocas posadas del lugar, por cierto nada económicas. Pero Espelho implica playas de arena blanca con piscinas naturales color turquesa, y grandes árboles y palmeras con ambiente selvático al borde del mar. En los íntimos y escasos restaurantes se escucha jazz y bossa nova, y el menú se improvisa de acuerdo con la pesca del día. Y si uno quiere beber agua de coco, una persona se sube a la palmera y trae el pedido. Durante todo el siglo XX, ésta fue una aldea oculta de pescadores sin mucho contacto con el mundo exterior –a lo Macondo–, y en gran medida sigue siendo así, con el agregado incipiente del turismo.

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